Frente al espejo
«José Alejandro Rodríguez: Me impresionó mucho leer su artículo No, jefe (14 de junio), que “aterriza” en verdades de la sociedad cubana. Muchas veces suavizamos nuestros problemas remontándonos a los logros, sin pensar que los errores empañan la intención de esta maravillosa obra que se llama Revolución. En no pocos casos escuchamos falsos datos que la mayoría aprueba, o que incluso se proyectan en los medios de difusión y ponen en peligro nuestra continuidad histórica.
«Creo además que hay que trabajar fuerte con las nuevas generaciones. No me refiero solo a los adolescentes sino a los nacidos desde los años ochenta del pasado siglo hasta la actualidad. Formo parte de ese sector —apenas tengo 26 años— y me duele mucho cuando ocurren situaciones de este tipo, que usted muy valientemente ha redactado... Un verdadero revolucionario cumple con el principio de la crítica oportuna, y no adula sino que llama las cosas por su nombre.
«Debemos alimentar los valores desde la panorámica revolucionaria, hacer sentir a las masas el valor de lo que realmente tenemos, no acusando de todo al bloqueo, pues los pocos recursos con los que contamos son en muchas ocasiones víctimas de malos manejos, detrás de los cuales afloran el burocratismo, la falta de conciencia y espíritu creador, la actuación caprichosa y desmedida... En este contexto también florecen actuaciones corruptas, las cuales justificamos no pocas veces con el característico “Déjalo, compadre, que está ‘luchando’” (...).
«¿Se deja de ser revolucionario por quejarse de una mala actuación? Creo que no, pero esa es la imagen que percibe una parte de las nuevas generaciones. Se aparta, así, del paradigma del revolucionario “comecandela”, consecuente hasta el final pero que en muchos casos no halla solución a sus problemas materiales cotidianos; y se aproxima al del revolucionario “de palabra”, que habla bonito pero no es ejemplo... Podemos terminar con esa situación si continuamos hablándole al pueblo, encarando juntos los problemas y compartiendo con él los sacrificios (...). Resulta fácil hablar de los demás, pero es muy difícil autocriticarse». (Raúl Aguilar Oramas)
¿Arte inalcanzable?«Estimado José Luis Estrada: Con satisfacción leí su artículo sobre el espectáculo y el público joven (Control y sensatez, 24 de mayo). Soy profesora de Artes y madre de dos adolescentes, e invité a estudiantes de Humanidades del Pedagógico a reflexionar sobre este tema. Como imparto Apreciación del Teatro, la Música y la Danza, les propuse hacer una estrategia para educar a jóvenes que asisten a estas funciones.
«Les pareció bien, y salieron a relucir otros aspectos económicos que golpean a la sociedad y que deben ser resueltos. ¿Por qué, por ejemplo, estos artistas tan populares no se presentan a menudo en centros estudiantiles, para que disfruten allí de su trabajo aquellos jóvenes que a veces no tienen la divisa o el equivalente para asistir a las funciones en espacios cerrados? (...). Varios alumnos se quejaron de esa falta de atención y sensibilidad de las agrupaciones y de los organizadores culturales.
«Hay que educar en la casa, en la escuela y en las instituciones acerca de cómo comportarse en un espectáculo, y este tema tiene mucha tela por donde cortar. Los artistas tienen que hacer una cruzada por las escuelas y universidades, como la organizada por Kcho. Se aprecia que cierto grupo de ellos está muy metalizado y juega con un joven público que los adora, mas no puede alcanzar su arte». (María Caridad Pomares Esteban)
Ciertas víctimas de la vanidad...«Estimado Osviel: Aunque no somos amigos, vecinos o miembros de una misma organización o asociación, sí somos compañeros de ideas. Soy asiduo lector del periódico y me gustó mucho su artículo Una onza de vanidad (Osviel Castro Medel, 7 de junio), al punto de que provoqué un debate al respecto en el ómnibus en el que viajaba cuando lo leí, y algunos de mis compañeros manifestaron que era ideal para promocionarlo en un matutino u otro espacio de discusión.
«Fueron pocos los calificativos que usted utilizó al referirse a las víctimas —porque no se le puede llamar de otra manera— de la vanidad. Aunque sea una minoría la que manifieste esos síntomas, la cifra crece. Aquí es muy frecuente, por ejemplo, en personas que trabajan en el turismo. Me gustaría que le dedicara otros artículos al tema y ojalá que los vanidosos lo lean y entiendan su retrato escrito. Siento una gran satisfacción al ver que alguien, además de los educadores, invierte tiempo y recursos para evitar que sigan deteriorándose valores tan importantes para mantener nuestras conquistas». (Miguel Ángel Hernández Méndez, profesor de Química, Instituto Superior Pedagógico Juan Marinello, Matanzas)