Acuse de recibo
Jorge Luis Domínguez Menéndez nunca olvidará aquella mañana del 14 de abril de 2016, de retorno de Guantánamo a La Habana, porque le dejó cicatrices en el cuerpo y en el alma. Todavía se sobresalta cuando recuerda que allí, a la salida de la comunidad granmense de Vado del Yeso, un camión Hino impactó el ómnibus donde viajaba como parte de una comisión del Ministerio de Cultura que había visitado la más oriental de las provincias cubanas.
Diez de los 21 viajeros resultaron heridos, y Jorge Luis entre ellos. De pronto se vio tinto en sangre. Como estaban en un sitio apartado, de escasa circulación, permanecieron cerca de 20 minutos en la carretera. Entre ellos, los que resultaron ilesos auxiliaban a los heridos, hasta que apareció una camioneta, donde lo montaron a él y a otras dos viajeras más, pues eran los más lesionados.
No supo nunca quién era el chofer de la camioneta que los trasladó al hospital Ernesto Che Guevara, de Las Tunas; pero le debe la vida. Solo en la nebulosa del desfallecimiento y el dolor, pudo distinguir que el equipo pertenecía a la Empresa de Ómnibus Nacionales, porque nunca perdió el conocimiento.
En el hospital de Las Tunas, donde los atendieron de inmediato, como en un sueño mágico apareció la enfermera Noraida, más conocida por Nora. En el intento por canalizarle la vena para aplicarle el suero, Nora comenzó a cantarle al oído una canción, para tranquilizarlo. Una dulce canción de la autoría de la enfermera.
Jorge Luis estaba muy lesionado. Recibió 28 puntos de sutura entre la cabeza, la frente y la oreja izquierda, que estaba desprendida y seccionada en dos partes. Estuvo cinco días ingresado en ese hospital, hasta su traslado a La Habana, el 18 de abril. Pero esos cinco días valieron por una vida entera.
Ahora confiesa que también debe la vida a la abnegación y el instinto humano de tantos en el colectivo de la Sala 3C, en especial a la cirujana Dunia, que estuvo cosiéndolo durante más de una hora; al neurólogo Renier y a todos los de Enfermería, que fueron muchos y siempre los tuvo a su lado.
De vez en cuando observa las fotos que se tomó con todos ellos, y no puede entender cómo alguien puede olvidar a quien lo salvó y lo trató con tanto amor y dedicación. Sería muy insensible si no recordara que los compañeros de la Dirección Provincial de Cultura en Las Tunas, con su directora Ladis al frente, no se movieron prácticamente de su lado.
No olvida a los colegas del Centro Provincial de Cine de Las Tunas, que mantuvieron una atención sin límites hacia él y lo acompañaron durante las primeras 40 horas después del accidente, hasta que llegó su esposa desde La Habana.
Jorge Luis me escribió el pasado 8 de junio, día en que se reincorporó a su trabajo como director del proyecto 23 del Icaic. «Y eso, dice, se lo debo a la atención, el humanismo, la solidaridad de nuestro pueblo y nuestro Sistema de Salud».
La graduación escolar de un joven cierra una etapa de su vida y abre otra. Pero, sobre todo, debe ser un momento de reafirmación y orgullo para el egresado y su familia.
Meili Martínez Valdés (calle 9, No. 1512, entre Entrada y 2da., Casino Deportivo, Cerro, La Habana) no podrá recordar con nostalgia la graduación de su hija y 431 bachilleres más, el pasado 7 de junio, en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin.
Ella considera que esta 42 graduación no perpetuó la tradición hermosa de cada ceremonia insignia de la querida «Lenin», en un teatro con todas las condiciones y con la presencia de ambos padres por cada alumno. Primero, porque «sin contar con padres ni alumnos, se dijo de boca en boca, o, diríamos, gracias al celular. No fue nada formal. Primero iba a ser en El Cacahual, y a última hora, por inclemencias del tiempo, se decidió hacerla en el teatro de la escuela, donde la capacidad es reducida.
«Se dijo que solo podía asistir un padre por alumno. ¿Quién le explicaba al otro padre que no podía ir? ¿Quién tiene la culpa de esa situación y de que sus hijos no hayan tenido una graduación como se lo merecían?
«Son el orgullo de cualquier padre y de su país, los mismos jóvenes que, con defectos y virtudes, mañana serán profesionales que contaron en su hoja de vida con esta frustrante graduación de preuniversitario. No obstante, ¡felicidades a todos los graduados de la 42 de la Lenin!».