Acuse de recibo
José Manuel Saker Vidal (calle Primelles No. 910, apto. 26, Cerro, La Habana) cuenta que pacientes quemados que son atendidos por emergencia en el hospital capitalino Calixto García, son remitidos después, para las curas posteriores, al policlínico 19 de Abril, del municipio de Plaza de la Revolución.
El lunes 21 de julio Saker arribó a la consulta de ese policlínico a las 7:30 a.m., para curarse las quemaduras, y fue atendido a las 10:25 a.m. El problema en cuestión es que la consulta para las curas está en un primer piso, y solo se accede por escaleras.
«Había más de 50 pacientes esperando, con sus acompañantes y con el calor característico del verano. Varios pacientes en sillas de rueda y con muletas. Es indescriptible el trabajo que ellos pasan para subir las escaleras, sin ninguna asistencia por parte del personal paramédico del policlínico», señala Saker.
La consulta para curar a los quemados, según él, es chiquita, calurosa y a su entender poco séptica: muchos pacientes, dos especialistas para una sola camilla y una silla en un cuartico pequeño y sin climatización, donde entran y salen pacientes constantemente.
A Saker le pareció algo absurdo tener la consulta para curaciones de quemados en esas condiciones, en un primer piso y solo con acceso por escaleras. Él lo hizo saber en la Vicedirección Asistencial del policlínico, a la secretaria. Y ella le informó que estaban ayudando al Calixto García y no tenían otro lugar, pues de lo contrario los pacientes tendrían que dirigirse al hospital Miguel Enríquez.
«Esto para mí no admite comentarios», subraya Saker.
Mayra Sentí Pérez (Avenida 65, entre 124 y 126, Marianao, La Habana) es una humilde maestra que quiso darse el gusto en sus vacaciones, y reservó con anticipación para seis personas (tres adultos y tres niños) del 24 al 28 de julio en la base de campismo La Laguna, en el Litoral Norte.
El día que arribaron a la instalación tuvieron que esperar en la carpeta, pues las empleadas estaban almorzando. Transcurrida una hora, fue que comenzaron a atender a los huéspedes que entraban, quienes se aglomeraban en una cola.
Y cuando le tocó el turno a Mayra, solo quedaban cabañas de cuatro personas, a pesar de que ella había reservado desde la capital una de seis. Mayra pidió hablar con el Director de la base, quien no se encontraba. Según lo relatado en su misiva, las empleadas le dijeron que ellas no tenían la culpa; que si no quería la cabaña de cuatro capacidades podía regresar a La Habana…
No tuvo otra opción que aceptar la cabaña 33 de cuatro personas. Y cuando llegaron a la misma, se encontraba ocupada por huéspedes. Volvieron a la carpeta, y entonces les dieron la 30, también de cuatro.
Pero al llegar a la 30 les informaron que no tenía llave, pues se había extraviado. Volvieron a carpeta y, lógicamente, se plantaron. Entonces trasladaron a otra cabaña a quienes estaban en la 33 y se la dieron a Mayra y los suyos.
Como si fuera poco aquel comienzo, asegura la lectora que en los cuatro días de estancia, solo el primero tuvieron actividad recreativa. La sala de video cerrada, y sin ventilación ni asientos. El parque infantil todo averiado…
El último día de estancia tuvieron que salir de la cabaña a las nueve de la mañana, pues a esa hora debe llegar el ómnibus de regreso. «Pero eran las tres de la tarde y todavía no había señales de él, sin darnos una explicación por parte del personal de la base. Y sin alimentos para todos los que esperábamos el retorno, entre ellos varios niños y una embarazada».
Con toda razón, Mayra cuestiona:
«¿Por qué mentir a la población, y decir que las condiciones están garantizadas? ¿Dónde están los responsables de ese lugar? Yo no me quejo de los mosquitos, pero sí del maltrato al campista. Si yo pago una cabaña de seis personas, y me dan una de cuatro… ¿adónde fue a parar el resto de mi dinero?».