Acuse de recibo
La pregunta la hizo el lector Daniel Vega Rodríguez, tras asistir el pasado 22 de marzo, junto a su esposa y pequeña hija, a la presentación de la carpa móvil del Circo Nacional de Cuba, levantada a la entrada de la Villa Panamericana, en la capital.
Daniel —quien reside en el barrio habanero de Cojímar, en calle K, No. 3C14, entre 26 y 27— cuenta que disfrutaron en familia los números del circo, de calidad y muy amenos, a pesar del calor propio que generan las carpas en un clima como el de nuestro país.
Su inconformidad fue con la parte humorística del espectáculo: «Primero, un nombrado comediante se dedicó a hacer chistes sexistas, homofóbicos y racistas, no acordes con el mayoritario público infantil. Incluso usó el doble sentido; aunque, por suerte, no empleó palabras soeces ni groseras».
La otra decepción fue la competición que promovió otro payaso entre niños del público. Al llegar el momento de la premiación, dijo textualmente: «Se han ganado un fin de semana con gastos pagos en casa de sus padres». Para Daniel, es un engaño con un público tan sensible y agudo como el infantil. Y eso no se hace.
«A las puertas de la carpa —señala—, se vendían confituras y se alquilaban ponis. Cualquiera de esas opciones hubiera sido válida para premiar humildemente a los pequeños ganadores.
«He asistido al circo desde niño —apunta Daniel—, y sé de la larga tradición de los payasos en Cuba, que ha sido comentada hasta por el erudito don Ciro Bianchi. Tuve la suerte de ver en vida a Trompoloco (Erdwin Fernández), a quien mi difunta abuela idolatraba. Me pregunto qué pensaría Trompoloco de esas actitudes de algunos de sus émulos actuales».
Y este redactor pregunta: ¿No será que ciertos adultos, de aburridos y tediosos que están, aprovechan en pujar chistes para sí mismos y olvidan que están ante niños, sin miramientos hacia el efecto de sus procaces insinuaciones sobre esas criaturas?
Lisneydy Vega Ávila y Juan Carlos Oliver González escriben plenos de sentimientos nobles y virtuosos, desde Conrado Benítez No. 10, en Manatí, provincia de Las Tunas, para agradecer a todos los que han contribuido a salvar la vida de su bebé Luis Carlos Oliver Vega.
La gratitud comienza a dispensarse por los médicos neonatólogos y cardiólogos del Hospital Ernesto Che Guevara, de Las Tunas, que hace más de un año hicieron el diagnóstico certero y oportuno de su hijo: una malformación congénita grave en su corazoncito, que debía ser intervenida quirúrgicamente.
Tampoco olvidarán a los trabajadores del aeropuerto de esa ciudad, que facilitaron el traslado inmediato del bebé y sus familiares a la capital. Ni a los funcionarios del Partido y el Gobierno que los acompañaron en los momentos más duros.
Y recordarán siempre a los especialistas del Cardiocentro del Hospital William Soler, en La Habana, quienes a los 22 días de vida del nené lo sometieron a una intervención quirúrgica de vida o muerte. «Fueron manos milagrosas y sabias que, en las diez horas más largas de nuestras vidas, llenas de inquietudes, agonías y preocupaciones, hicieron la reconstrucción, hasta que al fin, a las 6:10 p.m., pudimos ver a través de los cristales de la sala de terapia intensiva del William Soler, a nuestro pequeño guerrero luchando por su vida».
Cuentan esos padres que el período posoperatorio fue doloroso y difícil, hasta que una luz iluminó el alma de Luis Carlos, y comenzó a mejorar. «Gracias a los doctores Selman, Judith, Monagas, Luis, Machado y Lamber; a las enfermeras, técnicos y paramédicos, y a la energía positiva que transmitimos sus padres, familiares y amigos a este hermoso bebé, que lucha incansablemente por vivir y disfrutar del amor que le rodea», afirman emocionados.
Los padres cuentan que «con una fortaleza increíble Luis Carlos dio sus primeros pasos a los diez meses; ya dice mamá, papá, tata, nené… Y conoce a cada persona que, desde su nacimiento, le ha transmitido cariño, amor y dedicación. El 24 de octubre de 2013 le celebramos su primer añito».
La vida de Luis Carlos es una victoria de todos los cubanos.