Acuse de recibo
«Cuando vemos un problema o algo mal hecho, detrás está la chapucería de esos señores a quienes se les paga un salario para que controlen y no lo hacen, para que eduquen y no lo hacen, para que exijan, y no lo hacen»; refiere en su carta Juan Ramón Hernández, residente en Avenida 37, esquina a calle 248, Edificio 63, apartamento 15, en el reparto capitalino San Agustín.
Y cuenta que meses atrás, en la calle 250 de su barrio la Empresa Eléctrica hizo un pormenorizado trabajo de cambio de postes eléctricos y sus componentes. Pero dejaron una colección de estos últimos regada en las aceras, entre ellos aisladores de cristal y de cerámica, lo cual constituye un peligro potencial para los niños.
Y para colmo, los postes viejos no fueron extraídos en su totalidad; sino que se cortaron, y dejaron grandes tocones, que son un verdadero monumento a la chapucería y afean el ornato público.
Hasta crucetas de los postes quedaron tiradas en las aceras. Y en una parte, dejaron un hueco que constituía un riesgo latente para ancianos y niños, hasta que alguien lo rellenó con piedras y desechos de todo tipo.
«Por qué dejan hierros de los cables tensores de esos postes, que quedan cubiertos por la hierba y las personas se golpean los pies con ellos, sufriendo en ocasiones hasta fracturas? Eso mismo sucede cuando por cualquier causa se quita la barra sostén de una señal de tránsito, o cuando permanecen años y años registros de todo tipo sin sus tapas o rejillas», señala Juan Ramón, extendiendo su análisis a otros abandonos en la ciudad.
«En las cercanías del crucero de ferrocarril que está frente a los Molinos de Trigo en la Avenida del Puerto, revela, hay un registro en la acera por el cual se puede ir al fondo una persona». La tapa falta hace un buen tiempo, señala.
Otra muestra del desorden y la indisciplina social en la capital, según Juan Ramón, es la «moda» de ponerle un pito a los frenos y cloches de los ómnibus y camiones, «con lo cual están acabando con los oídos de media humanidad».
El remitente considera insólito que ello se permita, no solo por los jefes de las entidades de esos choferes, sino también por otras autoridades. «Con ese aditamento, abunda, ya el chofer pierde el control de cuando pita y cuando no; pues cada vez que frena o mete el cloche, pita; no importa que sea a las 12 del día o a las dos de la madrugada; que sea frente a un hospital o una escuela».
Cuenta con asombro Juan Ramón la impunidad con que muchos choferes, y hasta bicitaxistas, han instalado para sus servicios cornetas que solo pueden usarse en carretera, no en la ciudad. Algunos llegan a implantar hasta cinco cornetas, en una especie de terrorismo sonoro.
«¿Medio ambiente? Nada les importa, asegura Juan Ramón. Y tal parece que nadie está tomando medidas al respecto. Yo creo que hay que empezar a pasarles la cuenta a esos chapuceros (a los que hacen y deshacen, y a los que se lo permiten; pues se ha creado un culto a la chapucería, y nadie los para».
Fredys Liberio González escribe desde Ramón Mora 26-A, en Jobabo, provincia de Las Tunas, para denunciar la calidad del agua que están consumiendo los pobladores de esa localidad.
«Es puro fango», describe, y cuenta que el hospital de esa población tuvo que limpiar la tubería, y lo que sacó fue eso: puro fango. Añade que en el canal por donde se bombea el agua para los pobladores, los animales la beben y personas inescrupulosas se bañan.
No menos indignante es lo que sufrió la doctora Beatriz Milián Cabrera, vecina de San José No. 954, apartamento 20-B, entre Aramburu y Hospital, en Centro Habana, en la capital.
Precisa Beatriz que recientemente adquirió una lata grande de Vita Nuova, al precio de 120 pesos, en la tienda de 23 y 10 donde antes estuvo el Ten Cent. Y cuando llegó a su casa y la abrió, fue la sorpresa:
«Estaba lista para botar. El producto malísimo, supercondimentado. Y tuve que colarlo. Lo que saqué ni se sabe si es hierba o condimentos sin triturar. Aquí lo tengo, por si alguien se anima a comprobar lo que estoy diciendo».
En la etiqueta, Beatriz identificó al culpable: producido por UEB Camagüey, fábrica Camalote. Para eso también son las etiquetas.