Acuse de recibo
Hay humo en sus ojos, y no precisamente porque los más crecidos del barrio recuerden con nostalgia aquella memorable canción —Smoke get in your eyes— del conjunto vocal norteamericano Los Platters, en las postrimerías de los años 50. No, según Francisco Vives (calle 96 No. 509, entre 5ta. Avenida y 5ta. A, Playa, Ciudad de La Habana) el vecino centro procesador de alimentos XX Aniversario lleva desde inicios de los 70 contaminando las viviendas colindantes.
Refiere el lector que dicha cocina centralizada trabaja con petróleo, y la altura de sus dos chimeneas, así como la distancia con respecto a las casas colindantes, no cumplen las normas dictadas al respecto por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Tampoco ese centro ha tenido nunca colectores de hollín y sus capuchas han sufrido los embates de huracanes, y así han quedado.
Han sido casi cuatro décadas en que los vecinos han denunciado el fenómeno en las asambleas de rendición de cuentas. Se han elevado quejas al presidente del Consejo Popular, al policlínico correspondiente. Se han escrito cartas a la delegación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) en el municipio. Se ha hablado en innumerables ocasiones con los sucesivos administradores del centro. «Y nada ha sucedido —afirma—; siempre encuentran excusas o prometen soluciones».
Asegura Francisco que toda una manzana y parte de las que la rodean se ven regularmente envueltas en nubes de hollín, que penetran por las ventanas, aunque estén cerradas. Aparte del consabido daño al sistema respiratorio de los vecinos, se suma la afectación de paredes, ventanas, pisos, muebles, cortinas y ropa en general.
«Hay días en que el olor a petróleo quemado es insoportable, manifiesta. Incluso, las emanaciones en ocasiones son tan fuertes que producen irritación en la vista. Y si eso no bastara, hay que agregar la contaminación sonora: el centro trabaja las 24 horas, y de noche y madrugada se escuchan conversaciones en voz alta, música, tirones de latones, ollas, carretillas, descargas de vapor de las calderas…».
Es increíble que con tantas gestiones, ese vecindario no haya resuelto el problema en prácticamente ¡cuatro décadas! Es un récord en las historias que circulan por esta columna. ¿Qué pueden decir tantos que deben responder al respecto?
El pasado 9 de mayo, Rosario B. Hermoso, quien vive frente por frente a las conocidas tomas de agua de Cuatro Caminos, que abastecen muchas pipas de la capital, alertaba del derroche que se registra allí, en medio de tanta escasez del líquido en la capital.
Los choferes de los camiones cisterna abren primero las válvulas y después parquean. El chorro es grande. Y cuando concluyen de llenar la pipa, dejan abierta la válvula, para que el siguiente llene. Durante todo el día, lo que se dilapida es considerable, aseguraba Rosario.
Al respecto, responde Ana Remis Castro, jefa del Departamento de Atención al Cliente de Aguas de La Habana, quien manifiesta que «es cierto que se estaba produciendo despilfarro de agua en la toma (…), motivado por desperfectos en las válvulas de agua, que estaban deterioradas. Y la opción más inmediata que se tomó fue la que la compañera señala. Estos problemas están en vías de solución, y se alertó a los compañeros que en ella trabajan, sobre (la necesidad de) una mayor exigencia y regularidad en el control del preciado líquido. Se van a reparar de inmediato las tomas y las válvulas en desperfecto».
Agradezco la respuesta de Remis, pero lo que no queda claro es por qué, en medio de tantas carencias, permanecían deterioradas las válvulas, provocando el derroche. ¿Es tan difícil atajar a tiempo algo tan sensible a los ojos de los ciudadanos? Entre gota y gota… las explicaciones y excusas se agotan.