«Oh, dulce princesa, eres bella como una flor; qué buen caballo tienes...».
Así decía el personaje de un dibujo animado cuyo principal oficio era vender «hierba, hierba contra el dragón». Así se le podía decir, en principio, a los ómnibus Yutong, aquellos que nos empezaron a salvar no del dragón, pero sí del camello.
Sin embargo, ya a la célebre guagua le ha desaparecido el nombre de princesa hermosa y no precisamente porque haya menguado su velocidad como medio de transporte.
Sucede que la Yutong perdió, en muchos sentidos, la etiqueta y la pompa con las que ganó el respeto y la reverencia de los clientes a lo largo del país. Y bien puede aplicársele ahora aquello de «escobita nueva...».
Recuerdo que, al inicio, en muchos viajes el pasajero sentía al oído una musiquita agradable que decía, por ejemplo: «Nos dirigimos a Bayamo, Ciudad Monumento Nacional, fundada en 1513, segunda villa de Cuba. Sus principales símbolos son...». Y se disfrutaba y aprendía con esa información, en la cual se mezclaban presente con pasado.
A eso se agregaba la voz de locutor principiante del conductor, casi siempre cortés: «Les habla Tony de la Rueda, mi compañero Pepe Timón y yo les damos la bienvenida al ómnibus 0000, de ASTRO. Llegaremos a Ciudad de La Habana aproximadamente a las 7:05 de la mañana. Les comunicamos a los pasajeros que no pueden fumar ni ingerir alimentos dentro del ómnibus. Cualquier inquietud para cambio de asiento, volumen de la música u otra cuestión que pueda hacer más cómodo su viaje nos la informa enseguida...».
Sumemos la limpieza en los pasillos, el confort, las lucecitas en el techo, el aire acondicionado, el forro impecable de los asientos —no hablemos, por favor, de la incomodidad para los «piernilargos»—, los videos gastados y gustados de Marco Antonio Solís...
Hoy, al paso del reloj, muchos de esos detalles volaron a Beijing. Los filmes se evaporaron de varios Yutong porque «los equipos se chivaron»; los forros se llenaron de birrias o desaparecieron; los baños sufrieron la prohibición de que «no pueden usarse», la musiquita suave —incluso la reguetonera— se perdió en la carretera o en uno de esos baches que tanto nos gustan.
A veces hasta la presentación de Tony de la Rueda y Pepe Timón feneció lastimosamente en la curva de Nunca Jamás. Y lo que ganó más fuerza en ellos fue la paradera fuera de terminales, ya para recoger una «cajita», ya para merendar gracias a la gentileza de unos amigos cuentapropistas.
Aunque lo peor está en que, como en otras vertientes de la vida diaria, esos «fallitos» se fueron aceptando tranquilamente. Y terminaron como normas ordinarias.
No generalicemos. Hay ómnibus Yutong que mantienen su swing y su son, pero esos otros que empezaron la marcha atrás preocupan y acongojan. Porque, por desdicha, las actitudes ligadas a la desidia en muchas ocasiones contagian, se expanden.
Siempre que chocamos con esos fenómenos de retroceso, de degeneración, de ocaso, nos flotan en la mente las mismas preguntas, válidas para incontables servicios que comenzaron con lumbres y se colmaron de penumbras: ¿será que la constancia también tuvo un accidente y salió mal herida hasta la eternidad?
Deberíamos creer que no. Deberíamos luchar día tras día —aunque cueste trabajo y nos cansemos— para que a las Yutong y otras cositas que ruedan podamos decirles algún día sin ironía y sin mofa: «Oh, dulce princesa, eres bella como una flor, qué buen caballo tienes...».