Acorralado en una esquina, Donald Trump engrasó el viejo invento del «eje del mal» y lo puso a girar con mentiras convenientes como la de los agentes cubanos. Autor: LAZ Publicado: 11/02/2019 | 10:07 pm
Cada vez que leo la cantinela de que Cuba tiene en Venezuela 24 000 agentes encubiertos, siento unas ganas inmensas de sacar del parqueo mi caballo mambí. Es tan burda la tesis que, en lugar de risa, provoca furor. Por alguna desconocida razón que ya sé de memoria, la cifra de marras coincide exactamente con la plantilla de colaboradores que ahora mismo echamos, en medio del oleaje, un cabo al pueblo que, como el nuestro, se decidió a avanzar con sus fuerzas.
Resulta que no somos, como creíamos, trabajadores de la solidaridad, sino taimados efectivos de un comando de élite que puede, con una bofetada, echar por tierra las imponentes lomas que custodian Caracas y armar, de un tsunami capaz de barrer La Florida, el ateo diluvio comunista. Yo no soy yo; mis vecinos de Luyanó deben cuidarse a mi regreso: el que suponen flaco sereno pudiera ser en realidad un artista marcial de derecha prohibida, y no precisamente por el bolígrafo con que esboza estos artículos que con toda seguridad molestan a tres o cuatro.
No habría de asombrarnos. Resulta que Cuba está incluida en un «eje del mal» que ha sido rescatado tras dormitar por una temporada en los amplios archivos del Pentágono. Ahora lo mudaron de área geográfica: ya no está en Irak, Irán ni en Corea del Norte —primeros merecedores de la inefable clasificación— sino que vino a darse un chapuzón de noticieros en este Caribe aún paradisíaco, a pesar de tanta amenaza del vecino goloso. En la nueva entrega, Venezuela, Nicaragua y Cuba portan la triple corona, así que cualquiera de sus ciudadanos pudiera ser un problema.
Como todo show, este tiene precuela: era el año 2002, desde su trono de Desembarco del Rey, en Washington, George W. Bush gobernaba los Siete Reinos y cuando le encargó a David Frum resumir las «buenas razones» para invadir Irak, el escritor de los discursos del Presidente creó el término de tres palabras letales en cuyo nombre se ha matado en masa al amparo de increíbles bendiciones políticas, incluso de organismos internacionales. Con los años, Libia, Birmania, Zimbabue y Siria conocerían al interior de la piel de sus mapas el filo del término: eje del mal. El infierno no ha acabado para ellos.
Ahí estamos censados, señores, en la «troika de tiranías» que, según el consejero de inseguridad nacional estadounidense, John Bolton, es culpable del sufrimiento humano y la inestabilidad de América Latina. ¡Qué poco sabíamos de Historia!
El hombre que, justo por los días en que se inventó la expresión, menospreciaba la ONU al afirmar que solo Estados Unidos, «único poder real del mundo», podía liderar la comunidad internacional, quiere hoy derrumbar ese «triángulo de terror» que tiene como pilares —¡pobre halcón bigotudo, no sabe con qué se mete!— los pensamientos de Martí, Bolívar y Sandino.
Entonces, en la actual repartición de penitencias nos tocan nuevas sanciones extraterritoriales y sufrir el intento de destapar la caja de Helms-Burton, mucho más maléfica para la política y el comercio internacionales que el irrespetado cofre de Pandora. Claro, Cuba no debe preocuparse, que para algo tiene agentes como nosotros: a menudo, ya lo dije, somos 24 000, pero cuando Luis Almagro o alguno de sus amos tienen el gatillo más alegre, nos cifran en el doble. Hay que suponer que, también, contamos con la capacidad de replicarnos.
No solo somos los blindados agentes de un régimen en otro, sino que estamos tan metidos en el papel que integramos tales comandos aun sin saberlo. Hemos llevado a una fase superior la coraza del infiltrado porque somos espías que se ocultan, a sí mismos, sus propios reclutamientos y secretos.
A la postre, la trama criminal tejida en Venezuela por los 24 000 agentes cubanos ha sido tan cuidadosa que la calzamos con casi un millón y medio de vidas salvadas, con más de un millón 200 000 personas mantenidas en la luz de sus ojos por la Misión —¿castrense?— Milagro, y con más de un millón 800 000 de alfabetizados bajo la «mortal» cartilla creada, en misteriosa clave, por la «presunta» educadora camagüeyana Leonela Relys, fallecida en heroico lecho demasiado subversivo para los gustos del imperio.
Todos esos hijos de Bolívar tienen familias, hogares y cédulas de identidad perfectamente verificables. Para fabricar argumentos tan sólidos, ¿cuántos 007 tendrá Cuba en estos mulatos —y mulatas— jacarandosos?
Esa multitud de venezolanos apoyados por Miraflores y por el Palacio de la Revolución son parte de los invisibles que más de una vez el presidente Maduro ha mencionado a ciertos reporteros occidentales que, en conferencias de prensa, parecen más agitadores ocultos que los cubanos que tanto preocupan a quienes, para «ayudar», no hacen más que sitiar a Caracas. Claro que eso, como suele decir un compatriota que todos tomamos en serio, es otra historia.
Plaza Bolívar: cientos y cientos hacen fila para firmar contra la guerra. ¿Serán agentes cubanos? Foto: AVN
También nos enlista en unidades secretas el Instituto Casla, organización checa «sin fines de lucro» que, con lengua de lacra, afirma que en varios casos de tortura —para sus académicos, Venezuela es un campo de tormento a cielo abierto— los verdugos tenían acento cubano. Vaya, que, imaginando ciertas estampas, supongo que los machacadores ponían al lado de las víctimas un generoso vaso de Havana Club en lo que les exigían severamente algo así como: «¡Asere, acaba de decirme dónde serán las guarimbas!».
Según algunos figurines del odio, los 24 000 agentes nos ocupamos además de controlar a los compatriotas que vinieron, forzados, a Venezuela. La idea pudiera hasta parecer interesante si no fuera porque, como dirían en mi pueblo, después de esa cifra «no hay más pueblo»; o sea, sumando médicos y paramédicos, profesores, ingenieros, técnicos, entrenadores, obreros, asesores e instructores, la suma termina ahí.
Nada… que la comisión de ética de mi querida UPEC tendrá que sancionarme porque he mentido a conciencia. En más de un año en Venezuela no reporté que las ambulancias que tanto cuidamos aquí son poderosos tanques de guerra ni escribí que en el puntero de los profesores va emplazado un sofisticado rayo manipulador de mentes. No supe ver que cuando destacaba la obra de la dulce doctora hacía el elogio de la letal «robocop» de bata blanca.
Ya todos saben que el actual golpe a Venezuela no apareció de golpe, pero un detalle no muy comentado es que —como aquellas bombas racimo tan eficientes para multiplicar los blancos en suelo iraquí— su gran arquitecto aprovecha para pegar, con él, a Gobiernos indómitos que, aunque tienen menos peso específico en el poder mundial, pelean en el ring de la geopolítica, zapatilla con zapatilla, contra el soberbio púgil del short con 13 franjas y 50 estrellas.
Acorralado en una esquina, Donald Trump engrasó el viejo invento del «eje del mal» y lo puso a girar con mentiras convenientes como la de los agentes cubanos. Al principio —como el Juan sin nada descrito para feliz contexto por mi venerado paisano Nicolás Guillén— yo me veía y tocaba y me preguntaba cómo ha podido ser: «¿qué clase de agente sería…?», pero desde hace rato le negué todo gramo de gracia al embuste y, al repasar las bajezas que cobija, siento enormes ganas de ensillar a Palmiche.