Resonancias de un grito necesario. Autor: Adán Iglesias Publicado: 22/02/2025 | 09:48 pm
El año 1895 parecía acercar la promesa del reinicio. En la Cuba que sufría bajo la dominación colonial española la situación se hacía insostenible, y sus hijos más dignos habían ratificado su decisión de levantarse en armas.
Por eso desde el exilio, y a pesar del incesante espionaje español y el acoso federal, José Martí, el poeta, el periodista, el delegado del Partido Revolucionario Cubano, trabaja sin descanso.
Aúna voluntades, usa su voz y su pluma para desnudar los propósitos de autonomistas y anexionistas; convence e integra a los principales jefes de contiendas anteriores; funda un Partido, para unidos y conscientes apostar por una Cuba mejor, y un periódico, Patria, para difundir las ideas de la Revolución; y despliega una febril actividad para recaudar fondos, comprar armas y pertrechos.
Con el nuevo año se ultiman los detalles del plan de alzamiento y tres expediciones con sus respectivos jefes al frente se disponen a salir para Cuba. La hora tan anhelada parece estar más cerca.
Pero, en los primeros días de enero, inesperadamente, y como resultado de traiciones e indiscreciones, la aduana estadounidense incautó las embarcaciones y embargó el cargamento de armas y pertrechos, fruto de casi tres años de intenso trabajo clandestino. «Nos quedamos sin barco, sin armas y sin dinero. Solo había 600 pesos disponibles, después de pagado todo», narró Enrique Loynaz del Castillo. Se perdía así el factor sorpresa, y España, puesta sobre aviso, envió nuevos refuerzos a la Isla.
Mas, cuando al Apóstol solo parecía quedarle el dolor, la rabia, la incertidumbre, su decisión se engrandeció. Entre los patriotas de dentro y fuera de la Mayor de las Antillas, las malas noticias, lejos de amedrentar, hicieron crecer la convicción y confianza en él. «[…]. Martí tiene el don de conmover los corazones con su entusiasmo y su fe…», escribió Ana Betancourt a Gonzalo de Quesada.
El 29 de enero, respondiendo a las demandas de los patriotas, Martí elaboró la resolución que autorizaba el alzamiento simultáneo para la segunda quincena de febrero. El torcedor de tabaco de Tampa Juan de Dios Barrios, tendría la misión de llevar a Cuba la esperada orden, que finalmente cruzó el estrecho de la Florida dentro de un tabaco.
Tras recibirla, Juan Gualberto Gómez, en reunión con los organizadores occidentales del movimiento, concordaron en que la fecha idónea sería el domingo 24 de febrero, día de carnaval, e hicieron circular la propuesta por el país.
«Aceptados giros», telegrafió Juan Gualberto a Martí, tras recibir la confirmación, sobre todo de los jefes orientales. El 31 de enero partió el Apóstol hacia República Dominicana. «Solo falta llegar», escribiría antes en carta a Maceo.
En tierra dominicana, y junto al Generalísimo, el 25 de marzo, firma el Manifiesto de Montecristi. «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber… Para mí, ya es hora», escribe a su amigo dominicano Federico Henríquez Carvajal, ese propio día.
De gallos y ecos
En la Isla, toda ansiedad, desde días antes de la fecha acordada, los principales jefes de la región oriental se internaban en los montes. A pesar de la tuberculosis que le fulminaba, Guillermón Moncada, consecuente con su compromiso con el Maestro, esperaba en los alrededores de Santiago de Cuba y Pedro A. Pérez era todo ardor en las cercanías de Guantánamo.
La tarde de carnaval del 24 de febrero de 1895 presagiaba el final en el poblado de Baire, en el actual municipio santiaguero de Contramaestre, cuando desde la valla de gallos la voz de Saturnino Lora fue reto. Es hora de cambiar las peleas de gallos, por las batallas por la libertad. ¡Viva Cuba libre!, grita y conmina a seguirlo a la plaza, donde, entre disparos, se sella el compromiso con la contienda.
Así, como el grito de Baire, ha trascendido en la historia la arrancada de la que José Martí denominó como «Guerra necesaria y humanista», pero lo cierto es que a pesar de que el levantamiento no se produjo según lo dispuesto en todas las regiones previstas, ese día vibró el grito de Cuba, que tuvo eco en unas 35 comunidades de todo el país.
Los principales líderes de occidente y Las Villas, algunos fueron detenidos y otros nunca se incorporaron. Sin embargo, según lo acordado, Juan Gualberto, Antonio López Coloma, Juan Tranquilino Latapier y otros compañeros, partieron hacia Ibarra, donde al amanecer del 24 de febrero honrarían la palabra empeñada con Martí.
Otros alzamientos aislados se produjeron también en Jagüey Grande, en Los Charcones y Aguada de Pasajeros, en los que descollaron, entre otros, Martín Marrero, Joaquín Pedroso y José Álvarez Ortega, conocido por Matagás.
En el oriente, en cambio, la respuesta fue nutrida. Con la convicción de un hombre agonizante que hasta el final abrazaba su bandera, el coloso de ébano, el general Guillermón Moncada,
arrastró con su prestigio a veteranos y pinos nuevos hasta Jarahueca, Alto Songo.
Bartolomé Masó lideró unos 16 levantamientos en la actual provincia de Granma y se estableció en Bayate; Quintín Banderas, se alzó en San Luis; Alfonso Goulet y el abogado Rafael Portuondo Tamayo, en El Cobre; Victoriano Garzón, en El Caney; Pedro A. Pérez (Periquito), en La Confianza, Guantánamo; José Miró Argenter y Rafael Manduley, en Holguín.
Nuevos aires se insuflaban aquel 24 de febrero de 1895 a la llama libertaria prendida por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, y el pueblo cubano demostraba al mundo su rebeldía, espíritu revolucionario y decisión de continuidad. En lo adelante, a pesar de la precariedad de las fuerzas libertadoras sobre las armas y la pertinaz propaganda autonomista contraria al movimiento armado, el estallido y sostenimiento de la guerra en Santiago de Cuba, Guantánamo, Jiguaní-Baire, Manzanillo, Bayamo y Holguín, facilitaron el desembarco de los principales jefes de la contienda: Antonio Maceo, por Duaba el 1ro. de abril; José Martí y Máximo Gómez, por Playitas de Cajobabo, el 11 de abril de 1895; y la consecuente consolidación de la lucha armada en la Isla.
Raíz y acicate
Aquella guerra sin odios, de «conmovedora y prudente democracia», al decir martiano, que se proponía crear una «república de trabajo» con formas de gobierno «viables, y propias (…)»; que tuvo al frente a hombres excepcionales como José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y a decenas de miles de bravos y abnegados soldados, marcó para el porvenir la espiritualidad nacional.
Aunque luego de tres años de batallar, cuando los cubanos tenían asegurada la victoria, Estados Unidos, que ascendía a potencia mundial, irrumpió en la Isla y le impuso su dominación política y económica, la epopeya popular puso fin a más de cuatro siglos de dominación española en América. A 130 años de aquel 24 de febrero de 1895, en el que salieron a cabalgar las
aspiraciones martianas y se consolidó nuestra identidad y formación como nación, el grito redentor que otra vez tronó en la manigua es resonancia oportuna y acicate que continúa fundamentando la eticidad de nuestras luchas; raíz y clave de nuestra resistencia contra el mismo enemigo podderoso. Aquel reinicio necesario prosigue insuflando nuevos aires a nuestra conciencia independentista, patentiza el llamado a la defensa de la Patria, en condiciones igualmente adversas, y sigue demostrando la importancia de impulsar, con la fuerza de la unidad, el justo proyecto de República: con todos y para el bien de todos, que soñó Martí.
Cuba sigue reclamándonos otros 24 de febrero imbuidos en el mismo patriotismo martiano, consecuentes con la alerta de aquel que vio más temprano que nadie el peligro que significaba el naciente imperialismo estadounidense y hasta hoy nos conmina a impedir a tiempo con la independencia de Cuba que caigan con toda su fuerza sobre nuestras tierras de América. Desde entonces, morir por la Patria es cuestión de vida que reivindica el espíritu de aquella revolución «del decoro, el sacrificio y la cultura», que cimentó su continuidad y sustenta nuestro futuro. Cada 24 de febrero es motivo de combate permanente.