Lecturas
La imputación mendaz adquirió ribetes de verdad inconclusa y el desenlace sobrevino en un abrir y cerrar de ojos. El 25, el gobernador político de La Habana formuló la acusación y dos días después, el 27 de noviembre de 1871, a la una de la tarde, ocho estudiantes del primer año de Medicina de la Universidad de La Habana eran condenados a penas de muerte por fusilamiento, en tanto que otros 35 alumnos del mismo curso recibían penas de presidio. Se les acusó de haber profanado el nicho que, en el cementerio de Espada, guardaba los restos del periodista español Gonzalo Castañón, director de La Voz de Cuba, ídolo y vocero del odioso e intransigente cuerpo de voluntarios, y que fuera ultimado, el 31 de enero de ese año, en Cayo Hueso, por un patriota cubano.
No hubo prueba alguna contra los supuestos profanadores que, pese a su inocencia, afrontaron la muerte con entereza digna de su cubanía. Los detalles de ese suceso, uno de los más horrendos del colonialismo español en Cuba, son suficientemente conocidos. No sucede así con el hecho que desencadenó de manera indirecta ese crimen monstruoso, esto es, la muerte de Castañón en Cayo Hueso. Varían las versiones de ese incidente ocurrido hace 142 años. Este escribidor prefiere atenerse al recuento que del acontecimiento ofrece el historiador Gerardo Castellanos en su libro Motivos de Cayo Hueso, publicado en La Habana en 1935. Hijo de un emigrado revolucionario, Castellanos nació en 1879 en ese peñón del sur de la Florida; vivió allí hasta 1900, cuando se instaló en Cuba, y debió haber escuchado muchas veces de boca de sus mayores el relato de la muerte de Castañón.
He aquí los hechos.
Los cubanos refugiados en Cayo Hueso no escatimaban esfuerzos en apoyo a la Revolución y, hasta donde les era posible, seguían día a día el desarrollo de la guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Las autoridades coloniales veían con ojeriza lo que sucedía en el islote y vigilaban de cerca las actividades de los emigrados. A medida que la colonia cubana crecía en el Cayo y la cooperación con el Ejército Libertador se hacía más frecuente y comprometida, era mayor el encono de los españoles y se les redoblaban las ganas de aniquilar a sus adversarios allí asentados.
En 1870, prácticamente en los comienzos de la Guerra Grande, Juan María (Nito) Reyes, fundó el periódico El Republicano e instaló su oficina en una casa de la calle Duval, la principal del islote, que atraviesa de norte a sur. Quedaba frente a Russell House, un hotel de madera. Nito era uno de los miembros más activos de la comunidad cubana, abierto a todo empeño de cultura y reputado lector de tabaquería, ocupación de prestigio y bien pagada.
En El Republicano, Reyes contó con la ayuda de José Dolores Poyo, también lector de tabaquería, que se convirtió en su editor hasta que, en 1878, fundó él mismo el periódico Yara. Ambos, el 11 de noviembre de 1871, abrieron las puertas del Instituto San Carlos, templo patrio de la cubanía en el Cayo, y al año siguiente, fundaban la Logia Masónica Félix Varela. Eran tiempos en que los cubanos eran mayoría en el territorio y tenían acentuado peso en la política local.
Solo daba a conocer El Republicano materiales relativos a la Revolución redactados de manera vehemente, incendiaria casi. En La Habana aparecía el periódico La Voz de Cuba, bajo la dirección de Castañón, hombre soberbio, valor temerario y posturas intransigentes que había llegado a Cuba en 1866. No ocultaba Castañón su virulencia contra los patriotas criollos y dedicó no pocas páginas de su periódico a flagelar a los emigrados establecidos en el Cayo e incluso a sus mujeres, a las que tildó de prostitutas. Dice Gerardo Castellanos que con ese proceder esperaba exacerbar los ánimos de los periodistas cubanos exiliados y llevarlos a un terreno que había ido abonando a su favor. Contaba con la solidaridad y el apoyo de los españoles más retrógrados y reaccionarios.
No demoraron su respuesta los cubanos. Nito Reyes, en El Republicano, dio una riposta enérgica y viril al periodista español. Tan pronto el artículo llegó a poder de Castañón, el ofensor, en guardia, puso en marcha la primera parte de su plan. En representación de los voluntarios, viajaría al Cayo y allí abofetearía a Reyes y humillaría así a sus compañeros. Con el fin de destapar el escándalo, hizo publicar, el 21 de enero de 1870, una carta en la que demandaba explicaciones al director de El Republicano. Su intención era la de provocar un duelo. Sus seguidores se relamían de contento, confiados en el éxito de la maniobra. Castañón se paseó por La Habana, otorgó testamento y se hizo un retrato heroico en la fotografía de Cohner. Pidió a su amigo León Lenzamuzga que escribiera su biografía si lo mataban, extremo este cumplido imperfectamente por Lenzamuzga en su libro Recuerdos de ultramar.
El 28 de enero partió Castañón. Lo acompañaban un par de amigos, un médico y dos criados. Sus partidarios confiaban en el triunfo de la expedición; esperaban que el plan, cuidadosamente pensado, se desarrollara sin tropiezos. Castañón, luego de abofetear en público a Reyes, eludiría los ataques y cualquier reto a duelo. Se escurriría y aparecería en La Habana como un héroe.
El 29, Castañón y sus acompañantes se hospedaron en Russell House y comenzaron la provocación. Bien sabía el español que el duelo estaba prohibido en el Cayo y esperaba que su algarada pudiera llevar a un proceso judicial.
Escribe Gerardo Castellanos en sus Motivos de Cayo Hueso:
«La emigración cubana era de relieve y agresividad. Funcionaban diversas sociedades y clubes revolucionarios. Las tabaquerías ocupaban a millares de obreros. Existía fraternal identificación entre los nativos y las autoridades. Eran escasos los españoles avecindados. La presencia de Castañón, conocidos su historia y sus flagelos periodísticos contra los cubanos y sus mujeres, produjo revuelo en todos los centros. Las autoridades se dieron cuenta de las consecuencias que aquella atrevida visita podía provocar en el pacífico islote. Pocas veces Cayo Hueso había estado tan alarmado. Los hombres de acción sabían que se imponía algo rápido y muy efectivo. O castigar sin compasión al provocador o resignarse al escarnio. En realidad, no hubo concierto. Las pasiones actuaban aisladamente. Algunos grupos rodeaban y se paseaban frente a Russell House y por la acera de El Republicano para proteger a su director.
«Castañón supo quién era Reyes. A través de sus amigos, propuso una entrevista al cubano. El encuentro tuvo lugar en el restaurante El Louvre, en la calle Front. Reyes acudió cándidamente, sin recelo y desarmado. Se desconoce por qué procedió de esa manera, porque de las cartas cruzadas y de las amenazas de Castañón se desprendía que no habría acuerdo alguno entre el español petulante y agresivo y el modesto patriota. Apenas iniciada la entrevista, Castañón sacó del bolsillo un número de El Republicano y le preguntó si había escrito el artículo que le señalaba. Reyes contestó afirmativamente. Entonces su interlocutor, colérico, le estrujó el papel en la cara y lo abofeteó. Reyes, ante la agresión inesperada, salió a la calle. Gritó: «Cubanos, han ofendido a Cuba».
Se formó un tumulto. Los cubanos corrieron a Russell House. La policía tuvo que intervenir. Denuestos contra Castañón. Se pedía venganza. Cerraron las fábricas de puros. Se abrió un proceso judicial contra el español. El juez le impuso 200 dólares de fianza y fijó el juicio para el primero de mayo siguiente. Sus objetivos estaban casi logrados: había abofeteado a Nito Reyes con el escándalo consiguiente. Por lo demás, el señalamiento del juicio para una fecha tan lejana, le daba la oportunidad de esfumarse de la escena de los hechos.
No sospechó siquiera que a partir de ahí el problema entraría en una crisis verdadera. De inmediato recibió Castañón varios retos a duelo, entre estos el de José Botello, oficial del Ejército Libertador. Castañón dio largas al asunto y discutió uno por uno los lances a los que lo habían retado, incluido el de Mateo Orozco, un virtuoso patriota que se ganaba la vida como vendedor de pan.
Jugaba Castañón dos cartas a la vez. Discutía los posibles lances y no le importaba seguirlos discutiendo porque tenía lista ya la retirada. Aceptó por fin un duelo irregular.
A esas alturas Castañón acariciaba una posibilidad que los cubanos desconocían o pasaban por alto. Precisamente al día siguiente tocaría Cayo Hueso, en su ruta Nueva Orleans-La Habana, un vapor al que los cubanos llamaban La Vaca, por la frecuencia con que transportaba ganado. Los españoles, a esa hora, tenían sus equipajes preparados y estaban listos para embarcar sigilosamente en dicho buque. Castañón había dicho, de manera que llegase a los oídos del público, que no estaba dispuesto a batirse con personas de baja calaña.
Enterado Mateo Orozco del ofensivo comentario y con la sospecha de que Castañón desaparecería en cualquier momento, acudió a Russell House a pedirle explicaciones.
Eran las 11 de la mañana del 31 de enero. Orozco apostrofó al español; Castañón lo empuja. El cubano entonces, como respuesta, le propina unas bofetadas y Castañón corre hacia el interior del hotel a fin de ocultarse tras la escalera central y disparar desde allí sobre su adversario. Dispara también Orozco desde la puerta y acierta por dos veces; una de estas en la ingle de su rival. Se dice que Castañón gritó antes de morir: «¡Viva España con honra!». Orozco pudo escapar.
Los voluntarios de La Habana, en lugar de un héroe, recibieron un cuerpo embutido en un ataúd de hielo. El entierro fue un acontecimiento. Los voluntarios siguieron al féretro hasta el cementerio de Espada. En la puerta de la necrópolis, el bilioso poeta Francisco de Campodrón recitó una composición en homenaje al difunto.
Un tribunal de Cayo Hueso estimó que Mateo Orozco había actuado en legítima defensa de Nito Reyes y lo absolvió de toda culpa. Se convirtió en un héroe.