Ilustración. Autor: Internet Publicado: 01/06/2020 | 10:03 pm
Cuentan las sagas republicanas, y a lo mejor un día los estudios Marvel convierten la anécdota en una película, que, de niño, el senador gusano americano Marco Rubio entornaba los ojitos y le decía a su abuelo que un día derrocaría a Fidel Castro y se convertiría en presidente de Cuba. Invicto en su esquina, animado por millones de cubanos, en todo caso el gran luchador de Birán se aburriría de esperar la llegada de tal retador hasta el día de noviembre en que, invicto, partió a pelear, desde una piedra, echando perenne luz a la patria frente a enemigos innobles.
En el Norte, el tiempo pasó y voló un águila sobre el… mal, así que al muchacho, ya hombre y probablemente sin abuelo que le celebrase el sueño, se le ocurrió además erigirse alguna vez en el primer presidente latino de Estados Unidos, faena que en cierto modo —dado que requiere talentos para el dinero, la intriga y la trampa— pudiera quedarle más a la mano que su idea de venir al Palacio de la Revolución a quitarle el apellido. Así que Marquitos, como deliciosamente le bautizara en campaña de urnas su amado exrival Donald Trump, se puso manos a la obra.
Con un origen ladinoamericano, porque en su familia —que, agobiada por la economía, «voló» de La Habana tres años antes de que, de la Sierra, bajara Fidel— el cambio de casacas y hasta el vínculo con el narco y las mafias no es ninguna novedad, Rubio entendió muy temprano que su mejor camino al ascenso era complicar la existencia a los cubanos y emprender la vieja «cruzada» contra el comunismo. Hacer mal a Cuba le ha sido tan rentable políticamente que lo instaló en 2011 en el Senado, cámara en la que ha integrado los comités de Asignaciones, Relaciones Exteriores y de Inteligencia.
Marco Rubio disputó efímeramente la nominación republicana a la presidencia en 2016, pero mudó a tiempo el pellejo: si en el calor de los debates llegó a pronosticar —¡certeramente!— que, con una victoria de Trump, Estados Unidos sería el hazmerreír del planeta, en la elucubración de la derrota asimiló que le tocaba ser su alfombra y esperar, aunque a menudo el payaso se ría de él. Mientras tanto, algo podría hacerse contra Cuba.
Su odio ha obrado en política como espejo de causa y efecto: por un lado, la promoción del cerco más feroz a la Revolución le llevó a destacarse entre la derecha de la derecha republicana y alcanzar la presidencia del subcomité para los Asuntos del Hemisferio Occidental, en el Comité de Relaciones Exteriores; por el otro, ese puesto le abrió nuevas cajas de herramientas para recrudecer las medidas contra una tierra que no sabe amar ni ha pisado, pero que fue la cuna de sus ascendientes.
Carente de toda evidencia científica, Rubio promovió la confrontación bilateral en torno a los supuestos «ataques acústicos» que tanto rehielo han amparado, además de empujar y pujar por la activación plena de la Ley Helms-Burton y por la cancelación —para «apoyar la democracia», según sus palabras— del acuerdo de la Federación Cubana de Béisbol con la MLB.
De manitas con su colega Bob Menéndez, presentó ante el Congreso, hace justamente un año, un proyecto de ley para prohibir el reconocimiento oficial o los derechos de marcas comerciales cubanas en Estados Unidos que estos ladrones titularon «Ninguna marca robada reconocida en Estados Unidos». Ha sido, además, un sabueso de la persecución y el chantaje a terceros.
Ahora que su poder ha aumentado y Cuba —¿casualmente?— fue colocada en una lista de naciones que no ayudan a Washington en la «lucha» contra el terrorismo, debe recordarse la perreta del senador cuando en 2015 nuestra patria era retirada de una relación muy parecida.
Pues, increíblemente, es en el carcomido Marco de tal personaje, nombrándolo presidente interino, en el cual Estados Unidos confía el trabajo del Comité Selecto de Inteligencia del Senado tras la renuncia de Richard Burr, senador bajo sospechas de cometer fullerías financieras en el río revuelto de la pandemia. Aquí vale la pregunta de qué será peor, ¿la enfermedad o el remedio?
De momento, es impreciso el tiempo que Rubio estará en el cargo, pero no hay nada bueno que esperar de la promoción, ¡mucho menos los cubanos! Con información de inteligencia altamente privilegiada en sus manos y con la supervisión de agencias de seguridad que viven de hacer el mal, no sería extraño que al senador se le revolviera, en leyes y sanciones, su viejo delirio cubano. Menos mal que, a la hora cero, del lado de acá tenemos al gladiador sin derrota que baja fiebres similares y, cuando haga falta, saldrá de la piedra para convertirse, en manos de cualquier niño, en una pedrada contra el intruso.