Yusdari y sus niños vivían, al principio, en una casa con paredes de saco, que han ido cambiando. Autor: Osviel Castro Medel Publicado: 24/07/2019 | 05:54 pm
BAYAMO, GRANMA.— Allí donde termina —o comienza— la ciudad, recorriendo más de un kilómetro desde el crucero de ferrocarril hacia el aparente monte, hay un barrio «escondido», poblado de centenares de casas que estremecen a primera vista, nacidas casi todas con un signo: los pisos de tierra.
Muchas son viviendas a «medio hacer», que parecen construidas a todo galope sobre el terraplén sinuoso, al fondo del reparto Francisco Vicente Aguilera, conocido popularmente como Tamayito.
El caserío se llama El Esplendor y creció con habitantes de lugares disímiles, quienes se mudaron de manera subrepticia, pasando por encima de las tendederas eléctricas, problemas con el abasto de agua y otras dificultades.
«Aquí había solo como diez casas hace 14 años cuando nos mudamos; ahora son más de cien. Dimos el paso para estar cerca de Bayamo. Al principio pasábamos trabajo, pero hemos ido cambiando. Hoy, por ejemplo, ya tenemos corriente eléctrica, agua y algo muy importante: un piso», comenta Yusdari Fonseca Silvera, quien llegó desde el costero municipio de Media Luna, a 85 kilómetros de la Ciudad Monumento.
«Residíamos en la parte urbana, decidimos arriesgarnos buscando mejor vida. No ha sido fácil», aclara.
Ahora mira a sus dos niños, de ocho y 11 años, y confiesa que la salud del varón ha mejorado porque las alergias al polvo se hicieron mucho más espaciadas.
La mujer, de 31 abriles, no es la única que ha visto la metamorfosis, pues varios en El Esplendor, como Marisel Milanés Leyva, han ido cumpliendo sus primeros sueños: saltar de la «tierra pelada» a una superficie brillosa.
«Yo vine hace ocho años desde Tercer Frente, en Santiago de Cuba, junto a mi mamá, quien está ciega. Ahora vivo con ella, mi esposo y un hijastro; no tenemos todavía todas las condiciones porque la casa no es buena. Sin embargo, vamos mejorando», afirma Marisel.
«Cuando el piso es de tierra todo se dificulta: la convivencia, la higiene, la existencia. Vives y mueres limpiando y no se ve el resultado. Ahora es distinto con esto», agrega mientras apunta con el índice el hormigón pulido por el que camina.
No lejos de su casa, Fidel Casanova Casanova, un hombre de 59 años que vive solo, reconoce que antes era difícil estar en la vivienda por el polvo que levantaba el ventilador en medio del calor. «Se nota el avance», dice sonriendo este albañil, quien sí residía dentro de la ciudad antes de mudarse a este barrio.
Corriendo
Detrás de esas historias, se encuentran numerosas gestiones de «corre-corre» de Oscar Pompa Rondón, el delegado del Poder Popular en la circunscripción 107, a la cual pertenece El Esplendor.
«Me ha tocado una tarea dura, aunque muy linda porque uno ve cómo las personas progresan algo. Hay electores que creen que les toca primero; nosotros, en el grupo de trabajo comunitario, vamos priorizando a los más necesitados», asegura.
Él, quien labora como mecánico A en un taller de Ómnibus Nacionales, explica que unos 400 casos —casi la mitad de las moradas— de su circunscripción están enlistados para aniquilar el piso de tierra.
«Este año hemos solucionado 16. Siempre les digo a los electores que tengan calma, este era un barrio de ranchitos cayéndose y de agua al pecho, que surgió ilegalmente; hoy es otra cosa.
«Yo hago esa reflexión con ellos y la mayoría me entiende. Saben que este programa es de la Revolución y la Revolución siempre piensa en los más humildes», sentencia.
Oscar lleva cinco mandatos como delegado porque se ha hecho creíble y porque cuando han surgido gestiones —como las de buscar los materiales constructivos para poner el piso de un vecino— él ha ayudado a concretarlas por diversas vías.
«Cada vez que nos llaman de Vivienda para decirnos que están los materiales de una familia salimos a buscarlos en un tractor particular o en otro transporte», expresa.
Este representante del pueblo está entre quienes han entendido el papel motivador y aglutinador de los dirigentes de la base, y también puede contarse entre los que han interiorizado las palabras del Presidente de los Consejos de Estados y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, referentes a que debe dolernos ver personas viviendo en malas condiciones y a que en Revolución nadie debe vivir en piso de tierra.
Por eso, Oscar se muestra optimista respecto a El Esplendor y cree que más temprano que tarde la larga lista de casos con ese problema desaparecerá.
Tarea compleja
Las tres personas mencionadas al principio figuran entre los más de 2 400 viviendas que en Granma dejaron de tener «pisos de tierra» este año.
La cifra todavía está lejos de cumplir las expectativas populares, porque en la provincia existen 50 130 casos con esa condición.
No obstante, como señala el director de Vivienda en Granma, Yesser Izaguirre Ojeda, en años precedentes —desde 2012— apenas se erradicaban de cien a 150 pisos de tierra anualmente; por lo tanto ha habido un progreso considerable en 2019.
«No es una tarea fácil por la cantidad de personas involucradas, pero estamos convencidos de que sí es posible cambiar esta realidad. Una de las ventajas para los beneficiados radica en que el precio de los materiales —que incluye el cemento— no sobrepasa los 300 pesos», acota.
«Se han establecido diversos mecanismos para eliminar los pisos de tierra; hay desde construcciones por esfuerzo propio, hasta participación de organismos estatales. A las personas con menos posibilidades se les concede un subsidio para que puedan agilizar estas diligencias», explica.
«La gran mayoría de los pisos de tierra están situados en los barrios periféricos de las ciudades y en la zona rural; el concepto es que no quede ni una sola persona, en ningún lugar del país, en esas condiciones».
Claro que es una meta difícil, gigantesca, pero no imposible. Lo pueden decir, a los cuatro vientos, varios vecinos del humildísimo caserío de El Esplendor, quienes viven aferrados a ese nombre y a toda la esperanza o la lucha que habita en él.