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La zoología de los indisciplinados

Conductas irresponsables afectan el buen trabajo de una emblemática institución tunera

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Los parques zoológicos clasifican entre las opciones recreativas más aceptadas. Según las estadísticas, existen en el mundo unas 10 000 instalaciones de ese perfil, con una población conjunta de más de tres millones de animales.

El poder de atracción ejercido por estos establecimientos es fabuloso. Tanto, que alrededor de 600 millones de personas los visitan cada año. Es comprensible, pues se trata de una oportunidad única para admirar in situ a criaturas salvajes desarraigadas de su hábitat y poco dadas a la sumisión.

El surgimiento de los zoológicos es remoto. En Egipto, los faraones exhibían en público animales exóticos como símbolo de poder. Los emperadores aztecas los ponían a la vista en sus jardines. En la Grecia clásica hacían lo mismo con los traídos por Alejandro Magno allende las fronteras. Y en Roma los criaban y atendían… ¡para matarlos luego en el Coliseo!

El zoológico más antiguo de la era moderna es el de Viena.  Fundado en 1752, aún hace las delicias de los visitantes en la capital austriaca. Unas pocas décadas después, y tras la Revolución Francesa, fue inaugurado el Jardín de las Plantas, en París. En el continente americano, tal honor le asiste al zoológico de Nueva York. Abrió sus puertas en 1864 y cuenta con una de las mayores colecciones de animales del mundo.

Así surgieron en Cuba

En Cuba el primer zoológico debutó en 1900 en el habanero Campo de Marte, luego llamado Parque de la Fraternidad. Según el sitio digital La Pluma del Tocororo, era tan modesto «que en sus comienzos estuvo limitado a un estanque rectangular con una representación en miniatura de la Isla en el centro. Allí se exhibían dos pequeños ejemplares de cocodrilo».

Algunos años después, en la finca Las Delicias, en el reparto Palatino, la aristócrata Rosalía Abreu comenzó a hacer época por su amor a los animales. En el patio de su casa embelesaba a sus invitados con sus repertorios de guacamayos, papagayos, canarios, pavos reales, patos, gallos japoneses, águilas, osos, ciervos, conejos, caballos y hasta un elefante.

«En jaulas reforzadas habitaban, además, un temible tigre, un oso pardo y un cocodrilo con un laguito privado —dice Jorge Oller en el blog VerbiClara—. Jaulas enormes abrigaban distintas clases de monos. Era el primer zoológico en Cuba que reunía aves, mamíferos y reptiles, casi todos traídos de Asia y África y atendidos personalmente por Doña Rosalía, auxiliada por una veintena de criados y jornaleros».

La colonia de primates se incrementó tanto que los habaneros de la época comenzaron a llamar al lugar La Finca de los Monos. A la sazón, Rosalía había comenzado a estudiar algunas singularidades de sus simios. En sus observaciones creyó notar rasgos de inteligencia en ciertos chimpancés.

Llegó tan lejos en las pesquisas que le hizo decir al sabio norteamericano Robert Yerkes, precursor del estudio comparado de la inteligencia de humanos y primates: «En La Finca de los Monos está ocurriendo un experimento antropológico jamás realizado». Entre sus aportes figuró el primer chimpancé del mundo nacido en cautiverio, el 27 de abril de 1915.

Pero el pionero de los zoo cubanos de corte moderno data de 1938, cuando Abelardo Moreno y varios académicos organizaron un patronato que dio origen al popular Zoológico de 26, con su célebre manada de chimpancés. Luego de 1959 fue remozado. Llegó a ser uno de los diez más visitados del planeta.

Finalmente, la instalación se hizo pequeña y se decidió concebir una a tono con las prácticas más contemporáneas, donde los animales vivieran en condiciones similares a su hábitat natural. Nacía así el Zoológico Nacional, fundado en las afueras de la capital el 24 de marzo de 1984.

En Las Tunas

Enclavado en un paraíso de clorofila de 12 hectáreas, en la periferia de la ciudad, el zoológico tunero deviene ofrenda para la mirada. No pudo elegirse mejor sitio que este, cercano a El Cornito, el vergel de cañas de bambú donde nació el poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé.

«Llevamos 22 años de trabajo —afirma Roberto González Reyes, director y fundador de la instalación—. Y con buenos resultados, según las evaluaciones correspondientes. Hoy ocupamos el cuarto lugar entre los 24 zoológicos existentes en Cuba. Tenemos en exhibición aves, reptiles, primates y herbívoros. En total son 367 animales de 67 especies, de estas algunas exóticas. El año pasado sumamos más de 150 000 visitantes. Y en este esperamos superar esa cifra».

Uno de los éxitos más sonados de esta galería de animales fue la llegada de Solito, su primer avestruz nacido en cautiverio. Cuando rompió el cascarón, después de cumplir su ciclo en una incubadora, pesó tres libras. De su atención se encargó Odalys Álvarez, cuidadora de la sección de aves. Ella manifiesta orgullo por su centro de trabajo. Aunque…

«El único problema aquí son las indisciplinas de algunas personas —dice Odalys—. Por esa razón hemos perdido varios animales. Como un ñandú, que murió porque alguien, desde la cerca, lo provocó para que abriera la boca y luego le introdujo un pedazo de alambre hasta el fondo de la garganta.

«Una pareja de carabos donada por un visitante corrió igual suerte —agrega la trabajadora—. Les extendieron unos palitos de madera, y, cuando las aves los apretaron con sus patas, halaron con fuerza y les dislocaron las extremidades.

«En una ocasión, el veterinario tuvo que atajar a un sujeto que se llevaba una paloma. Han logrado robarse aves de fantasía, como agapornis de amor y tórtolas de collar. A otras les sustraen los huevos o les lastiman los pichones».

No son los únicos casos, empero. Según relata Odalys, la autopsia a un avestruz fallecido en circunstancias dudosas confirmó una sospecha: tenía en el «buche» una bonita suma de dinero en monedas de diferentes denominaciones, desde «pesos amarillos» hasta meros centavos. Gente irresponsable se las lanzó desde la cerca como si tal proceder fuera una gracia.

A los reptiles no les va mejor. Dos majás de Santa María murieron como consecuencia de lesiones en las mandíbulas provocadas por objetos de metal manipulados por insensatos desde el exterior de las mallas de seguridad. Hace un tiempo, un cocodrilo perdió un ojo de una pedrada. Otro más pequeño pasó a mejor vida por iguales motivos...

«El caso de los primates avergüenza —certifica el doctor Orlando Castellanos, veterinario del centro—. Perdimos un mono macaco por comerse los ajíes que un visitante arrojó en su jaula. Eso, a pesar de la advertencia de que no se debe proporcionar alimentos a los animales. El estrés de la hembra por la muerte de su pareja es tal que se arranca el pelo.

«Las bebidas alcohólicas están prohibidas en todas las áreas del zoológico —continúa el galeno—. Sin embargo, algunos consiguen introducirlas, y en ciertas ocasiones han pretendido que los monos beban. ¿Se imagina? Es un proceder incivilizado. He discutido fuerte con más de uno de ellos».

—¿Por qué ocurren estos hechos? ¿Falta vigilancia?

—El problema no es masivo, sino de unos pocos inconscientes  que aprovechan cualquier descuido para hacer de las suyas —dice Odalys—. En una instalación tan grande como esta, que no tiene guías, los cuidadores no podemos estar en todas partes. Máxime cuando el público se dispersa según sus gustos.

El doctor Castellanos acota que se proyecta construir un aula ecológica para ofrecer información a los visitantes en torno a la educación ambiental y al cuidado de la naturaleza. El público debe conocer que la vida de un animal de zoológico es muy simple. Tras sus barrotes, ya no tiene que apelar a los instintos para los que evolucionó durante millones de años. Tampoco apreciará peligro alguno dentro de su jaula. Por eso resulta mezquino, irrespetuoso y denigrante maltratarlos.

«Muchas personas no se percatan de que nuestros animales son de exhibición, no de circo —añade—. Quieren que el león ruja todo el tiempo, que el cocodrilo salga del agua, que el chimpancé haga «monerías», que el avestruz corra dentro de su corral… Como no lo logran, los provocan y les lanzan objetos, incluyendo comestibles contraindicados en sus dietas.

«Deberían aprovechar más la oportunidad de aprender y ver de cerca nuestros animales. Algunos de ellos son exclusivos de nuestra institución; como el mono araña dorado, que no lo hay ni en el Zoológico Nacional. También tenemos chivos enanos,  antílopes de la India, búfalos de agua, pavos reales, leones africanos, flamencos, iguanas, cebras, periquitos… Es una vergüenza que haya quienes los sometan a maltrato».

La mayoría de estas conductas las protagonizan adultos. Lo peor es que casi siempre andan acompañados de niños, quienes, a su imagen y semejanza, las asumen luego como paradigmas. A dos de ellos los vi rondar las arboledas armados de tirapiedras. Y una pequeñina, a instancias de su papá, quiso que un mono se comiera un chupa-chupa. Cierto es que constituyen minoría. Pero, mientras persistan sus acciones, la vigilancia colectiva debe estar a la orden».

Rugidos, gorjeos y clamores

En el Zoológico de Las Tunas la mortalidad entre los animales es mínima. Las epidemias y las enfermedades apenas tienen incidencia. «Casi todos los decesos son por accidentes evitables —asegura el doctor Castellanos—. Con un mínimo de sensibilidad y de respeto de las personas hacia las criaturas exóticas que aquí exhibimos, el problema estará resuelto».

Sin embargo, hay otra cuestión por resolver. En todas las área existen tablillas con el nombre científico y la clasificación de cada animal. Los vándalos las arrancan y las lanzan dentro de las jaulas. Más de una vez los trabajadores del zoológico han tenido que cambiarlas y hasta atornillarlas.

«Es para preocuparse, realmente. Pienso que está bien lo del aula ecológica, con su programa de educación ambiental y su charla sobre el cuidado de la naturaleza. Pero en el zoológico tunero hace falta algo más fuerte contra los irresponsables que maltratan a sus animales, se los roban, los lastiman, les escamotean sus huevos y hasta les ocasionan la muerte».

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