Acuse de recibo
Con la COVID-19 se han activado muchos mecanismos solidarios para procurar la alimentación familiar y ante las consiguientes colas. Pero, desafortunadamente, hay gente muy sola, que no precisamente requiere de apoyo material o de recursos, sino de facilidades para hacer sus compras, por la situación excepcional en que vive.
Ese es el caso de Raquel Más García, una mujer que reside en Lealtad 1075, entre Carmen y Rastro, en Centro Habana, en la capital, con su padre de 92 años, quien padece de epilepsia senil, hipertensión crónica, problemas de estabilidad física y otros achaques de la edad. Y son ellos dos solitos, sin un familiar más.
Raquel, con una trayectoria profesional de 25 años en Cimex, tuvo que renunciar a todo y acogerse a una prestación de la Asistencia Social como cuidadora de su padre, por el fallecimiento de su madre hace un año. Y en situaciones normales, se daba una escapadita solo para comprar los alimentos.
Pero en la medida en que se ha complicado el tema de la alimentación y se han alargado y complicado las colas, Raquel no puede abandonar a su padre tanto tiempo, y tampoco tiene un letrero en la frente que exprese que ella es una persona con una gran carga, que no puede dejar a su padre solo mucho tiempo.
Ella aclara en su carta que no busca apoyo material, sino solidaridad. Dice que habló hace una semana con el presidente del consejo popular Los Sitios, donde ella vive, para que la apoyara con alguna solución. Y él le dijo que no tenía facultad para resolver, que tenía que elevarlo al presidente del gobierno municipal. Y no ha tenido más respuesta al respecto. Está desesperada.
Raquel desearía que, dada su situación excepcional, se le permitiera intercalarse en la cola que deba hacer, con el consiguiente permiso oficial por escrito. Porque hasta ahora, ha dependido de la buena voluntad de algún policía que organiza la cola. Pero no siempre puede lograrlo.
Ante este y otros casos similares, que no son el anciano solo que recibe en su casa las compras, uno se pregunta por qué la solidaridad requiere vistos buenos, al punto de que haya que «elevar» el drama de una mujer sola al cuidado de su padre, para que pueda acceder a lo mínimo. Quizá en el propio barrio haya un trabajador social, o al menos una persona digna, que pueda darle una mano.
Juan Andrés Bocourt Muñoz (calle 25, edificio 25 009, apto. 12, San Agustín, La Lisa, La Habana) cuenta que allí un vertimiento de aguas albañales se ha extendido en el tiempo, ante la vista cómplice de todos.
Cuestionamiento recurrente en las asambleas de rendición de cuenta y motivo de gestiones de la delegada ante diferentes niveles, el problema no encuentra una solución, ni siquiera ahora en medio de la COVID-19, cuando urgen tantas medidas de protección de la salud.
«La referida zona se inunda, explica, el agua putrefacta vierte a un río. Para acudir o regresar del consultorio médico hay que transitar obligatoriamente sobre el vertimiento».
Señala Bocourt que es inadmisible que por más de 15 años y con tantos intentos fallidos, Aguas de La Habana no haya podido erradicar esa inmundicia. «Esta cruda realidad la vivimos hoy desde nuestros propios hogares quienes permanecemos confinados en aislamiento voluntario.
«Somos población generalmente envejecida, enfermos, embarazadas, mujeres y niños pequeños, que nos sentimos desprotegidos ante este abandono. En nuestro caso sobran las comisiones y justificaciones y urgen hechos concretos».