La pareja, con sus buenos momentos de encuentro, es un excelente espacio para aprender a disfrutar en compañía y soportar la soledad
H.M.: Nunca había tenido una relación tan buena como ahora. Por primera vez he disfrutado en la intimidad. Además, me siento amada como nunca. Sin embargo, me he sorprendido agrediendo a mi novio por aparentes trivialidades. Si llega tarde o no me presta mucha atención, me enloquece la idea de que me es infiel o no me quiere como antes. Le reclamo y él se queda sin saber qué decirme. Con su silencio empeoro. No sé por qué me pasa esto. ¿Qué debo hacer?
La pareja, con sus buenos momentos de encuentro, es un excelente espacio para aprender a disfrutar en compañía y soportar la soledad; establecer conexiones que por momentos se sueltan; descubrir en los otros aquello que detestamos de nosotros mismos. Nos reta a encontrar maneras de lidiar con la diferencia que cada ser humano representa: la coexistencia de lo amable y odiable en un mismo lugar.
Este tipo de exabruptos responde a asuntos que se van del control voluntario. Deseamos fundirnos con la otra persona, ser lo único que cuenta la mayor parte del tiempo.
Para muchas mujeres, sentirse amadas es sentirse únicas. Esa exclusividad la exigen a nivel radical. Experimentan riesgo cada vez que ellos muestran interés por algo más: hobbies, amigos, familiares queridos…
La violencia aparece cuando la palabra se ausenta. De repente se quiere acabar con eso del otro que nos exaspera. Y lastimamos también el amor. En ocasiones, proyectamos en la otra persona aquello que es nuestro. Tal vez, somos nosotros los que no estamos dentro de la relación tanto como exigimos al otro. Por todas estas razones, valdría detenernos antes de dejar crecer esa irá que daña.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Sicología Clínica