Es posible cambiar de posición ante estos impulsos que parecen incontrolables. Solo que es preciso comprender nuestra posición ante ellos, las razones por las cuales sucumbimos. Se requiere encontrar maneras nuevas de arreglarse con eso que nos llama al acto
T.E.: Miro con desenfado a las chicas que me pasan por el lado en la calle. Confieso que tras varios años de soltería me sentía libre de admirar; luego esa costumbre se ha conjugado con mi otra de observador para pintar. Me causa problemas, porque lo hago sin darme cuenta, casi automático, sin lujuria en la mayoría de los casos. Pero eso incomoda a tu pareja muchísimo, y lo entiendo, pues se toma por irrespeto. Si tu novia es celosa esto es un caos. A mí me cuesta controlar mi instinto y debo hacerlo.
Tal vez debas interrogar ese «me cuesta controlar», con un profesional. ¿Qué te cuesta? ¿Qué es lo que se repite en este mirar compulsivo? ¿Qué lo hace incontrolable? ¿Dónde quedas? ¿Qué deseas? ¿Quieres en verdad dejar de hacerlo?
Es posible cambiar de posición ante estos impulsos que parecen incontrolables. Solo que es preciso comprender nuestra posición ante ellos, las razones por las cuales sucumbimos. Se requiere encontrar maneras nuevas de arreglarse con eso que nos llama al acto, sin ir más allá del placer.
Debe ser difícil dejar de ser el observador de mujeres solo porque lo exige otra mujer a quien en ningún momento logras llamar «mi» novia.
La presencia física de tu novia no parece suficiente. En ese instante, estas a solas con esas fantasías. En situaciones como esta parece que nos empujan a lo mismo. Es como si respondiésemos a un llamado al que solo podemos obedecer, a pesar de que pasemos de sentir placer a experimentar displacer. Ya Freud llamó a este empuje pulsión, no instinto. Es posible tomar nuevamente las riendas, pero ¿en verdad eso es lo que quisieras? ¿lo quieres tú o tu novia?