Esa práctica debería prolongarse a lo largo de la vida y llegar a la vejez
Nadie puede pertenecer jamás a otro… El amor es un contrato libre que se inicia en un chispazo y puede concluir del mismo modo.
Isabel Allende.
La pasada semana abordamos el tema del consentimiento como parte de una relación erótica o afectiva, e insistimos en la necesidad de educar desde la infancia en el respeto al cuerpo propio y ajeno, como también a los sentimientos y elecciones cotidianas.
Esa práctica debería prolongarse a lo largo de la vida y llegar a la vejez, e incluir a personas con capacidades físicas e intelectuales diferentes, en cuya atención tambien es importante tener en cuenta el derecho a consentir (o no) determinadas caricias, frases, bromas, captura de fotos o videos, lenguajes y temas de conversación.
Este consentimiento no debe darse por hecho en ningún caso, por mucha jerarquía, dependencia o proximidad afectiva que exista entre ambos. Incluso una palabrota mal ubicada o una selfie sin previo aviso puede sentirse como una agresión a su integridad y su credo en asuntos de sexualidad.
De manera general, las relaciones en la adultez suelen caracterizarse por una mayor estabilidad y madurez emocional, pero esto no elimina el riesgo de que la dignidad e integridad física se vean comprometidas por una falta de tacto al dirigirse a la otra persona.
De hecho, muchas parejas asumen erróneamente que el matrimonio o la convivencia implican una obligación sexual permanente, cuando en realidad cada acto debe contar con el consentimiento explícito de ambos participantes, teniendo en cuenta su deseo, estado emocional y de salud.
En Cuba, la violación dentro del matrimonio es un delito sancionado, lo cual refleja el reconocimiento legal de que la coacción en las relaciones de pareja no es aceptable bajo ninguna circunstancia.
En la tercera edad, el consentimiento sigue siendo un tema relevante, aunque a menudo es invisibilizado. Factores como la dependencia económica, la salud mental y las enfermedades degenerativas pueden afectar la capacidad de una persona para dar un consentimiento válido.
Además, la percepción social de la sexualidad como nula en la vejez puede llevar a que muchas personas no denuncien situaciones de abuso o coerción.
La legislación cubana protege a los adultos mayores de cualquier forma de violencia o explotación, garantiza su derecho a la autonomía y a la toma de decisiones sobre su vida íntima.
Un ejemplo típico de cuán frecuentemente se viola esa necesidad de permisos es el aseo íntimo de una persona que no puede valerse por sí misma, sobre todo en generaciones mayores, criadas con un sentido del pudor mucho más rígido: lo que para alguien joven no es maltrato, ella o él pueden vivenciarlo con tristeza como abuso sexual.
No importa si eres su pareja o pariente, si eres personal de salud o te contrataron para su cuidado: cada vez que sea preciso invadir su espacio corporal y manipular sus genitales u otra parte que considere especialmente privada (como el pecho, los pies, los oídos, los glúteos…) es imprescindible avisarle, pedir su consentimiento y hablarle con naturalidad sobre la razón de la acción, no demorarla innecesariamente ni hacer bromas que resalten esa incómoda vulnerabilidad.
El Código Penal cubano establece penas severas para quienes cometen delitos contra la libertad sexual. La violación, el abuso sexual y el acoso son agresiones tipificadas, cualquiera sea la relación entre la víctima y el agresor.
En particular, la reforma penal más reciente refuerza la protección de los derechos de las mujeres y otros grupos vulnerables, estableciendo mecanismos para facilitar la denuncia y el acceso a la justicia.
Forzar la práctica sexual en una relación de pareja, independientemente de la edad, constituye una violación de los derechos humanos y es punible por la ley.
Además, la concienciación sobre el consentimiento es fundamental para erradicar prácticas normalizadas de violencia dentro de la pareja, como la invasión del baño mientras es usado por uno de los miembros, o el menosprecio del cuidado y la estética personal.
En conclusión, el consentimiento es un principio que debe regir todas las relaciones de pareja, desde la adolescencia hasta la vejez. La educación, la comunicación y el respeto son claves para garantizar una vida íntima sana y libre de coerción.
La legislación avanza en la protección de estos derechos, pero es responsabilidad de la sociedad y la familia promover una cultura del consentimiento en todos los ámbitos vitales.