Hay amores que rompen, además de los moldes sociales y temporales, los de la lógica y la carnalidad. Cómo, por qué, para qué, son apenas las primeras preguntas ante la innegable evidencia de esas atracciones poderosas y no tan escasas cuando algunas tienen hasta nombre propi
Me dijeron que para enamorarte te hiciera reír… pero cuando te ríes, me enamoro más yo.
Meme anónimo
Extraña fuerza la del amor, que trasciende las barreras de la distancia y el tiempo, burla prejuicios de todo tipo y además logra perpetuarse en el arte como un paradigma inspirador para las generaciones posteriores.
Pero hay amores que rompen, además de los moldes sociales y temporales, los de la lógica y la carnalidad. Cómo, por qué, para qué, son apenas las primeras preguntas ante la innegable evidencia de esas atracciones poderosas y no tan escasas cuando algunas tienen hasta nombre propio.
Tal es el caso de la hibristofilia: la obsesión romántica por delincuentes connotados, a quienes muchas veces acompañan en su condena a través de cartas, regalos, visitas conyugales y activismo para salvarlos de los peores castigos.
El 70 por ciento de las personas hibristofílicas conocidas son mujeres, y su motivación declarada es reivindicar a esas «pobres» almas… cosa que rara vez consiguen, porque muchos asesinos, violadores o terroristas que atraen ese tipo de amor son incapaces de sentirlo de vuelta. Como sicópatas o sociópatas, no pueden empatizar con tales sentimientos, pero muchos sí saben fingirlos y usarlos a su favor.
Otro amor extraño es el maniqueísta. El efecto Pigmalión rinde honor a un escultor que decidió tallar su ideal de Venus, y le quedó tan bella que terminó enamorándose de la escultura. La diosa dio vida a la piedra (¿premio, castigo?), pero ese ser solo existía para él, sin intereses propios.
Un maniqueísta busca en otros humanos el «material» cercano a su fantasía y lo seduce para transformarlo (incluso mediante cirugías); de manera obsesiva y posesiva lo aparta de la sociedad y le exige llegar a su inalcanzable meta.
Si son pacíficos, abandonan cuando el ser real no lo llena y buscan otra «piedra» para moldear, o se decantan entre amar a objetos (como muñecas
de silicona a la medida) o zambullirse en relaciones virtuales perfectas, hoy recreadas por las inteligencias artificiales.
También asombran por su trascendencia los amores que pasan por una etapa inicial de largo sufrimiento e incomprensión social (por lo general, uno de los dos no es libre), logran materializar su unión por breve tiempo y entonces llega la muerte como una nueva prueba, pero el sobreviviente alimenta esa pasión con arte y la convierte en leyenda.
En el capitalino cementerio de Colón hay al menos dos tumbas que reflejan ese tipo de amores. Una, muy lujosa, es la de Catalina Laza, auspiciada por Juan Pedro Baró, quien antes había encargado un injerto de rosa amarilla y roja, los colores favoritos de su amada, para ponerle su nombre.
Al morir ella, le construyó un panteón en un lugar bien visible en el que la luz solar dibuja esa flor en las mañanas. Allí descansan ambos, porque él murió diez años después y pidió ser enterrado a los pies de su esposa.
Menos vistoso, pero muy visitado, es el panteón de Margarita Pacheco y Modesto Canto. Como en el caso anterior, debieron esperar el divorcio de ella para unirse hasta la eternidad, que Margarita alcanzó primero, con 39 años. Cuentan que los siguientes 18 años él se mantuvo visitándola y regalándole piezas musicales con su violín.
Como además era escultor, talló bustos de ambos y los colocó en su futuro sitio de descanso una década antes de morir. El epitafio pide a los caminantes dedicar un pensamiento de amor y paz a quienes vieron tronchada su felicidad terrenal, pero cumplieron el juramento de permanecer unidos.
Extraños son también los amores platónicos cuando no puedes desprenderte de ellos. Provocan ilusión o melancolía, enigma y desesperación. Las almas sensibles los aprecian como fuente de creatividad para sus vidas, en lo cotidiano y en aportes permanentes al arte, la arquitectura, las ciencias…
¿Predestinación o karma? ¿Trampas del ADN o aberración? La sicología llama limerencia a esa obsesión amorosa por algo o alguien que escapa de lo tradicional, y ofrece tratamientos cuando esa adicción genera infelicidad o conductas violentas hacia sí mismos, el foco de su atención o terceros.
Pero si solo es un amor extraño, con capacidad de impulsar, inofensivo y delirante, ¿por qué recortarías sus alas para traer a ese amante a una vulgar soledad? ¿Sería acaso tan valiente Don Quijote, tan soñador y universalmente admirable en su mensaje idealista, sin esa deliciosa constancia de pasión por la irreal y hermosa Dulcinea?