Según un reciente comunicado de Naciones Unidas, al ritmo de avances y retrocesos vividos en estas dos décadas, nos tomará 300 años alcanzar un equilibrio entre la dos mitades de la población mundial
Lo personal es político.
Lema del movimiento feminista desde mediados del siglo XX
Un conocido del mundo de la cultura me preguntó hace dos semanas si podía «reportarme» como mujer empoderada. ¿Reportarme a quién y para qué?, respondí, y detalló: en un diálogo con colegas de Europa trataba de demostrar que una mujer puede tener prestigio sin ser feminista.
Mi conocido, obviamente, no sabía mucho del tema. Ni de mí. Además de aclararle las razones por las que sí me afilio al feminismo como corriente filosófica y práctica de transformación social, le remití a decenas de redes, blogs y entrevistas con mujeres que han discursado sobre estos asuntos con fluidez para llegar a quienes demoran en entender los reclamos de equidad, justicia, visibilidad y oportunidad para toda la ciudadanía.
Hay muchos libros producidos en este siglo, insistí. Y activistas con las que puedes dialogar. Y hombres que sí entienden y aportan desde sus profesiones y experiencias.
El joven se mostró confundido, luego apenado y al final receptivo. Sus valores marcaron la ruta, y el feedback de otras latitudes le ayudó a sembrar un importante campo de reflexiones; a repensar el mundo en su devenir histórico, no solo desde la jerarquía masculina, sino también desde las resistencias y la diversidad.
Días después su mensaje se tituló Necesito una escoba: «Voy entendiendo y reconozco cuánto patriarcado habla por mi boca constantemente. Barrer eso no será fácil, pero ya noto el poder de la cultura para perpetuarlo o combatirlo. Veo los memes y me asusta a dónde se puede llegar con eso. Llevará siglos deshacer esa trampa».
Según un reciente comunicado de Naciones Unidas, al ritmo de avances y retrocesos vividos en estas dos décadas, nos tomará 300 años alcanzar un equilibrio entre la dos mitades de la población mundial.
No por falta de recursos o de capacidades físicas, mentales o tecnológicas, sino por lo arraigados que están el desprecio, la misoginia, el miedo a lo que pueden hacer las mujeres en pleno poderío social. Increíblemente, aún muchas personas asumen que el feminismo está contra los hombres y no entienden lo pueril de esas ideas.
Incluso en naciones como la nuestra, con leyes, políticas públicas, estructuras barriales y prácticas sistemáticas que reconocen al aporte femenino en todas las dimensiones humanas, basta un asomo de crisis para que los primeros derechos en retraerse sean los de las mujeres y el diseño machista se imponga en las maneras de sobrevivir.
El feminismo estudia esos fenómenos, comparte alertas, construye indicadores para analizar luces y sombras; despierta conciencias sobre lo que creemos natural y es un mal aprendido. En estos tiempos de virtualidad e inmediatez, su lente es muy necesario para lograr un consumo crítico de la excesiva información y no sucumbir a la idiotización de las asimetrías, la banalización del desprecio y otros modos no saludables de construir la cotidianidad.
En los espacios virtuales de Senti2 el tema del machismo suele aflorar con frecuencia. No solo desde el clásico ángulo de los derechos de mujeres y niñas pisoteados, sino también desde el peso de la violencia simbólica como reflejo de una estructura social pensada para perpetuar discriminaciones y privilegios.
A raíz de esos debates percibimos cambios en la mirada del asunto en muchos participantes, hombres y mujeres, quienes disfrutan esa nueva capacidad de distanciarse del contenido o la forma de un mensaje para discernir sus segundas intenciones.
Otros, en cambio, se aferran a esquemas mentales en los que ni siquiera suelen reparar habitualmente. El mundo es así y punto, es su único argumento. Hasta que algo o alguien le ayude a comprender lo nocivo de esa actitud.
Al decir de la investigadora y profesora Clotilde Proveyer, aunque miremos con optimismo lo logrado, el feminismo en Cuba tiene aún muchas brechas por llenar.
La buena noticia es que cualquier estado de subordinación implica siempre la posibilidad de desafiarlo, y eso se logra con creatividad y disposición para el cambio desde una óptica revolucionaria. Con una educación que potencie las emociones y los valores, como la solidaridad, la conciencia de género, el trabajo colectivo, el respeto a tu individualidad sin abdicar del contexto.
Dicho de otro modo, avanzaremos más cuando logremos mayor coherencia entre la ética personal y el discurso social y profesional. Sin ingenuidades ni autoengaños, que la humanidad no tiene otros tres siglos para malgastar.