El Código de las Familias explicita el derecho de los hijos a un entorno digital libre de discriminación y violencia, y a su vez recalca su obligación de velar por un uso equilibrado y responsable de los dispositivos digitales para garantizar el adecuado desarrollo de su personalidad y preservar su dignidad y derechos
Si deseas mantener a tus hijos con los pies en la tierra, pon un poco de responsabilidad en sus hombros.
Abigail van Buren
Una lectora pregunta a qué edad es correcto que sus hijos tengan perfiles en las redes sociales digitales, debate que surge en su casa a propósito de los artículos 5, 147 y 148 del Código de las Familias por el que votaremos el próximo domingo 25.
El texto explicita el derecho de sus hijos a un entorno digital libre de discriminación y violencia, y a su vez recalca su obligación de velar por un uso equilibrado y responsable de los dispositivos digitales para garantizar el adecuado desarrollo de su personalidad y preservar su dignidad y derechos.
A esta madre le preocupa sobre todo la niña de 13 años, que es muy «avispada» y tiene muchas amistades con las que no siempre respeta los límites, por lo que no confía en su conducta en Youtube o Instagram. El varón tiene 11 años y es más juicioso, pero no ve bien permitirle al menor algo que su hermana no está apta para manejar.
Ella se declara torpe en esa área y no podrá controlar lo que hagan. Ha escuchado términos como ciberbullying, sexting, grooming y otros riesgos de los que no sabrá protegerlos y está pensando en posponer la compra de celulares hasta que cumplan 18 años.
Lo primero que necesita saber es que sus hijos no precisan dispositivos propios para crearse cuentas virtuales, pero si lo hacen a sus espaldas no podrá exigir conductas responsables o buena comunicación a ninguna edad.
La tecnología llegó para quedarse, y la gente debe aprender a dominarla si no quiere ser víctima de muchas maneras. En este caso, cuanto antes se hable del tema y se modelen escenarios positivos y negativos, mejor preparados estarán para salir indemnes de ese reto, del mismo modo que les enseñó a cruzar las calles juiciosamente mucho antes de permitirles ir a cualquier sitio sin supervisión adulta.
El peligro mayor de las redes en la adolescencia temprana, como cualquier otra fuente de satisfacción inmediata, es que el cerebro crea patrones difíciles de revertir y luego no saben manejar en la práctica una sana dosis de esfuerzo y frustración. Parte de la generación Z prefiere noviazgos virtuales porque no logra sostener una relación en vivo, y muchos no toman en serio el impacto de las ofensas sexistas de algunos memes en la autoestima y salud mental de quienes atormentan, ni saben lidiar con las agresiones que reciben.
Esa ciberrealidad, en la que los límites entre lo fantaseado y lo identitario pueden perderse, llega a ser adictiva si la familia no acota los tiempos frente a la pantalla ni establece rutinas saludables, con tareas domésticas y de crecimiento intelectual.
Estudios de varios países demuestran que antes de los 12 años es poco probable que los chicos puedan gestionar redes sociales digitales por sí solos sin ser vulnerables a peligros como el acoso de adultos u otros chicos, o el de exponer su imagen y datos claves para la privacidad y seguridad familiar.
Pero la edad no es indicador rígido. El nuevo Código de las Familias habla de una presencia en el espacio virtual apropiada a su capacidad y autonomía progresiva. Como explica la lectora citada, el niño entiende mejor de autorresponsabilidad y podría acceder a la tecnología antes que la hermana. Tal vez esa decisión materna inspire a la chica a reflexionar sobre su conducta social y modificarla.
Un consejo de los muchos que ofrece el sitio digital empantallados.com es que la familia acompañe el proceso de diseñar perfiles y su debut en las redes, sin intentar controlar o prohibir lo que hacen a cada minuto.
Para todas las decisiones que estarán tomando durante su adolescencia —y no solo en el espacio virtual—, es importante generar un clima de confianza y buenos ejemplos. Hay que enseñarles a valorar situaciones a partir de hechos concretos y sus consecuencias; ese ejercicio facilita una actitud consciente a la hora de relacionarse en las redes, fortalece su suspicacia y les permite estar en ese mundo para algo útil, no solo para complacer seguidores que cada vez demanden más exposición de su alma o su cuerpo.
Cuando se tome tal decisión, las pautas que se necesitan para debutar en las redes sociales digitales son simples: No exponer información sensible propia o de la familia; no almacenar fotos o videos comprometedores en el equipo que usan para conectarse; no admitir solicitudes de amistad de usuarios que no conozcan; no subir fotos en la puerta de la escuela y desactivar la geolocalización antes de navegar en la red.
En un entorno digital cada vez más amplio y complejo, a los adultos no nos toca espiar, sino educar y ser buenos modelos. Aunque las estrategias de control familiar del pasado siglo no funcionan hoy, los valores éticos sí pueden perpetuarse, y en ese propósito el asunto no son las pantallas, sino el corazón que late detrás.