En el comportamiento amoroso y erótico de los seres humanos intervienen varias estructuras cerebrales que cuando funcionan en «alta» o en «baja», desencadenan actitudes y estados de ánimo desfavorables para sus relaciones interpersonales
«¡Juro que no está en mí!», aseveran algunas personas cuyo comportamiento habitual acarrea problemas para encontrar o sostener una relación amorosa. Aunque se esfuercen, las cosas siempre les salen mal: no pueden evitar ser impulsivos o distraídos, pelear mucho u olvidar lo importante, ser pesimistas o decir lo primero que les viene a la cabeza…
Lo irónico es que sí está en ellos, aunque sea involuntario. Ciertas estructuras cerebrales, cuando funcionan en «alta» o en «baja», desencadenan actitudes y estados de ánimo desfavorables para sus relaciones interpersonales. El escaneo de decenas de miles de cerebros en todo el orbe ya lo ha demostrado, gracias a las imágenes logradas con tecnologías modernas como la resonancia magnética y la emisión de positrones.
Uno de los más entusiastas investigadores en este campo es el neurólogo norteamericano Daniel G. Amen, autor de varios libros, artículos y hasta de un sitio web (http:/www.amenclinics.com) en los que traduce sus hallazgos científicos al lenguaje común para ayudarnos a entender cómo funciona nuestra mente y facilitarnos así la convivencia.
El cerebro es el órgano sexual más grande (pesa unas tres libras) y se activa en toda la rutina del apareamiento: deseo, atracción, enamoramiento, simpatía, confianza, erección, placer, lubricación, eyaculación, orgasmo… y también en la flexibilidad, la comunicación o el duelo por la pérdida.
En el comportamiento amoroso y erótico de los seres humanos el doctor Amen resalta el papel de varias estructuras cerebrales: la corteza prefrontal, el ganglio basal, los lóbulos temporales, el sistema límbico y el giro cingulado anterior. Unas perciben el mundo, otras procesan esa información, la almacenan y deciden qué hacer con esta. Hoy hablaremos de las dos primeras y en la próxima semana de las otras tres.
La corteza prefrontal (CPF) actúa como centinela del cerebro: nada ocurre sin su supervisión. Es la encargada de juzgar, planear y organizar acciones: la vocecita que apunta entre el bien y el mal, controla los impulsos y aprende de errores pasados.
Si funciona bien desarrollamos empatía y somos expresivos y orientados al éxito. Cuando una persona tiene una CPF hiperactiva vive siempre preocupada o ansiosa, es inflexible, actúa con inconsistencia y le cuesta mucho tomar decisiones personales.
En cambio si tiende a juzgar mal todo lo que ve, le es difícil expresar sus sentimientos, habla o actúa por impulsos y organiza mal su tiempo y espacio, esa persona puede tener una CPF hipoactiva. ¡Pobre de la pareja que no tenga esto en cuenta! Por lo general son individuos que nunca terminan sus proyectos, no se están quietos mucho rato y a menudo llegan tarde sin quererlo. Pierden cosas con frecuencia, no entienden las necesidades de los demás, quieren todo para ¡ya!, interrumpen las conversaciones y contradicen por gusto a los demás.
Además son muy sensibles al tacto, los ruidos y los olores, y como no logran filtrar esos estímulos se disocian fácilmente, incluso en actividades tan placenteras como el coito.
Para estimular su CPF se someten con frecuencia a situaciones peligrosas, involucrando en ello a sus acompañantes: manejan muy rápido, se meten en peleas de extraños, van a lugares intrincados y tienen prácticas sexuales de riesgo (violencia, parafilias, sexo no protegido…).
En el peor de los casos esa disfunción puede generar una personalidad antisocial, trastorno de hiperactividad o adicciones. El diagnóstico debe ser hecho por especialistas. La autoayuda se enfoca hacia nuevos estilos de vida y alimentación, además de crear una red de apoyo familiar que le comprenda y facilite esos cambios ¡para su propio beneficio!
Un buen funcionamiento del ganglio basal (GB) también es esencial para el éxito en las relaciones interpersonales, pues en este se atesora la capacidad de integrar los pensamientos y emociones que te hacen saltar cuando te excitas o congelarte si te asustas, explica el doctor Amen.
Por eso lo describe como el centro del placer y el éxtasis. Si todo está bien la persona se mantiene relajada, ve el futuro con buenos ojos, se siente libre de expresar su sexualidad y puede resolver conflictos de modo pacífico, constructivo.
Cuando hay exceso de actividad del GB el estrés se manifiesta en dolores de cabeza, problemas intestinales, tensión muscular, quejas frecuentes sobre la salud, dificultad para evitar conflictos y tendencia a trabajar mucho, compulsivamente.
Por lo general sienten miedo excesivo, piensan siempre lo peor, no se relajan ni en una cena romántica y difícilmente tienen energía o voluntad para el sexo. Como están llenos de ansiedad y muy recelosos tienden a apartarse del resto de la gente. Se asustan de lo nuevo y predicen que todo los va a herir, así que el Sol muere para ellos antes de nacer.
Estas personas necesitan, además del diagnóstico adecuado, un entrenamiento para aprender a relajarse y ser más asertivas. Les ayuda escuchar música, disminuir el consumo de cafeína, alcohol y nicotina, hacer ejercicios suaves y meditar. La terapia cognitiva ha demostrado ser útil para eliminar malos pensamientos, asevera el doctor Amen.
Si, por el contrario, hay baja actividad del GB, surgen problemas con la atención y la motivación, se vuelven apáticos y necesitan actividades estimulantes, como ejercicios intensos y mucho sexo ¡Siempre que se les logre convencer de su utilidad!