Investigaciones revelan que se abre paso una riesgosa tendencia a practicar relaciones fortuitas entre adolescentes
«El “empate” está de moda. Ya muchos jóvenes no te hablan de que tienen novio o novia sino de que “me empaté”. Eso degrada el amor, hoy casi no se encuentran parejas con estabilidad y pocos quieren compromiso. El “empate” de una noche o de un día no es de besitos, las parejas ni se conocen y se exponen sin pensar».
El testimonio de Lisdeidy Hernández, desde la relativa madurez de sus 22 años y de su quehacer como promotora de prevención en las comunidades, muestra su visión de cómo se desenvuelven las relaciones de pareja entre algunos adolescentes en la actualidad.
Según una encuesta reciente del Centro de Orientación para Jóvenes, Adolescentes y la Familia (COJAF) —aplicada a 500 estudiantes de escuelas secundarias básicas de Sancti Spíritus, con edades entre 12 y 15 años—, el quid de la problemática se encuentra en la presión social (específicamente del grupo) ejercida para el inicio de las relaciones sexuales: más del 90 por ciento de los pesquisados admite una especie de influencia o mandato de los amigos.
La investigación demuestra que los varones buscan por esta vía pasar el tiempo y reforzar su supuesta hombría y popularidad. Más del 85 por ciento de ellos asegura que aprueba esa forma efímera de relación, mientras que apenas el 22 por ciento de las niñas la considera correcta y para la mayoría de ellas significa un desprestigio.
Por otra parte, el machismo caracteriza este tipo de relación, evidente sobre todo en la violación de los deseos e intereses femeninos, imponiendo la voluntad y los criterios del varón hasta con ofensas y amenazas. Y lo peor resulta que a la mayoría de los encuestados el «empate» les parece bueno, aunque reconozcan que no pocas veces lo asumen obligados, por embullo e incluso por chantaje emocional.
Estos términos, que pudieran asustar a no pocos, están presentes hoy en las relaciones de pareja en la adolescencia, esa compleja edad donde muchas veces se define el mañana de los muchachos. A partir de esta y otras investigaciones realizadas, igualmente con adolescentes, se deduce que otro punto muy vulnerable aparece en la educación de los varones para el amor.
«Ellos se motivan menos por los asuntos afectivos, son poco amorosos, toman menos en serio a la pareja, consideran que resulta importante pasar el tiempo y responden más por impulsividad que por reflexión. Por otra parte, muchos padres desconocen los programas educativos o no los utilizan con los hijos, los consideran un problema ajeno, de Educación y de Salud. La actividad rectora del desarrollo de la juventud se encuentra en las relaciones sociales intensas que se llevan adelante con la comunicación», puntualiza el psicólogo Rafael Wert, director del COJAF.
El «empate», ese concepto juvenil para definir «pasar un rato», mantener una relación esporádica con alguien que apenas se conoce, basada generalmente en los caracteres físicos, que se queda apenas en la epidermis del amor y constituye, si acaso, un primer peldaño del enamoramiento, se va abriendo paso entre los jóvenes.
Los carnavales, la beca en el preuniversitario y el karaoke de la ciudad espirituana aparecen como los más comunes testigos del llevado y traído «empate», que luego, cuando los jóvenes comienzan a madurar, tienden a lamentar y a considerar un verdadero desatino que poco aporta y mucho puede complicar la salud y la autoestima en esas edades.
El Centro de Prevención de ITS y VIH/sida también toma cartas en el asunto y a través de su línea de trabajo para jóvenes busca fundamentalmente prevenir y promover acciones contra enfermedades de transmisión sexual que pueden contraerse fácilmente en este tipo de encuentro esporádico y casi anónimo.
Yoelmis Cabrera, coordinador provincial de la línea de adolescentes y jóvenes, reconoce que no son pocos los que toman esta forma de relación como un juego, sobre todo por inmadurez en esas primeras edades, cuando comienzan a descubrir la sexualidad, sin asimilar sus riesgos, no solo para un posible embarazo o enfermedad, sino también desde el punto de vista psicológico.
Y Lisdeidy Hernández lo complementa con un criterio definidor: «Muchas veces la muchacha se «empata» con la esperanza de que la tomen en serio, pero al otro día cuando él ni la mira, se siente humillada, despreciada y hasta inferior. En ocasiones lo vuelve a hacer para evitar el desprecio y “darle en la cabeza”; pero la que se da en la cabeza es ella. Una tiene que saber valorarse, mantener el orgullo porque desgraciadamente las mujeres hemos adquirido libertad, pero todavía hoy no nos miran como a los hombres. De ellos se dice que son jevosos y de nosotras que no servimos. Después de los 18 te das cuenta que el «empate» no aporta nada, que se burlan de ti, que no debes caer en eso y hasta te arrepientes. Por eso creo que lo más importante es la relación, la comunicación, el debate entre los hijos y los padres».