Para nuestros antepasados más remotos, los dioses regían la reproducción sexual. Hoy la ciencia ha hecho posible incluso la fertilización in vitro Pregunte sin pena
Homenaje a Belkis. Nilda Rojo. Técnica Patch work, salón CuidArte. Los primeros vestigios de la reproducción humana, con apariencia sobrenatural, se reflejaron en las artes. La sangre de la menstruación, por ejemplo, fue sinónimo de miedo entre las mujeres del clan y cazadores turcos, iraquíes e iraníes del paleolítico superior, 30 milenos antes de nuestra era.
Ya en esa época se ven huellas al respecto en estatuillas de 20 centímetros de alto, con sobredimensión del sexo y del vientre como representación del embarazo. Relieves en cuevas del Ródano y del Laussel en la cultura magdelaniense (de 15 a ocho milenios antes de nuestra era) muestran exageraciones de genitales femeninos, una mujer con cuerno, símbolo de la fertilidad, y otra en el instante del parto.
En la civilización azteca también aparecen dioses de la fertilidad femenina, como una mujer-serpiente, Cihuacoatl, que regía el parto, y Tonantzin, con falda de ese mismo animal, que carga a un niño.
Los mayas adoraban a Ixchel, diosa de las inundaciones, del tejido y de los embarazos, y los incas se interesaron por explicar la reproducción y las prácticas sexuales.
El homosexualismo, la zoofilia (sexo con animales) y el coito contranatural, no eran costumbres raras, y se hacían en el instante exacto en que la mujer de la tribu estaba pariendo, creyendo que así facilitaban el parto.
M. Morleym, en su libro La civilización maya, reproduce un documento sobre estas conductas sexuales; y tales datos se ven en el famoso museo arqueológico Rafael Larco Herrera, en Lima, Perú.
El diagnóstico del embarazo aparece (1 500 años antes de nuestra era) en el célebre Papiro de Ebbers; y en el sepulcro de El Assassif, se afirma que eran infértiles las mujeres que veían «manchas». Elementos sobre la detección del embarazo se aprecian en el Papiro médico de Burgsh (1 350 antes de nuestra era), así como en el Papiro de Kahun, donde hay restos de más de 30 secciones ginecológicas en torno a afecciones del útero y la vagina, y métodos para asegurar el embarazo y ¡diagnosticar el sexo del feto! Y el Papiro de Ármese um da «recetas» para saber si el niño nacerá muerto y para impedir la gestación.
Los más remotos hindúes conocieron que la gestación humana duraba alrededor de diez meses lunares, y atribuían la esterilidad a la acción «selladora» de los espíritus. Además pensaban que la mortalidad de los niños ochomesinos obedecía al «traspaso de la fuerza vital a la mamá». Los hindúes daban mucha importancia al culto del llamado «lingan» o falo erecto, y al «yoni», el genital femenino.
Los dioses regían el sexoPara nuestros antepasados más remotos, los dioses regían todo el fenómeno de la reproducción sexual. En la dinastía XVIII de Egipto se constituyó el templo de Hassheput, donde se ve la representación del nacimiento de la reina y el acoplamiento del dios Amón con su propia madre.
Aún hoy, para facilitar el parto se practican acciones increíbles en Abserdenshire, Inglaterra, y en el condado de Ferry, en Irlanda, como el «paso de mujeres infértiles a través de un orificio en una roca o en un árbol».
En Grecia, entre las diosas de la procreación estaba Actemia, que pidió a Zeus «virginidad eterna», hasta que conoció a Endimión, y llegó a tener con él 50 hijos. Artemisa se representaba por una estatua con más de 15 senos perfectamente formados, y Hera, esposa de Zeus, se convirtió en la diosa de los matrimonios.
En el siglo VIII antes de nuestra era aparecen las primeras escuelas de medicina en Grecia, en las que se diagnosticaba la esterilidad femenina envolviendo a las féminas en frazadas, fumigando su vagina con aceite de rosas, y si este aroma se percibía en las fosas nasales o en la boca de esas mujeres se sabía que no tenían ninguna impedimenta física para embarazarse.
Sorano de Efeso, que practicó la medicina en Roma durante los tiempos de Adriano y Trajano —en el 98 antes de nuestra era— fue considerado el primer especialista en obstetricia y ginecología. Describió la anatomía de la pelvis y sus órganos en mujeres jóvenes, ancianas y embarazadas. Fue de los primeros en emplear los espéculos vaginales, y aconsejaba utilizar «tapones cervicales» para impedir el embarazo, no obstante ser uno de los detractores del aborto y de las «pociones» anticonceptivas. Asimismo se le debe la idea, posteriormente verificada, de que el instante propicio para el embarazo es poco después de la menstruación.
Pensaba que la fertilidad mejoraba si la mujer permanecía acostada después del coito, y dijo que el útero no tenía «compartimentos separados». Llamó a los ovarios «testículos femeninos», y señaló la vinculación estrecha entre el útero y las glándulas mamarias.
Las comadronasEn el siglo XVI, en Inglaterra, la obstetricia la practicaban comadronas, experiencia que se menciona en El nacimiento de la humanidad, libro del reinado de Enrique VIII (1491-1547). Catalina de Médicis, estéril durante una década, después comenzó a parir hasta tener nueve niños en una docena de años, e impidió así que Enrique II la dejara para casarse con su amante, Diana de Potiers. Al parecer, el suyo fue un caso de infertilidad por inmadurez, pues se casó a los 14 años de edad.
En 1543 A. Vesalio dibujó el ovario y habló de la presencia del «cuerpo amarillo». Médicos como Falopio, Malpigio y De Graff ayudaron a esclarecer secretos de la reproducción, y en 1571, en Inglaterra, William Chamberlan se hizo famoso al emplear los «fórceps obstétricos». Falopio describió las trompas y se refirió al gran parecido en estructura, forma y origen entre el «pene» y el «clítoris».
El doctor Boehmer señaló en 1570 que un «embarazo ectópico» era precedido de un proceso de esterilidad o infertilidad, mientras el médico francés Bussiere encontró la primera bolsa fetal ectópica de que se tiene noticia, en una mujer condenada a muerte que mantenía relaciones sexuales en la cárcel. En aquella época se pensó que ese trastorno era fruto de «un susto recibido durante el acto sexual», como por ejemplo, la súbita aparición de un marido engañado.
El espermatozoideEn 1876 Lázaro Spallanzani consideró al espermatozoide como elemento vital para la fertilización. Lo reafirmó 40 años después Albert von Kölliker, quien aseguró que tenían su origen en las células de los testículos y que por ellos el óvulo quedaba fecundado. Este médico dijo que los núcleos de dichas células transmitían la herencia.
En 1835, el galeno estadounidense James Marion Sims, de Filadelfia, reportó un caso de inseminación artificial.
Berthold, de Göttingen (1803-1861) —el padre de la Endocrinología—, demostró por medio de trasplantes testiculares en gallos, que el efecto «virilizante» de los testículos obedecía a su acción endocrina.
Schleinden, botánico de Hamburgo, dijo en 1839 que el óvulo en los animales es una célula simple de la que se forman los tejidos y los órganos. En ese mismo año, Agustín Nicolás Gendrin indicó que la ovulación controlaba la menstruación, y más de 35 años después Hetwig demostró que la fertilización ocurría porque el espermatozoide penetraba en el óvulo.
Ya a principios del siglo XX son aisladas la gonadotropina coriónica y otras hormonas, y se empieza a ver con más claridad el imprescindible papel desempeñado por el tracto hipotálamo-hipófisis en la secreción hormonal y la reproducción humana. A fines de 1950 se informa el primer embarazo logrado con la ayuda de la gonadotropina pituitaria humana, y el primero gracias al suministro de gonadotropina menopáusica también humana.
Ello se sumó al hallazgo de Greenblat del efecto inductor de la ovulación del clomifeno y las evidencias iniciales destacadas por McCann y otros de la existencia de un factor del hipotálamo que liberaba la hormona luteinizante (LH), todos acontecimientos de gran trascendencia en la historia de la infertilidad.
El vertiginoso desarrollo alcanzado en las técnicas diagnósticas y de determinación hormonal, y las nuevas vías de investigación en el estudio de la reproducción a partir de la década de 1960, y otros adelantos científicos, hicieron posible la fertilización in vitro o «cuna de cristal», ese valioso recurso que permite la formación y evolución de embriones fuera del cuerpo femenino.
Pregunte sin pena
A.A.: Soy venezolana y no he tenido mi primera relación sexual. Tengo un novio, con el que solo compartí siete meses en mi país. Llevo más de un año acá en Cuba. Temo enfrentarme a él cuando regrese. En verdad lo amo muchísimo y hemos mantenido comunicación telefónica y electrónica. Pero hay más. El tiene 29 años y mi familia no lo acepta como mi novio. Mi sueño es estudiar aquí, pero todos quieren que regrese con ellos. No tengo otra persona. Le he sido fiel. Quisiera una orientación. Tengo 20 años.
Si regresas estarás priorizando las demandas familiares por encima de tus intereses profesionales. Si te quedas, optas por realizarte profesionalmente y desde ahora darle un lugar a tu familia junto a la profesión.
Para la mujer aún es este un dilema. Sobre todo cuando la familia y su entorno social esperan que cumpla con los roles históricamente asignados (tener hijos, atender una casa, al esposo, etc.).
Para muchas, lo que se ha llamado «liberación de la mujer» ha constituido una sobrecarga de funciones. A las exigencias profesionales se les agregan las familiares y domésticas. Se resta así el tiempo de descanso, esparcimiento y atención a sí misma. Aunque en verdad, la mujer «ama de casa», tampoco goza de tantas pleitesías.
De modo que uno u otro camino implicarán siempre ventajas y desventajas. Pero estas no son las mismas para todas. Dependen de lo que más deseas para tu vida.
Antes de decidir define aquello que te permita sentirte mejor contigo misma en el futuro. Las peores decisiones son las tomadas bajo presión, sin desearlas e ignorando las posibles consecuencias que puedas asumir en el futuro. Otro reto en la vida es el de comunicar nuestras decisiones a los otros de un modo comprensible y firme.
Es un amor a prueba el de ustedes. Hasta ahora sale airoso. Tiene entre tantas otras, la pruebas del reencuentro temido por ti.
Mariela Rodríguez Méndez. Máster en Psicología y consejera en ITS y VIH/sida