La falta de reutilización de equipos informáticos no solo ocasiona graves afectaciones económicas, sino irreparables daños al medio ambiente
Un simple teléfono celular, de los que ya comienzan a verse en ocasiones desechados en los basureros de Cuba —o peor aún, como juguetes hasta de niños muy pequeños—, puede contener entre 500 y mil componentes, muchos de los cuales poseen sustancias altamente tóxicas.
La próxima vez que vea un monitor de computadora de escritorio en un basurero, recuerde que este puede llegar a tener en su interior hasta un kilogramo de plomo, e incluso algunos modelos viejos contienen hasta dos y tres kilogramos.
Cálculos realizados por organismos internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente arrojan cifras alarmantes, como el hecho de que cada año se desechan en el mundo entero aproximadamente 25 millones de televisores, un número similar de teclados y otros componentes electrónicos, y hasta el doble en teléfonos celulares.
Expertos de Naciones Unidas calcularon en 2010 que si se sumaban todos los desechos electrónicos del planeta, para esa fecha ya se botaban 45 millones de toneladas métricas anuales.
Muchos de estos desperdicios electrónicos nunca son procesados, pues en realidad, como reconoció en su momento el citado organismo de Naciones Unidas, el verdadero por ciento de reciclaje es mínimo.
Incluso en países como India, China y algunos de África, donde se «recicla» la mayor parte de la basura electrónica que se genera en Estados Unidos y Europa para reciclar el plomo, oro y otros metales valiosos, se ha comprobado que lo recuperado es ínfimo, y la mayoría de los componentes terminan en gigantescos basureros a cielo abierto.
En esos lugares, donde frecuentemente estallan incendios, se liberan al ambiente elementos como el plomo, el cadmio o el mercurio, que contaminan el aire, los suelos y el agua.
Por ejemplo, se ha reportado que la contaminación del agua cerca de los basureros o en los ríos que a veces corren por estos, es hasta 190 veces más alta que la aceptada por la Organización Mundial de la Salud.
Y aun así, nos seguimos dando el lujo de botar en vez de reciclar... incluso en Cuba.
La publicación, la semana pasada, de la primera parte de este trabajo, bajo el título Esa vieja computadora..., causó una gran repercusión entre los lectores, y varios de ellos dieron múltiples opiniones al respecto en correos electrónicos a la Redacción o a través de comentarios en nuestra web www.juventudrebelde.cu
Casi todos coincidieron en la necesidad de instrumentar sistemas que permitan una mejor reutilización de los equipos computacionales, e incluso plasmaron testimonios muy fuertes sobre cómo estos se desechan, a veces bajo pretextos tan inverosímiles como el de evitar que se «desvíen», sin detenerse primero a analizar cuántos problemas pudieran resolverse con sus partes y piezas.
Así, por ejemplo, un lector bajo el nombre de Stein aseguró que en su trabajo, «a las computadoras que no sirven se les rompe a mandarria (literalmente) para que nadie se beneficie ilícitamente... eso lo veo como una graaaaaaan tontería. Se llegan a romper placas madre de buena calidad como Core2-Duo, por ejemplo, y tarjetas de RAM de 512 DDR2 y DDR1... Sería bueno que se reciclaran y se vendieran a bajo precio para la población que las necesita, o para los estudiantes de la Universidad (Medicina y demás) a los que tanta falta les hace, porque toda la bibliografía está digital».
Otra cibernauta, denominada Gabe, también afirmó que es «doloroso ver cómo no solo computadoras, sino muchos otros medios electrónicos se llenan de polvo y óxido en los almacenes sin que se pueda avizorar una futura reutilización de ellos, cuando muchas personas que realmente los necesitan no puedan adquirirlos. El Estado debe crear mecanismos para que se vaya por las empresas reciclando estos medios y en los casos pertinentes hacer las reparaciones necesarias y entregarlos a los que realmente los necesitan, o llevarlos a tiendas donde puedan ser vendidos como piezas. Claro, a precios moderados, de forma que la población adquiera las que necesite».
La persona que escribió bajo el nombre de Argus39, aunque reconoce que en muchas ocasiones estos equipos son obsoletos, pues ya en el mercado internacional no se venden piezas de repuesto para ellos, piensa que lo «ilógico» es que «en todo tipo de empresas se han destinado cantidades enormes de toda clase de productos informáticos para ser demolidos, facilitando así que se pierdan posibles piezas de repuesto, que se desvíen para fines personales».
Incluso sugirió que se asignaran al menos como donación a diferentes instituciones, y afirmó que esa situación conlleva «un análisis profundo, porque el desarrollo informático de un país no se puede dejar solo a los particulares que de una forma o de otra introducen en el país tecnología informática, pues esta siempre es cara e inaccesible para la mayor parte de la población».
Otros, como Luis Pichardo, pusieron como ejemplo lo mucho que se puede hacer con lo reciclado, y recordó «el movimiento en mi barrio de todos los muchachos, armando amplificadores de sonido y otros equipos con válvulas al vacío, tubos catódicos, diodos semiconductores, todo desechado por las empresas y que se convertían en algo útil, entretenía a los jóvenes y de paso los preparaba, y muy bien».
Este lector sugirió que ese equipamiento se le facilitara para sus entrenamientos a las escuelas politécnicas, las cuales, opina, deben ser los receptores de estos equipos.
Otro «ciberopinante», Juan Carlos Rodríguez Oliva, reconoció que laboró en varias empresas que se han dedicado a la comercialización y reparación de esos medios, «y les digo que no siempre se conservan en almacenes u otros locales destinados a tal efecto, pues por decisión de alguien, estos medios se destruyen y luego se envían a materia prima».
Otro trabajador, José Tamayo Espinosa, quien afirmó que trabaja en un lugar donde se desarman esos equipos de cómputo y otros electrónicos (sin especificar cuáles), confesó: «Me da lástima ver cómo equipos que se pueden aprovechar por particulares son enviados a materia prima porque no se les pueden vender a los trabajadores».
Aunque pudiéramos relacionar múltiples y diversas opiniones de todos los que argumentaron sus puntos de vista sobre el primer trabajo, lo cierto es que la mayoría coincide en aspectos como la necesidad de instrumentar mecanismos de recuperación de piezas y equipos, no botar o destruir lo que aún pueda ser utilizado, y en última instancia buscar mecanismos para ayudar con ellos a la instrucción o comercializarlos a la población.
A esto hay que agregar que el desecho de equipos en Cuba ya pudiera estar ocasionando preocupantes problemas ecológicos, especialmente por la poca conciencia que existe sobre el peligro de liberar sus componentes al medio ambiente.
A pesar de ello, «botar» sigue siendo muchas veces la primera opción de la mayoría de las administraciones cuando algo se rompe, y quizá esto tenga mucho que ver con lo que afirmaba un lector, cuando decía que la raíz de estos problemas podría estar en la falta de «sentido de pertenencia» sobre lo que al final no sienten como suyo.