El reciclaje de los equipos de cómputo sigue siendo una asignatura desaprobada a nivel estatal, e incluso de país
Hace un tiempo, realizando un reportaje en una universidad cubana donde se imparten varias carreras relacionadas con la Informática, me asombró encontrar en un laboratorio de computación una gran cantidad de máquinas amontonadas sin ser utilizadas.
Al preguntar sobre ellas me explicaron que, «por lógica», no se usaban, pues todas estaban «rotas», y por supuesto para cumplir con el «inventario» cada una llevaba anexo un documento escrito con la causa de su no funcionamiento.
Al revisar una por una las razones, saltó una contradicción: aplicando un poco de esa misma «lógica», era muy posible armar más de una máquina utilizando piezas de varias.
Pero una vez más me falló la «lógica», ya que me explicaron que eso sería violar el «inventario», y que solo lo podía hacer una supuesta «entidad» encargada de ello, de la cual ninguno de los presentes sabía siquiera el nombre.
Cuento esta anécdota, a riesgo de quizá aburrir al lector con una situación que muchos han visto más de una vez, para ilustrar con un ejemplo concreto la falta de mentalidad de reciclaje computacional que todavía persiste, incluso en un país que tanto lo necesita como Cuba.
Aunque hace muy pocos años comenzaron a venderse en las tiendas recaudadoras de divisas una serie de equipos informáticos, incluyendo computadoras personales, en los últimos tiempos estas parecen haberse perdido de las vitrinas en la mayoría de los lugares, sin que nadie sepa dar, al menos en los comercios que he visitado, una explicación que vaya más allá del simple «No han vuelto a entrar».
Por eso resulta más paradójico aún ver cómo en muchos lugares permanecen acumuladas decenas y a veces hasta cientos de computadoras rotas, sin que se haya intentado aprovecharlas después para armar otras.
En el mejor de los casos sirven como repuestos al deteriorado parque informático de muchas empresas e instituciones. En otros, a falta de quienes puedan arreglarlas, el resto de sus piezas son «canibaleadas» y en no pocas ocasiones van a parar al mercado negro.
Lo que resulta realmente incomprensible es que cuando uno pregunta por estos equipos muchas veces las respuestas terminan en la falta de una entidad que les de mantenimiento o arreglo, en problemas de presupuesto que incomprensiblemente se resuelven comprando equipos nuevos más caros, o en trabas burocráticas que impiden violar «sellos», «actas de entrega» o «inventarios». Todas son trabas a la hora de reciclar.
Del otro lado de la moneda, y vuelven las paradojas, nos encontramos con un país que cuenta con una gran estructura creada para asegurar precisamente el reciclaje, a partir de una industria creada por Ernesto Che Guevara en fecha tan temprana como el 7 de noviembre de 1961.
Según datos extraídos de un trabajo publicado en el sitio web Cubadebate el 27 de junio de 2013, para esa fecha la Unión de Empresas de Recuperación de Materias Primas, entidad estatal encargada de la recuperación, el procesamiento y la comercialización de desechos reciclables que se generan tanto en el sector residencial como en el estatal, contaba con más de 7 000 trabajadores organizados en 25 empresas, con representación en todas las provincias y municipios.
Incluso se reconocía que ya entonces se habían incorporado a la actividad más de 5 700 recuperadores de desechos reciclables por cuenta propia.
No obstante, el concepto de reciclaje que aplica dicha empresa no abarca a los equipos de cómputo más allá del consabido desguace de estos cuando son «dados de baja», lo cual permite recuperar partes y piezas, como las famosas placas-madre, que luego son vendidas a terceros o procesadas, pero con el fin de extraer de ellas valiosos materiales.
Poco se hace, hay que reconocerlo, para realmente «reciclar» las computadoras que se han roto e incluso aquellas que han caído en desuso por sus bajas prestaciones, y que solo en contados lugares son reutilizadas en funciones que no requieren gran velocidad o capacidad de procesamiento.
En cambio, no es raro ver una secretaria o cualquier otro personal de oficina, que apenas utiliza un procesador de texto o de datos, el correo electrónico y quizá Internet, utilizando modernas Pentium, o mejor dicho mal usando esas máquinas potentes.
El montaje de salas de clientes ligeros, que hace pocos años se avizoró como una posible solución para extender aún más la informatización de la sociedad, tal parece haberse enlentecido, pues ya apenas se habla de esta solución.
Es cierto que no son la varita mágica para resolver muchos problemas computacionales, pero también es real que bien pueden ayudar a montar redes eficaces en muchos lugares, incluso para extender los servicios de computación de cara a la población.
También podría pensarse en comercializar, tanto para el sector estatal como para el particular, a precios mucho más accesibles, las computadoras «recicladas», que si bien no tendrían grandes prestaciones, resolverían muchos problemas en más de una entidad y hasta en los hogares.
Cuántos padres no ansiarían, aún teniendo que apretarse el cinturón de la economía hogareña, contar al menos con una computadora básica, aunque solo fuera para ayudar al niño en sus tareas.
Aunque todo lo anterior parece «lógico», lo cierto es que muchas computadoras del sector estatal duermen su rotura dentro del polvo de los almacenes, esperando por la eficiencia de un buen sistema de reciclaje informático.
Aunque a menor escala algo similar ya comienza a apreciarse entre los particulares, si bien aquí los «recuperadores» por cuenta propia son mucho más eficientes, y tratan en sus talleres de hallarles una solución a las roturas, a veces con una creatividad realmente sorprendente.
He visto darle calor con una secadora a un chipset de una placa madre, o hasta inventarse una soldadura improvisada que haría abrir la boca de asombro a muchos ingenieros del Primer Mundo que usan para ello sofisticadas máquinas.
Aun así no son pocos los hogares donde viejas computadoras, que en su momento fueron un objeto de lujo, no solo por su uso sino por lo que costó adquirirlas, ahora son un traste viejo que nadie utiliza, pero tampoco se quiere tirar.
Y es que el reciclaje computacional, por más que se hayan intentado y se apliquen disímiles soluciones, sigue siendo una asignatura pendiente, a pesar de estar plasmado de cierta forma incluso en el Lineamiento 235 de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, que llama a «promover la intensificación del reciclaje y el aumento del valor agregado de los productos recuperados, priorizando actividades de mayor impacto económico con menos recursos y su recapitalización, según las posibilidades de la economía».