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El osado experimento de sondear un corazón

Pocos imaginaron a inicios del siglo XX que un arriesgado autoexperimento realizado por el alemán Werner Forssmann transformaría la Cardiología moderna

Autor:

Julio César Hernández Perera

La Cardiología moderna es inconcebible sin la presencia del intervencionismo. Se reconoce así la Cardiología intervencionista como una subespecialización mediante la que se efectúan procedimientos médicos conocidos como mínimamente invasivos.

Esto significa que no se requiere de heridas extensas para diagnosticar problemas relacionados con la circulación de la sangre y el funcionamiento del corazón, e incluso efectuar tratamientos cardíacos. Solo bastan pequeñas incisiones por las cuales se introducen tubos alargados y muy finos, conocidos como catéteres, los cuales permiten llegar al corazón.

A través de estos dispositivos se pueden administrar los medicamentos; y también desobstruir vasos sanguíneos, colocar marcapasos y reparar válvulas cardiacas y defectos congénitos del corazón.

Para llegar a estos logros de las ciencias médicas hubo que recorrer un largo camino en el cual mucho tuvo que ver la intrepidez de un médico alemán llamado Werner Forssmann.

Historia de una inspiración

Werner Theodor Otto Forssmann nació en 1904 en Berlín, Alemania. Huérfano de padre y proveniente de una familia de clase media, mostró desde muy temprano sus deseos de ser médico.

Finalizó sus estudios de Medicina en 1928, en la capital de Alemania. Su tesis de graduación versó sobre el efecto de la alimentación en los glóbulos rojos y el nivel de colesterol sanguíneo en seres humanos sanos.

En aquel momento, aunque ya acudía a la autoexperimentación para desentrañar secretos del cuerpo y la fisiología de los seres humanos, el joven estudiante no alcanzó a imaginar que un año más tarde de la discusión de su tesis el tema escogido por él nada tendría que ver con otros estudios que lo motivarían, le harían sufrir desavenencias y lo llevarían finalmente a la fama.

Antes de empezar a trabajar en 1928 como médico asistente en el departamento de Cirugía de un hospital en Eberswalde (localidad cerca de Berlín), Werner Theodor Otto Forssmann laboró por corto tiempo en una clínica ginecológica privada.

Pero fue en Eberswalde donde él identificó como óptimas las condiciones para poder «dejar madurar las buenas ideas» y llevar a cabo investigaciones trascendentales.

Lejos de ser una visión, la inspiración del doctor Forssmann para acometer lo que ahora se llama cateterismo cardíaco, provino del boceto en un libro de texto de Fisiología que hacía referencia a observaciones realizadas en 1844 por el fisiólogo Claude Bernard con el fin de medir las presiones y la temperatura en las cavidades cardíacas. Tales mediciones se lograban con la inserción de un tubo largo y delgado de cristal en la vena yugular y la arteria carótida de un caballo: así se llegaba al corazón del animal.

Aquello le pareció realizable en humanos, como un camino para hacer diagnósticos y administrar medicamentos. Pero a diferencia de los caballos, él proponía realizar el procedimiento a través de las venas del pliegue del brazo, por resultar más accesibles.

Para la mayoría de las personas que rodeaban al joven médico, aquellas ideas podían ser consideradas como verdadera enajenación y sin un provecho lógico.

En la primavera de 1929, Forssmann llevó finalmente a cabo un autoexperimento. Él mismo se introdujo en una de sus venas del brazo derecho —vena cubital— un catéter uretral (empleado para sondear la vejiga urinaria) lo suficientemente largo, cuyo extremo, tras un segundo intento y sin sentir dolor, dirigió exitosamente hasta la aurícula derecha del corazón.

Para ello contó con la ayuda de una enfermera que en parte estaba ajena al autoexperimento. El procedimiento pudo ser documentado mediante radiografías tomadas en un recinto del hospital donde el médico trabajaba.

Después de conseguir la prueba que necesitaba para acreditar su experimento, Forssmann retiró el tubo sin incidente alguno.

El impacto

Después del autoexperimento, las reacciones de la mayoría de los colegas del galeno alemán fueron hostiles hacia él. Enfrentó las reprensiones de su mentor, el doctor Schneider, y de la comunidad médica. Muchos estaban aparentemente disgustados con sus métodos, fundamentos y enfoques, creyéndolos demasiado peligrosos.

Después de repetidos autoexperimentos, el doctor Forssmann concluyó que su procedimiento de «autocateterismo» se podía realizar de forma segura. Sus trabajos fueron presentados a la comunidad médica alemana.

Solo contados científicos tomaron notas del estudio e, incluso, integraron partes de su técnica en sus propios estudios de investigación. El joven Forssmann siguió adelante y realizó ulteriores experimentos en conejos y perros; y desarrolló el cateterismo cardíaco por vía inguinal como forma de llegar a la vena cava inferior a través de las venas femorales.

En una de sus disertaciones durante un congreso médico, Forssmann advirtió cómo la audiencia se sentía aburrida. Percibió, además, murmullos, expresiones de desagrado y hasta risas irónicas dentro de aquel público.

Su tío, un médico que en aquella temprana etapa parecía entender la real importancia del cateterismo cardíaco, le dijo que no debía molestarse por la falta de comprensión del público. Y añadió en forma de consuelo: «Verás que un día ganarás el Premio Nobel por tu descubrimiento».

Después de ver que la mayoría de la comunidad científica de aquel entonces agraviaba o ignoraba su trabajo, y de apreciar que no podía avanzar más allá de lo logrado en ese momento, el médico consideró que había llegado al límite de sus experimentos exploratorios. Su vida y objetivos profesionales se barajaron totalmente cuando decidió trabajar como urólogo en una comunidad rural alemana, lejos del ambiente de las ciudades y las multitudes.

Habían pasado más de dos décadas cuando, en 1956, Forssmann recibió sorpresivamente el Premio Nobel de Medicina. El galardón fue compartido con los médicos estadounidenses André Cournand y Dickinson W. Richards —afiliados a la Universidad de Columbia, Nueva York—, quienes con la ayuda de los Rayos X avivaron el desarrollo de procedimientos en los que se emplean catéteres colocados a lo largo de las arterias o venas del cuerpo humano para diagnosticar y tratar afecciones sin necesidad de practicar una cirugía abierta.

Se puede alegar que cuando Forssmann se arriesgó a sondear su corazón, comenzaba a zanjar los caminos del cateterismo central y periférico —como los conocemos hoy—, consistentes en una técnica convertida en instrumento perentorio para el diagnóstico y tratamiento de muchas enfermedades.

Bibliografía consultada

Afshar A, Steensma DP, Kyle RA. Werner Forssmann: A Pioneer of Interventional Cardiology and Auto-Experimentation. Mayo Clinic Proceedings. 2018; 93(9): e97-e98. doi:10.1016/j.mayocp.2017.08.026

Packy L-M, Gross D. Between Cardiology and Urology: Werner Forssmann’s Double Career. Urologia Internationalis. 2019; 103(1):1-7. doi:10.1159/000499093

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