El Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Sancti Spíritus exhibe resultados que lo colocan entre los sitios puntera de nuestro polo científico, especialmente, en la batalla contra el nuevo coronavirus
SANCTI SPÍRITUS.— Detrás de la recia puerta de cristal del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de esta provincia palpita otro mundo. Pipetas, tubos de ensayo y microscopios colorean los cuartos de paredes gélidas y silencio sepulcral que ocupan un lado y otro del estrecho pasillo.
A simple vista pudiera parecer un lugar desierto. Mas con solo husmear en el interior de cada cubículo se confirma que la vida se mueve allí al ritmo del pensamiento de un colectivo aferrado a la ciencia.
«En los últimos meses hemos redoblado las horas de estudio y entrega, sin mirar los relojes», cuenta Javier Díaz Cruz con la voz escondida detrás del nasobuco verde. Este joven, junto al resto del equipo de investigadores espirituanos, ha pegado poco sus ojos desde que la COVID-19 puso en pie a toda Cuba.
Unos han estado desde sus casas, mediante teletrabajo, cuando la situación epidemiológica lo ha obligado, y otros como él, sumergidos en los laboratorios, aportan desde hace meses sus conocimientos a la batalla desigual contra la pandemia.
Por eso, este colectivo fue premiado con la condición Jóvenes por la vida —otorgada por el Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas—, aunque José Miguel Fernández Torres diga que «solo hemos hecho nuestro trabajo, consciente de que es nuestra responsabilidad».
En manos de este espirituano de 29 años —a quien no hay cómo parar cuando se habla de purificación de proteínas recombinantes—, llegaron desde La Habana las construcciones genéticas del SARS-CoV-2.
«Logramos aislar la proteína N del virus con elevada pureza. Esta es la que forma la nucleocápside del nuevo coronavirus. Luego generamos anticuerpos monoclonales que la reconocen específicamente, un resultado que contribuye a los estudios que se realizan en el país para desarrollar medios para el diagnóstico y candidatos vacunales».
Fernández Torres plantó bandera en el departamento de Investigación del CIGB de Sancti Spíritus hace un lustro, impulsado desde la Universidad de La Habana para concluir su tesis de licenciatura en Biología, que dedicó a la enfermedad de la peste porcina clásica.
En ese momento supo que le satisfacía permanecer muchas horas en el laboratorio en busca de respuestas sobre reactivos biológicos, proteínas recombinantes y anticuerpos, y esa pasión lo entrenó en una especie de sacerdocio que le ha permitido sobrellevar los últimos intensos meses.
«En el caso de la COVID-19, nuestro principal aporte va dirigido a la sustitución de importaciones. En una búsqueda que realizamos vía internet nos sorprendió que un milígramo de la proteína N tiene un precio de alrededor de 4 000 dólares. La posibilidad de producirla aquí con nuestros recursos y tecnología es un gran paso de avance», añade, sin dejar de mirar de reojo las muestras que esperan por el fin de las preguntas.
«Para lograr esos resultados ha sido imprescindible el trabajo de todo el colectivo, porque el proceso es una cadena de muchos pasos sin interrupciones», acota Joel Pérez Paz, quien es testigo de algunos de esos momentos desde el bioterio (área dedicada a la experimentación con animales de laboratorio).
Sumarse a este nuevo estudio, tanto para él como para Javier Díaz Cruz, su compañero de trabajo y aula en el cuarto año de Medicina Veterinaria, ha sido el mayor reto desde que mantienen el control y cuidado de carneros, ratones y conejos del CIGB en un área enclavada en la Universidad de Ciencias Médicas de Sancti Spíritus.
José Miguel Fernández Torres labora directamente en la producción de la proteína N.
«Al inmunizar a un ratón con esas proteínas se generan anticuerpos contra el virus. En ese período se chequean constantemente sus respuestas y esa labor no entiende de fines de semana o descanso. Luego en el laboratorio se extraen del animal los anticuerpos específicos.
«Desde allí se regresan a nuestra área y esos compuestos se inyectan en varios ratones para que produzcan un líquido a partir del cual se purifican más tarde los anticuerpos contra la proteína N. Todo esto nos da mayor soberanía tecnológica», describe a grandes rasgos Díaz Cruz un proceso complejo y minucioso.
Esa vorágine no solo mantiene en vilo al grupo de 58 trabajadores del CIGB espirituano. Nuevas contribuciones científicas prestigian al centro.
Mientras todos esos anhelos van de las probetas a su materialización, Javier, José Miguel y Joel aseguran que recibieron la condición Jóvenes por la vida en nombre del resto del polo científico, porque la existencia desde hace más de 30 años de este centro les ha demostrado que en la ciencia el éxito radica en el esfuerzo colectivo, y sueñan con que sean menos las indisciplinas que hoy avivan la propagación de la enfermedad.
«Enfrentamos una situación muy compleja a nivel de país. Si pensáramos un minuto en el costo humano y económico que significa cada vez que alguien se enferma, tal vez a nivel social la toma de conciencia fuera mayor», afirma el biólogo Fernández Torres, quien añade que «en el distanciamiento físico y en el cumplimiento del resto de las medidas sanitarias está la clave para aliviar tanta tensión».