La capacidad de observar y la sensibilidad e imaginación de un médico hicieron posible la invención de ese instrumento, uno de los descubrimiento más útiles y perdurables de la historia
Con seguridad se puede decir que no existe instrumento médico más famoso que el estetoscopio, capaz de complementar un buen examen clínico y de ser parte de eso que tanto defendemos y conocemos como «el método clínico».
A pesar de estar próximo a cumplir dos siglos de existencia, y de los grandes avances tecnológicos que han acontecido, el estetoscopio no ha podido ser suplantado en su «sencillez» y utilidad. Tiene incluso un fuerte simbolismo. Así es cuando se convierte en pasaporte mundial que identifica al médico y a su humanitaria labor.
En el universo médico se ha ganado apócopes innovadores, los cuales, por cierto, no son permitidos por la lengua española (como «esteto» o «estetóscopo»). Este instrumento guarda una admirable historia que tiene que ver con el médico Rene Theophile Hyacinthe Laennec, el padre del estetoscopio.
Calificado como uno de los principales maestros del diagnóstico clínico, nació el 17 de febrero de 1781 en Quimper, Britania, Francia. Fue el mayor de tres hermanos y desde los cinco años sufrió de cerca las secuelas de enfermedades terribles: a esa edad perdió a su madre por culpa de la tuberculosis, afección que le atormentó como sombra durante toda su vida, y por la cual también vio morir a un hermano, un tío y algunos de sus profesores y amigos más allegados.
Bajo la tutela de un familiar que había sido decano de una facultad médica, el francés sintió tempranamente atracción por la ciencia de curar enfermedades. En 1800 ingresó en la Escuela de Medicina y tuvo la dicha de contar con excelentes maestros, quienes le inculcaron los secretos del examen físico mediante la percusión, y con posterioridad mediante la auscultación. Sobresalió rápidamente como uno de los mejores estudiantes.
En septiembre de 1816, mientras caminaba por el patio del Palacio del Louvre, Laennec quedó embelesado observando cómo dos niños jugaban con la rama de un árbol. Uno de ellos se colocaba un extremo junto al oído, y se abstraía mientras escuchaba las señales amplificadas que su compañero le trasmitía al raspar la rama con una clavija.
Se cuenta que, un año después, fue llamado para atender a una mujer que refería tener síntomas de una enfermedad cardiaca. La palpación y percusión eran maniobras que ofrecían muy poca ayuda en el diagnóstico. Hacía falta la auscultación directa, la cual consistía en pegar el oído en el pecho de la enferma, pero el médico no halló anuencia para realizarlo.
El pudor y la gordura de la paciente parecían barreras insalvables. Justo en aquel momento embarazoso, Laennec tuvo la visión y el recuerdo de la experiencia vivida con los dos niños. Tomó una hoja de un cuaderno de apuntes, la enrolló y colocó un extremo en la región de su oído mientras que el otro era aplicado directamente sobre el pecho de la mujer. Y quedó sorprendido al oír con mayor claridad los latidos cardiacos. Así surgió la idea del estetoscopio y de la «auscultación mediata».
A partir de ese encuentro el galeno dedicó tres años a probar diferentes materiales, con diseños que él perfeccionaba. Tras cuidadosa fase de experimentación, presentó como modelo un tubo de madera de 3,5 centímetros de diámetro y 25 de largo. Ese fue el precursor del estetoscopio moderno.
Rápidamente el instrumento tuvo modificaciones realizadas por el mismo Laennec, quien le asoció un adaptador destinado a la auscultación del corazón. Para hacerlo más maniobrable y transportable, el objeto fue creado en tres partes que fácilmente se ensamblaban.
Los sonidos captados en el corazón y en los pulmones fueron investigados por el creador del estetoscopio. Se apoyaba en la descripción minuciosa de lo que escuchaba, resultado que después correlacionaba con los hallazgos de las necropsias. En 1818 presentó sus experiencias e investigaciones a la Academia de Ciencias en París; y en 1819 publicó la primera versión de un libro donde recogía sus descubrimientos.
Laennec producía los estetoscopios. Para ello empleaba cedro y ébano torneados con sus manos. Llegó a realizar 3 500 ejemplares en tres modelos diferentes; y los vendía a precios muy económicos, cada uno junto a un ejemplar de la primera edición de su libro.
El estetoscopio de madera de Laennec fue usado hasta finales de la primera mitad del siglo XIX, cuando a partir de descubrimientos como los tubos de goma se empezaron a desarrollar nuevos modelos.
El término estetoscopio también es obra del destacado médico, quien hablaba muy bien el griego y el latín. La terminología por él propuesta tiene sus orígenes en el griego stethos, que significa pecho, y scopein, que significa observar o ver. Así el descubridor dejaba claro su criterio de que a través del instrumento un clínico «podía ver las lesiones ocultas dentro del tórax». Otros autores propusieron nombres como pectoriloquio, sonómetro o toraciloquio, pero esas palabras pasaron al olvido.
Por duros golpes sufridos en su vida profesional y personal, la salud de Laennec, quien no había tenido hijos, se deterioró de modo vertiginoso. En mayo de 1826, la fiebre, la tos y la dificultad respiratoria lo forzaron a retornar a su escenario natal con la esperanza de recobrar bríos.
Durante su último mes de vida el médico contó con la asistencia de un sobrino. A él pedía que le describiera todo cuanto escuchaba durante la auscultación de su tórax. Los hallazgos le eran signos muy bien conocidos.
Por medio de su propio invento supo que no podía escapar de la ironía que la vida le había deparado. Era víctima de la tuberculosis. Murió el 13 de agosto de 1826. Se cuenta que poco antes de fallecer, Laennec había donado al sobrino su estetoscopio, su reloj de pulsera y su anillo, y le confesó: «Por encima de todas las cosas, mi estetoscopio, que es la mejor parte de mi patrimonio».
De esta historia de vida podríamos extraer, entre muchas enseñanzas, una que se complementa con la afirmación de Louis Pasteur, uno de los más destacados científicos del mundo: «En los campos de la observación, el azar favorece solo a la mente preparada». Pero, ¿cuántos investigadores están preparados para detenerse a contemplar un juego de niños? Tendrían que ser como Laennec, cuya imaginación le permitió llegar tan lejos.
* Doctor en Ciencias Médicas, especialista de Segundo grado en Medicina Interna, profesor titular de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana e investigador auxiliar.
Bibliografía
Cheng To. How Laennec invented the stethoscope. Int. J. Cardiol. 2007; 118 (3): 281-5.
Lüderitz B. The discovery of the stethoscope by T. R. H. Laennec (1781-1826). J. Interv. Card Electrophysiol. 2009; 26: 151-4.