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¿Carta oculta de la ciencia?

Algunos ven en la geoingeniería una especie de superheroína científica capaz de salvar al mundo. Pero no todos piensan lo mismo…

Autor:

Iris Oropesa Mecías

El próximo año podrá ser el primero en que se descubra una carta oculta de la ciencia para «salvar al planeta». Los investigadores David Keith y Frank Keutsch, de la Universidad de Harvard, deberán lanzar un globo de gran altitud atado a una góndola con hélices y sensores, desde unas instalaciones de Arizona (EE. UU.). El dispositivo, llamado Strato Cruiser, rociaría un fino vapor de dióxido sulfúrico, alúmina y carbonato de calcio para aumentar el nivel de reflectividad de las partículas, medir el grado al cual se dispersen o se fusionan y sus interacciones con otros compuestos dentro de la atmósfera, y probar si logran su cometido: reflejar los rayos del Sol hacia el espacio, y con ello revertir el efecto del calentamiento atmosférico, uno de los mayores problemas de nuestro planeta.

La idea no es un intento aislado. Llega de la mano de una rama científica que se propone la misión superheroica de revertir el caos provocado por el cambio climático, la geoingeniería. Sin embargo, hasta hoy sus propuestas nunca han trascendido los laboratorios controlados y la teoría.

Aliada o contrincante

La geoingeniería es la rama de la ingeniería que parece ser capaz de revertir los efectos del cambio climático a través de la manipulación tecnológica del medio ambiente. Al menos en teoría. Al menos en pequeña escala. Al menos.

En un contexto casi apocalíptico en que la investigación científica prevé la elevación de los niveles del mar y la temperatura global, la vía política del acuerdo de París para aliviar la situación medioambiental ha sido considerada casi un obstáculo legal que demora medidas prácticas reales. El problema de lograr una recuperación climática con el uso de energía renovable es que esta debe resultar más barata que las de combustible fósil, algo que aún no logramos.

La geoingeniería, entonces, se erige con tintes de salvación, como una especie de remiendo del desastre. Un «corrector» del error. La aspirina para el dolor.

Sus propuestas son, sin duda, espectaculares. Desde la irrigación de agua en el Ártico para recuperar el grosor del hielo, hasta verter partículas de hierro a los océanos para estimular el florecimiento del plancton, bombardear a las nubes con yoduro de plata para provocar lluvia o modificar genéticamente ciertos cultivos para que su follaje pueda aumentar el albedo terrestre (el albedo es la reflectividad de la superficie terrestre y se refiere a la energía reflejada desde la Tierra al universo).

Básicamente los investigadores de estas opciones se concentran en tres direcciones: manejo de la radiación solar, remoción de gases con efecto de invernadero y modificación climática. Y a partir de ahí, un todo-vale en el uso y manipulación de cuanta tecnología tengamos a mano, con un buen fin ecológico.

Esperanzados entonces, el 24 de marzo se realizó un foro en Washington DC sobre geoingeniería solar, lo que demuestra el deseo por probar si esos métodos son implementables.

Sin embargo, no todos se fían del aliento salvador del nuevo personaje científico. El debate se va acalorando por las voces de quienes ven en estas opciones un rejuego con la política de negacionismo al cambio climático de la administración Trump.

«La manipulación del clima es buen negocio, crea mercados cautivos, tiene potencial de uso bélico y no demanda reconocer qué o quién causa el cambio climático, ni hacer transformaciones en políticas y patrones energéticos. Por el contrario, permite seguir con las causas que calientan el planeta y hacer negocios con tecnología para enfriarlo», resume James Temple, de la revista MIT Tecnology Rewiew. Quienes no creen que la geoingeniería sea un método científico aceptable creen que la excusa de que «yo recojo mi reguero» sería una salida fácil que podría opacar la tradición ambientalista de prevenir.

Por su parte, la bloguera mexicana de temas ecológicos Silvia Ribeiro entrevé una especie de alianza estratégica entre la política de Trump y estos mecanismos de manipulación ambiental: «Negar el cambio climático no se contrapone, sino que va en la misma dirección que la geoingeniería: se trata de no cambiar las causas reales del problema y justificar que los grandes emisores puedan seguir sus negocios como siempre, o mejor dicho, aumentarlos con los negocios de comercio de carbono y tecnologías de geoingeniería».

Qué tienen que ver Trump y la Geoingeniería

De que hay una pelea campal entre la Administración de Donald Trump y la ciencia ya a nadie le debe quedar duda. Si ya el mundo científico tenía la piel de gallina desde que el magnate usara en su campaña un discurso que negaba el cambio climático, el actual Presidente de Estados Unidos ha dado golpes al rostro de la investigación, la divulgación y la ciencia del clima.

Se atrevió a nombrar a Scott Pruitt —un famoso crítico del cambio climático— como director de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), y a Rex Tillerson —exdirector de la petrolera ExxonMobil—como secretario de Estado, además de imponer una revisión de todos los estudios científicos de la EPA antes de hacerse públicos. Incluso para las redes sociales.

Además, prohibió a las agencias ambientales y a sus empleados toda comunicación directa con el público, en especial sobre el cambio climático, lo que reafirma su infantil estrategia de «eso no se toca» en cuanto al preocupante tema.

Desde el inicio de esta contienda, científicos y académicos han contratacado. Desde el mismo Barack Obama, quien publicó en Science a favor del uso de energías renovables, hasta editoriales de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés) —la más relevante de ese sector en su país, y auspiciadora de la revista antes mencionada— en contra del amordazamiento científico.

También la carta abierta firmada por miembros de la Academia Nacional de Ciencias, con investigadores como el británico Stephen Hawking, el español Francisco Ayala y hasta 30 premios Nobel, a finales de 2016; los manifiestos y editoriales en prestigiosos medios. Hechos como la marcha convocada a principios de año y el planeamiento de una segunda para finales del mes que vivimos, también han sido respuestas a la nefasta política ambiental de Trump.

Y en el medio digital, los científicos se han vuelto casi hackers con el uso de cuentas alternativas para seguir divulgando datos acerca del cambio climático.

Pero en los últimos días, Trump ha propinado su más reciente gancho en este round, al firmar una ley que revierte la política medioambiental del mandato de Barack Obama y da vía libre al uso de combustibles fósiles, algo que favorece a empresarios de la rama del carbón.

En medio de tal polémica, los científicos climáticos de la Universidad de Harvard (EE. UU.) están preparando experimentos atmosféricos a pequeña escala sobre la viabilidad y las desventajas de alterar el clima.

Si se decide dar luz verde a este tipo de opciones o no, lo que sí podemos atrevernos a opinar es que una vez más no se trata del mecanismo científico tecnológico, sino del uso que el hombre decida darle. Bien usada, la geoingeniería podría aliviar la triste situación del planeta, y ver mejorar a zonas casi perdidas, como los glaciares o los bosques.

Por mucho que nos gustaría etiquetarla de buena o mala, tendremos que asumir que una vez más depende de nosotros el salvar o no al planeta, más allá de superhéroes científicos.

Bien usada, la geoingeniería podría aliviar situaciones como el deshielo del planeta. Foto: Tomada del blog Cuenta regresiva

 

Bien usada, la geoingeniería podría aliviar situaciones como el
deshielo del planeta. Foto: Tomada del blog Cuenta regresiva

 

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