La Organización Mundial de la Salud le robará la atención a las series y novelas de paso para desenmascarar a un enemigo oculto que aqueja al menos a 320 millones de personas en el mundo
Un solo día o una campaña es poco para develar a un enemigo. Más aun entre el bombardeo de banalidad y mercantilismo que suele acaparar espacio en el debate público y los medios. Por eso la Organización Mundial de la Salud (OMS) suele elegir muy inteligentemente a qué dedicará la jornada de abril que cada año roba la atención de un mundo (seriéfilo, facebook maniaco y por momentos light) hacia un tema sanitario preocupante.
La entidad apuesta por los azotes más graves, aquellos que golpean a refugiados en el «eso-no-se-dice-eso-no-se-habla» y es necesario que el planeta advierta y conozca para cooperar en la prevención y erradicación. Este año, la OMS no ha dudado en dar el espaldarazo de la campaña anual contra un viejo aliado del estigma y la desinformación. No es ningún nuevo y extraño virus. Mucho menos una mutación de patologías existentes. Es un peligro que se disfraza tras la cotidianidad de muchas sociedades, incluso del Primer Mundo. Y con el fin de que cada vez más las personas lo reconozcan, pidan y brinden ayuda, el lema sanitario de este abril será Hablemos de la depresión.
El informe de la OMS Depresión y otros trastornos mentales comunes, revela que el 4,4 por ciento de la población mundial —cerca de 322 millones de personas— padece este flagelo emocional. Además, expresada en el punto máximo del suicidio, es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años de edad a escala planetaria.
Como lo describe el sitio web de la máxima entidad sanitaria, es un trastorno mental frecuente, caracterizado por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o problemas de autoestima, trastornos del sueño o del apetito y sensación de cansancio y falta de concentración, principalmente. Puede ocurrir de modo leve, moderado o grave. Este último es el estadío que acarrea peligro de instintos autodestructivos.
El mal puede llegar a hacerse crónico o recurrente y dificultar sensiblemente el desempeño en el trabajo o la escuela y la capacidad para afrontar la vida diaria incluso en las tareas más simples. Esto provoca también efectos nefastos sobre las relaciones interpersonales —que muchas veces se tiñen de incomprensión— y sobre la capacidad de autogestionar la economía y la vida personal.
Sin embargo, medios especializados en salud y debate público parecen no advertir la dimensión del asunto, tal vez presionados por temas sanitarios como la resistencia bacteriana a los antibióticos o las arduas luchas contra el cáncer, sida, ébola o dengue... Si a ello se suman los errores de diagnóstico de la depresión, que, salud mercantilizada de por medio, derivan en un exceso de prescripción de sicofármacos antes que la terapia conversacional (o yerran el blanco por asociar los síntomas a situaciones leves), unido al estigma social hacia el reconocimiento de los síntomas mentales, el problema entra en los peligrosos planos del anonimato.
Precisamente son estas las razones tras el venidero Día Mundial de la Salud. No solo por el peso de los síntomas a nivel individual, que ya de por sí son suficientemente nocivos, sino también por tres complicaciones esenciales: la depresión favorece la discapacidad social y la comorbilidad —o sea, el oportunismo de otros trastornos mentales y patologías físicas—, tiene un grado de incidencia muy alto a nivel planetario, que va en aumento, —con un 18 por ciento más que en la década pasada— y muy frecuentemente está oculto tras el tabú y la falta de información y tratamiento. Esto último puede generar silencio del aquejado ante las críticas de quienes no reconocen los síntomas de una enfermedad.
El pasado año, cuando en octubre se dio inicio a la campaña de la entidad para este venidero 7 de abril, el entonces secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, dio el ejemplo en cuanto a la actitud de romper el silencio sobre el tema, y subrayó en su mensaje la urgencia de prestar apoyo inmediato a las personas que sufren trastornos sicológicos tras haber sobrevivido una crisis a raíz de conflictos o desastres naturales.
Latinoamérica, a pesar del crecimiento hace unos años de políticas de acceso sanitario con varios proyectos progresistas, no está exenta del problema. La depresión es uno de los trastornos menos visibilizados, y según datos publicados recientemente por Telesur solo una de cada cinco personas que sufren de depresión en nuestra región está bajo tratamiento.
Si bien en Cuba el acceso a ayuda especializada es una garantía, el factor sociocultural del estigma sí suele obstaculizar a la hora de pedir ayuda, reconocer que se tiene un problema emocional de este tipo y hablar al respecto.
Además de las ciencias de la mente, desde hace unos años es tendencia científica que ramas como la neurología, la endocrinología y hasta la genética se interesen por desenmascarar la parte física y química de este trastorno. O sea, a un grupo de investigadores les interesa descubrir qué sustancias, genes o reacciones hormonales se desatan en nuestro cuerpo en estados depresivos, o, en su contraparte sicológica, cuáles son propios de la felicidad emocional.
Con fines como esos, apenas a inicios de este año un equipo ruso anunciaba haber hallado un gen asociado al trastorno emocional depresivo, un hallazgo que se publicó con los titulares más rimbombantes, al relacionar el mal con una supuesta causa única natural. Tatiana Axenóvich, catedrática de Biología del Instituto de Citología y Genética (ICG) de Novosibirsk (Siberia), y su equipo llevaron a cabo la búsqueda auxiliada por datos del centro Erasmus de Rótterdam, especializado en el tema.
Sin embargo, la noticia puede haber sufrido el efecto del teléfono descompuesto, pues lo que realmente hallaron los investigadores fue una verdad que ampliaba lo conocido. Se sabe que al menos en un 40 por ciento la enfermedad mental está motivada por una causa genética, pero en cerca de un 60 por ciento se relaciona a factores externos como el estrés no resuelto, crisis o rupturas personales, desastres bélicos y naturales, aislamiento, enfermedades graves y pobreza, entre otros. Pero sobre todo, una base emocional no educada en valores positivos y afrontamiento.
Axenóvich afirmó que la identificación del gen sí ofrece a los laboratorios información muy útil a la hora de crear nuevos fármacos para combatir de un modo más certero una enfermedad que se ha convertido en un reto para la salud pública. Sin embargo, la prevención de fortalecer la educación emocional en núcleos familiares, escuelas, centros públicos y de trabajo, y el tratamiento sicofarmacológico, siguen siendo los antídotos más precisos hasta hoy conocidos.
Desde el campo de la endocrinología la batalla contra la depresión se centra en el estudio del comportamiento de cuatro hormonas naturales que combaten los efectos de la depresión sin uso de fármacos: endorfinas, dopaminas, oxitocina y serotonina. Y si bien sus efectos son apenas reacciones momentáneas del organismo, se recomienda alargar su presencia con hábitos de vida que los generen reiteradamente. Ninguna fórmula mágica que no conozcamos: contacto físico y emocional, ejercicios frecuentes, recreación sana, cultivo de la autoestima e inserción social y comunitaria son algunas de las sencillas actividades que se pueden promover conscientemente en busca de estos «cuatro fantásticos» hormonales.
Pero quizá son casos más agudos los que se buscan visibilizar este 7 de abril. Probablemente es necesario que aprendamos a detectar en nosotros mismos y en nuestros seres allegados la seña de un oscuro enemigo que se solapa tras el silencio, y hasta tras la sonrisa y la productividad. Son los casos en que ya los síntomas están haciendo mella, pero el tabú y la falta de cultura sicológica pueden llegar a frustrar la búsqueda de apoyo. En tales casos la acción de hablar sobre el tema y pedir apoyo sicológico por parte del aquejado, así como la empatía y atención de familiares y amigos en busca de asistencia profesional son «la cura científica» que tenemos cada uno en nuestras manos para ganarle la lucha al llamado perro negro de la depresión.