El domingo, otra acción, ya acostumbrada desde hace 17 años, para pedir el cierre de la escuela militar que ha formado a miles de uniformados que en América Latina han cometido una y otra vez abusos y violaciones a los derechos humanos. Pero esta vez fueron unos 22 000 a cantar, levantar cruces blancas por los caídos y asesinados y desfilar frente al enclave del ejército en Fort Benning, donde está ubicado ahora el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad (WHINSEC), sucesor desde 2001 —perdónenme la frase hecha, pero es la adecuada— de la tristemente célebre Escuela de las Américas, primero ubicada en Panamá hasta 1984. Rendían tributo a los seis jesuitas, su ama de llaves y la hija de esta, asesinados por algunos alumnos de la Escuela de las Américas el 19 de noviembre de 1989, en El Salvador.
El único trocito de naturaleza que Ana Frank veía desde la ventana de su escondite, está a punto de morir. El castaño de indias descrito con ternura por la niña en el diario más famoso del mundo, será talado en los próximos días porque se encuentra gravemente enfermo, atacado lentamente por un hongo que ha carcomido casi todo el interior del tronco. La enfermedad, dicen, es irreversible.
Imagine por un momento que un ciudadano libanés, miembro del partido chiita Hizbolá, camina algunos centímetros más allá de la frontera, adentrándose en Israel con una simple cámara fotográfica. El hombre va desarmado, sin una pizca de pólvora encima. ¿Qué se puede esperar de las tropas israelíes que lo descubran, sino que sus ametralladoras comiencen a ladrar inmediatamente?
A los periodistas nos encanta «alimentarnos» de la gente. El redactor que no tenga en cuenta la más discreta de las opiniones de uno de sus lectores es como ese médico que le receta al paciente sin haberle mirado a la cara, sin siquiera haberle auscultado, antes, el más mínimo soplo de aire en sus pulmones.
«Yo nada espero de los que nada esperan» es una frase carpenteriana que entronca bien con otro apotegma: «Quien no sea optimista, que ceda de antemano a todo propósito».
Ahora Francia quiere tomar el cubo y España el arado. A saber, han propuesto una nueva iniciativa de paz para el conflicto israelo-palestino. Pero huele a tarea ingrata. La Conferencia de Madrid en 1991, los acuerdos de Oslo en 1993, los de Wye Plantation en 1998, los de Sharm el Sheik en 1999, más la Hoja de Ruta propuesta por EE.UU., Rusia, la Unión Europea y la ONU en 2003, han producido papeles y más papeles, mientras la realidad es una: Israel permanece ocupando ilegalmente Cisjordania y Jerusalén Oriental, y ya sabemos qué misión tienen sus aviones de combate y sus misiles respecto a la Franja de Gaza.
Pero lo cierto es que desde antes de las elecciones parciales del 7 de noviembre ya los países andinos andaban de carreras, y recordaban a la Casa Blanca el cercano vencimiento del programa de preferencias arancelarias que Washington implementó desde los 90 y prorrogó en el año 2000 como acompañamiento de su dudosa cruzada contra el narcotráfico en Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú.
Paso algunas mañanas por ciertos parques del Vedado y me detengo a observar a grupos de viejos y de ancianos —y no creo que ambos términos sean ofensivos— a los que ahora se les llama, suavemente, «adultos mayores». Paso. Me detengo. Y gozo. Gozo al pulsar el tratamiento de nuestra política social hacia los viejos. Los veo haciendo ejercicios en solidaridad de edades y de conciudadanía, relación colectivista donde la vida sigue conservando un sentido.
En este mundo patas arriba el deporte muestra enormes grietas que van desde la desmedida comercialización hasta la presencia cada día más numerosa de casos positivos de dopaje, así como crecientes manifestaciones de xenofobia, lavado de dinero o soborno que involucran a directivos, atletas, equipos y «aficionados».
Amigos: ¡Lo hicieron! ¡Lo hicimos! Lo imposible sucedió: una mayoría de norteamericanos ha removido sólida y convincentemente al partido de Bush del control de la Cámara de Representantes, y los republicanos también han sido expulsados, milagrosamente, de la dirección del Senado de Estados Unidos. Esto sucedió porque el pueblo estadounidense quería dejar dos cosas claras como el agua: terminar esta guerra y evitar que Bush haga más daño a este país que amamos. De eso se trató esta elección. De nada más. Solo eso. Y es un mensaje que ha conmocionado a Washington, y ha enviado un mensaje de esperanza alrededor de este mundo aquejado de problemas.