Tres «payasos» en una actuación muy seria. Foto: Jonah House Llegaron vestidos de payasos, pero no era ninguna payasada, solo para demostrar que el humor y la risa también son ingredientes de la lucha contra la guerra y la muerte. Era junio de 2006 y el reverendo Carl Rabat, el trabajador católico y veterano de guerra Greg Boertie-Obed, y el obrero y también veterano Mike Walli cortaron el candado de la cerca metálica que rodea el Echo-9, sitio de lanzamiento de los misiles nucleares intercontinentales Minuteman III, ubicado en tierra de tribus de los pueblos originarios en Dakota del Norte. Pusieron banderolas con mensajes de paz. Una decía: «Transformar las espadas en azadones». Derramaron su propia sangre sobre el sitio, la emprendieron a martillazos con la instalación y esperaron ser arrestados por protestar contra las armas de destrucción masiva. El pasado jueves fueron sentenciados a tres años en una prisión federal y a pagar 17 000 dólares.
El domingo, otra acción, ya acostumbrada desde hace 17 años, para pedir el cierre de la escuela militar que ha formado a miles de uniformados que en América Latina han cometido una y otra vez abusos y violaciones a los derechos humanos. Pero esta vez fueron unos 22 000 a cantar, levantar cruces blancas por los caídos y asesinados y desfilar frente al enclave del ejército en Fort Benning, donde está ubicado ahora el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad (WHINSEC), sucesor desde 2001 —perdónenme la frase hecha, pero es la adecuada— de la tristemente célebre Escuela de las Américas, primero ubicada en Panamá hasta 1984. Rendían tributo a los seis jesuitas, su ama de llaves y la hija de esta, asesinados por algunos alumnos de la Escuela de las Américas el 19 de noviembre de 1989, en El Salvador.
Fue un esfuerzo más por cerrar la «escuela». Lo organizó SOA Watch —grupo fundado por el reverendo Roy Bourgeois en 1990—, quien luego de servir como oficial naval en la guerra de Vietnam, pasó cinco años como misionero en Bolivia. Ha visto los horrores de la guerra y los del hambre... Un solo y contundente argumento para Bourgeois y quienes le siguieron: «No se puede comer armas. No se comen balas. Quieren comida... medicina. Necesitan escuelas para sus niños».
Dentro de algunos meses sabremos a cuántos años condenaron o qué multa deberán pagar los 16 manifestantes —incluidas dos abuelas— arrestados por cruzar las tres cercas coronadas por espirales de alambres de púas o cuchillas y traspasar la «propiedad militar»...
Imposible arrestar a los otros reunidos allí: padres que cargaban a sus bebés o llevaban a sus pequeños de la mano, ancianos, curas y monjas, veteranos de guerra, miembros de Las 1 000 Abuelas, y también de Viviendo el Sueño, organización dedicada a la justa ilusión del reverendo Martin Luther King de unificar un mundo de paz.
Todos desnudaron a los hacedores de la guerra, a los diablos de la destrucción. Por eso el régimen bushiano los considera «enemigos» y el Departamento de Defensa, que quiere prevenir esos «ataques» a las instalaciones militares, dedica su programa Talon a recolectar chivatazos o información de inteligencia. Le viene bien cualquier reunión antibélica en iglesias, bibliotecas, predios universitarios u otra locación. Y, para colmo, dicen que la base de datos tiene un empleo antiterrorista, pero ¿sabe usted? Nadie puede explicarse por qué Luis Posada Carriles no figura en ella...