En una sesión convocada por la Liga Árabe y el Movimiento de Países No Alineados, cuyo Buró de Coordinación preside Cuba, la Asamblea General de la ONU aprobó por 156 votos un proyecto de condena a la agresión israelí a Palestina. Foto: AFP ¿Podría alguien vaciar el mar cubo a cubo? ¿O trazar surcos perdurables en el océano? Intentarlo, se puede intentar, pero tras mucho sudor, nada se logra.
Ahora Francia quiere tomar el cubo y España el arado. A saber, han propuesto una nueva iniciativa de paz para el conflicto israelo-palestino. Pero huele a tarea ingrata. La Conferencia de Madrid en 1991, los acuerdos de Oslo en 1993, los de Wye Plantation en 1998, los de Sharm el Sheik en 1999, más la Hoja de Ruta propuesta por EE.UU., Rusia, la Unión Europea y la ONU en 2003, han producido papeles y más papeles, mientras la realidad es una: Israel permanece ocupando ilegalmente Cisjordania y Jerusalén Oriental, y ya sabemos qué misión tienen sus aviones de combate y sus misiles respecto a la Franja de Gaza.
Pero Madrid y París insisten. En acuerdo con el presidente francés Jacques Chirac, el jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció un plan en varias etapas para desestancar el proceso de «paz»: el cese inmediato de la violencia, la formación de un gabinete de unidad nacional palestino, el intercambio de prisioneros, el inicio de contactos entre el primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente palestino Mahmud Abbas, y el despliegue de una misión internacional en Gaza. Después seguiría una conferencia de paz entre todos los implicados.
Primera reacción: Israel no quiere oír del tema, porque «no se le consultó» antes de hacerlo público. Segunda, la del «ultraembajador» estadounidense en la ONU, John Bolton: «No creemos que la interposición de una fuerza internacional contribuya a una solución permanente del problema». ¿Alguien se extraña? Primero le brota una cresta de gallo a la cúpula del Capitolio, antes de que Israel permita soldados ajenos en lo que cree su patio, y antes de que EE.UU. deje de cumplir los caprichos de su nené.
Así, Tel Aviv menosprecia lo que le proponen dos de sus socios europeos. Y estos, ¿qué pueden hacer?
Llama poderosamente la atención cómo la Unión Europea, una potencia económica, poco puede evitar que no lejos de ella persista un foco de inestabilidad e injusticia por tantas décadas. De hecho, su curiosa política de alcanzar «posiciones comunes» hacia países específicos, no le alcanza para adoptar una actitud coherente hacia las violaciones evidentísimas del Derecho Internacional que comete el «muchachito» del este del Mediterráneo.
Un ejemplo: el 13 de noviembre, EE.UU. vetó una propuesta de resolución de Qatar en el Consejo de Seguridad de la ONU para condenar la agresión militar israelí contra Gaza. Era de esperar, pero ¿qué pasó con los miembros europeos en el órgano? Pues que Grecia y Francia la aprobaron, pero Dinamarca, Gran Bretaña y Eslovaquia se abstuvieron. A saber, unos entendieron que Israel estaba acabando con la quinta y con los mangos, y otros que no era para tanto.
¿Por qué no hubo «posición común» de Europa ante crímenes tan evidentes? Lo ignoro, llanamente.
Solo sé que, desde 1995, la Unión Europea tiene un Acuerdo de Asociación con Tel Aviv, basado en «la observancia de los derechos humanos y la democracia», y que promueve «una mayor integración de la economía israelí en la economía europea». La cooperación abarca áreas como la agricultura, la industria, los servicios financieros, la energía, el medio ambiente, las telecomunicaciones, el turismo, el transporte, etcétera, etcétera.
O sea, excelentes vínculos ¡con un Estado que ocupa ilegalmente a otro pueblo, que practica asesinatos extrajudiciales, y que ha ignorado más de 40 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU!
Con este prontuario, ¿se puede esperar que Israel haga mayor caso a la propuesta de Francia y España?