Al dengue como a otros trances en la vida hay que aplicarle el refrán de que a falta de pan, casabe, revelador de la necesidad de adaptarse o conformarse a las condiciones que se presentan, aunque no sean las ideales. Es, ni más ni menos, la variante más inteligente para salir adelante mientras buscamos las mejores soluciones.
Por debajo de la luminosidad trepidante del Vietnam actual, con sus edificaciones acristaladas que se empinan hacia el cielo, las miles de motos y vehículos que se disputan las calles de Hanoi, los pequeños y pintorescos comercios en los que se expende lo humano y lo divino, los enormes carteles digitales que anuncian desde mundiales marcas norteamericanas a humeantes Habanos cubanos, sigue discurriendo abundante, como las aguas de los famosos y numerosos ríos del país, la generosidad y la hermandad de un pueblo que no se olvida de su historia ni de sus amigos verdaderos.
Esta historia dignifica el impacto que generan las relaciones afectivas enraizadas en el amor y el cariño durante la crianza en el seno familiar más allá de los lazos consanguíneos, aun cuando estos existan en parte, pero que, por sí solos, tampoco bastan para lograr la armonía.
Con el paso de los años, la obra de Alejo Carpentier no ha perdido vigencia. Difundida fundamentalmente en Europa occidental y en la América Latina, se expande ahora a zonas de la geografía del planeta antaño inexploradas. Ha entrado en el mundo árabe, en China, en Japón o en Corea del Sur. Una poderosísima transnacional prepara nuevas traducciones de Los pasos perdidos y El siglo de las luces. Con el derrumbe del campo socialista europeo, ese mercado desapareció abruptamente, pero se están produciendo señales de una lenta recuperación en países como Polonia, Letonia o Rumania.
En el Código de las Familias habita nuestro país. Se trazan sus múltiples realidades y se propone resolver muchas cuestiones aplazadas desde hace años. De ahí que la principal responsabilidad como ciudadanos con aspiraciones de empujar una nación más sólida, equitativa y responsable para con sus habitantes, es valorar la disposición normativa especial con rango de ley como un todo.
Deseo referirme, aunque sea muy brevemente, a los aportes de Vilma a los preceptos recogidos en este Código de las Familias, sobre todo para que las nuevas generaciones, que no tuvieron el privilegio de compartir con ella, conozcan su papel como verdadera educadora en el empeño de lograr toda la justicia para todas las personas.
¿Está usted de acuerdo con el nuevo Código de las Familias? Esa es la pregunta que responderemos todos el domingo 25 de septiembre, entre las siete de la mañana y las seis de la tarde, inmersos en el referendo popular al que será sometida la importante norma jurídica. Es el momento en el que todos pensaremos en todos, en una sociedad más justa, más inclusiva y, principalmente, mejor pensada entre todos.
Hace nueve días nació Gael, un bebé risueño y de buen dormir como el que muchas familias desearían en sus cunas. Ni la lactancia a libre demanda ni el malestar tras la cesárea han borrado el brillo de paciente ternura en los ojos de su madre, una joven que ejerce como educadora en un círculo infantil espirituano.
Por fortuna, cuando muchos olvidan queda la historia —una dama que se conserva muy bien para la edad que tiene— con su muy buena cabeza para las fechas. Es ella quien anticipa que el 28 de abril del próximo año cumplirá dos siglos la poco agropecuaria Doctrina de la Fruta Madura.
Para evitar que por el desuso se lleguen hasta a malograr las disposiciones legales, nada más saludable que el repaso de cómo se asume su acatamiento, en especial en el mismísimo escenario en que su aplicación significa más justeza y bienestar.