Todo vuelve, pero deteriorado, como farsa o ironía. Con razón denunciamos el poder del espectáculo y la enajenación total de la vida privada y pública que el mundo nuevo interconectado nos entrega. Las plataformas tecnológicas logran un control incluso más férreo del que pueden ejercer los Estados, las ideologías o las iglesias juntos. Un control con cara simpática, colorido y burbujeante, pero que rige en la oscuridad con mano implacable.
A muchos los ¿sorprendió? esta temporada de lluvias, aunque siempre irrumpen más que las anunciadas, empezando porque en nuestro país existen dos períodos estacionales: uno lluvioso, de mayo a octubre, y otro poco mojado de noviembre a abril.
La noticia, por fin, llegó al terminar el mes de mayo. Lo que parecía inalcanzable, un sueño, quizá un recuerdo ya un poco lejano —el de volver a andar por las calles a rostro descubierto—, se convirtió en una realidad.
Solo basta vernos envueltos por estos tiempos en algún trámite legal, a la espera de «respuestas» necesarias, o esperando por la simple anuencia de alguien, para toparnos muy a menudo y en primera persona con un vestigio empantanado que lleva por nombre burocratismo.
Cuando la Feria del Libro aparece por el escenario de las colas del pollo y de la guagua y de los mandados y de la placita y del correo y de los bancos y del Coppelia y de un largo «y», enseguida, con mayor o menor intensidad, en la palestra pública aparece el debate sobre la lectura en Cuba.
Nadie puede negar ese privilegio de vivir muchísimos años, genuina aspiración en el largo, creativo, contradictorio y tumultuoso andar desde que surgimos como especie en el continente africano. ¡Qué soberbia esa historia de supervivencia, a pesar de tantísimas piedras en el camino!
¡Nasobuco quita’o!, dijeron algunos. Y al otro día de saberse la modificación de los protocolos sanitarios establecidos para el enfrentamiento a la COVID-19, muchas personas publicaron fotos en sus redes sociales, mostrando su rostro desprovisto de la mascarilla con los llamados #nasobucoquita’o, #alfinsinnasobuco, #carasinmascarilla, #diafeliz y #covidcontrolada. No pocas imágenes, incluso, revelaban labios pintados. ¡Casi se me olvida cómo se usaban los creyones!, comentó una amiga.
En los últimos tiempos se ha hablado mucho del trabajo en los barrios vulnerables. Todo lo que se hace allí pretende transformar y mejorar la calidad de vida de sus moradores. Se trata de una tarea impostergable, llamada a tener un gran impacto comunitario, en especial en la familia.
Se asombra. No lo puede creer. No ha pasado ni un minuto desde que esa persona publicó un post anunciando que vendía cigarros y 25 le han preguntado sobre el precio, el lugar, la marca y la cantidad. ¡Veinticinco en menos de un minuto!
El señor de pulóver gris lleva la piel tatuada de rojo. Sus brazos, la nuca y el rostro arrugado son tan oscuros que asustan y apenas disimulan las manchas del tiempo bajo el sol. Por dentro, así lo parece, lleva el alma clara y limpia. Digo esto y a lo mejor exagero en la descripción. Poco más vi. Quizá el pelo níveo, la ropa ajada, el aspecto churroso. Cosas sin relevancia.