Jadea aún el grupo por el ascenso hasta el Alto del Cojo, en la Sierra Maestra, cuando Camilo Cienfuegos decide acomodar los huesos junto a las raíces de un árbol caído. Todo está listo para recibir a fuego limpio al enemigo que avanza por los angostos trillos.
DE niño, siempre quise que mi flor cayera al río. Sufría cuando, asomado al puente de Cautillo Merendero, lanzaba mi ofrenda a Camilo y esta se quedaba en el barranco, en plena yerba, o en la orilla misma. Alguna vez hasta lloré casi sin consuelo.
El padre que desatendió a sus hijos durante 21 años y ahora regresa pidiendo ser perdonado. Aquel que no desea tener descendencia, pero al saber de la existencia de una hija derrocha ternura y sentido de la responsabilidad. El otro que, después de 12 años, se entera que no es el padre biológico de un adolescente y por ello rechaza verlo y atenderlo. El que aparece después de siete años a reconquistar a la madre de su hijo, sin interesarle mucho crear vínculos con el infante. El de la familia perfecta, que por razones laborales siempre llega tarde y no comparte tiempo de calidad con sus niños y, sin embargo, es el más dolido por el abandono de su padre, que recién apareció…
Ian trastocó a Cuba con sus macabras ráfagas, como si no bastaran tantos desordenamientos en nombre del ordenamiento, precios por las nubes, apagones de un sistema electroenergético en franca obsolescencia y carencias de todo lo posible e imposible, agudizados con asfixias de un bloqueo 90 millas al norte, que se solaza en llevarnos a la inanición.
Sonia calló. No quiso que su única hija, residente en otro país, supiera de su tristeza. Sola fue a las consultas, a recibir tratamiento, a conversar con la sicóloga, a caminar por la orilla del mar. Sonia sabía que «el cangrejo se me coló dentro», pero se propuso ser fuerte sin que nadie lo imaginara.
Vuelven a sonar las campanas, señal de que muchos siguen sin escucharlas, a pesar del constante repique de las máximas autoridades para recordar que no son tiempos de estar detrás del buró ni de enterarse de los problemas por informes escritos o verbales, muchas veces manipulados por sus autores para evitar transmitir a sus jefes lo que consideran malas noticias.
¿Qué significa nuestra bandera? ¿Por qué es un símbolo? ¿Cómo me identifico con ella? ¿Seré parte de ella o ella vive en mí? Todo sería tan fácil desde la frialdad de la distancia y la desconexión, desde la que solo podríamos ver un pedazo de tela cuya imagen no comunica, no transmite, no emociona… Sin embargo, hay un ligamen difícil de romper, un tejido cenital que nos aprieta y despierta una fuerza interior que convida a colocarla allí, en el pedestal.
Abrazo. Me es imposible asistir a la presentación del libro de José. Desde el regreso este domingo de Villa Clara me he visto obligado a estar en cama con malestar general, fiebres y otros síntomas, que parecerían dengue. No estaré presencialmente, aunque emocionalmente no podría evitarlo.
Esta ciudad, sin dudas, es mágica. Mientras más la visito, es mayor mi asombro por sus singularidades poéticas. Me refiero específicamente a las genuinas cualidades geográficas de Nuevitas, su gente amigable, su pueblo casi dormido en el tiempo y su incuestionable cultura.
Nada. Una brizna, apenas un filamento que acaricia mi mano. Pero cuántos recuerdos, cuántas historias en esa nervadura, en ese encaje. Se le conoce como espuma de mar, brisa, helecho plumoso… Todas las metáforas, todo lo delicado para nombrarla.