Nada. Una brizna, apenas un filamento que acaricia mi mano. Pero cuántos recuerdos, cuántas historias en esa nervadura, en ese encaje. Se le conoce como espuma de mar, brisa, helecho plumoso… Todas las metáforas, todo lo delicado para nombrarla.
Hay una frase enfatizada por Fidel hace más de 20 años que merece tenerla presente siempre en circunstancias difíciles, y aunque no lo sean, porque viene a recordarnos lo que somos y seremos.
Debido al paso del huracán Ian por nuestro país, estuve 33 horas sin fluido eléctrico en casa, y sé que fui afortunada. En cuanto llegó, llamé a quienes quiero y viven cerca para saber si habían tenido la misma suerte y, de lo contrario, brindarles el espacio disponible para congelar lo que quisieran y todos los tomacorrientes para que recargaran sus teléfonos celulares, lámparas, laptops o lo que estimaran.
Los hombres públicos en raras oportunidades se pueden dar el lujo de consagrase de lleno a la atención a sus familias. Absorbidos por impostergables responsabilidades y compromisos de Estado, en muchas ocasiones no disponen de todo el tiempo que quisieran para estar en casa, rodeados de los suyos.
Han pasado 55 años y aún no puede explicarse cómo su despreciable crimen no pudo matar a aquel hombre. Se ensañó con el cuerpo hasta cortarle las manos. Pretendía desaparecerlo en el infinito de las selvas bolivianas y sus huellas en la niebla de los tiempos. Pero este «muerto» testarudo no perece, renace... Y el criminal no sabe ni sabrá nunca cómo eliminarlo, borrarlo, deshacerlo.
Son tiempos complejos, difíciles. Los embates de Ian agudizaron una realidad repleta de retos para un pueblo, que parece de ciencia ficción, por su capacidad de salir adelante, incluso cuando otros han pronosticado la debacle total.
Seis de octubre de 1976. Nuestro equipo juvenil de esgrima emprende el regreso a la patria, tras llevarse el botín dorado del Torneo Centroamericano y del Caribe, en Venezuela. Pero derribaron el avión en que debían llegar aquellos jóvenes, junto a sus entrenadores, y otros pasajeros y la tripulación.
En un quiosco situado a la vera de la Carretera Central, en la ciudad de Bayamo, el cliente quiso comprar una lámpara LED, uno de los tantos productos que han ganado la categoría de «raros». Pero pronto su mente, que se había dibujado un mejor alumbramiento en casa, pasó al indeseado modo oscuro: el artículo formaba parte de una famosa «oferta».
¡La gran familia que es Cuba lo volvió a hacer! Cuando a su almanaque le cuelgan mil fechas doradas, como medallas de la nación, los electores sumaron otra efeméride al 25 de septiembre. Ahora, desde las casas, se alista la defensa frente a la campaña que organizaciones anticubanas asentadas en Estados Unidos tenían previsto ejecutar —¡porque ellas también esperaban nuestra victoria!— cuando el Código nuevo tuviese la firma del pueblo.
EN la ley, como en la vida, ganó el Sí. Y ganó la concordia en un país que sigue asombrando al mundo por su capacidad para adaptarse de un reto a otro sin perder el sentido del humor, como la colega pinera Yuliet, que entre sus providencias para recibir al huracán de turno preparó un caldero enorme de arroz con leche dedicado musicalmente a todo el que se quiera casar.