Estoy considerando seriamente administrar mis saludos. Yo, un «saludón» incorregible, de esos que dan los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches incluso a los desconocidos; de esos que, aun con prisa, se detienen para estrecharle la mano a un amigo; de esos que nunca escatiman un «qué tal», un «cómo anda la cosa» y hasta un «qué bolá» con un vecino, un colega o un compañero, aunque los haya visto tres veces en el día… incluso así, estoy considerando seriamente administrarlos.
Sobre los estafadores se han escrito novelas, ensayos y películas, para reflejar ese engaño que acompaña a las sociedades desde épocas muy, pero muy remotas.
¿Qué quieres ser cuando seas grande? Esa pregunta me la repitieron de niño muchas veces. Mi respuesta no variaba: periodista. No tenía mucha noción más allá de ver a los presentadores de las noticias en televisión, y soñaba con algún día estar sentado ahí.
Algo, quizá insuficiente, nos enseñaron los programas escolares acerca de América Latina. De manera superficial, supimos de la conquista y la colonización y de los héroes de la guerra de independencia. A pesar de la advertencia martiana no entendimos las razones esenciales de nuestra americanidad. Nos faltó comprender la sustancia concreta y las complejidades del tejido social de países construidos desde la violencia que castró el desarrollo orgánico de sus habitantes originarios y los convirtió en marginados. Proveer brazos para la extracción de materias primas introdujo la brutal esclavitud africana. En ese contexto, distintas culturas entrechocaban, se contaminaban en cierto grado, aunque sobre todo se ejerciera el dominio de unas por encima de las otras con el sustento, en el plano objetivo, de la opresión económica y, en el plano subjetivo, de un racismo que caló en la conciencia de muchos y subsistió en términos de mala memoria, lesivo a la unidad de nuestros pueblos. Sin embargo, los marginados y olvidados han demostrado una enorme capacidad de resistencia. Empiezan a emerger en situaciones muy adversas. Sus voces y sus valores comienzan a hacerse reconocibles. Contra sus proyectos de renovación, el neoliberalismo desata el poder económico y su instrumento de acción sobre las subjetividades, el monopolio de los medios de comunicación, incluido el trabajo personalizado a través del sofisticado empleo de las redes sociales.
Un viernes bien agitado, cuando lo que pensamos hace meses fue participar en los festejos por los 500 de mi Bella Habana.
Mis amigos son como los sellos: su valor no radica en su antigüedad sino en su rareza. Algo así dice un poema de Mayda Pérez Gallego. En el café Les Amiss, en Holguín, uno lo lee y recuerda a esas personitas tiernas que entran al corazón y ahí quedan, anidadas con nuestras pasiones, miedos e ilusiones.
La villa de San Cristóbal de La Habana —la última de las siete fundadas en Cuba por el adelantado Diego Velázquez— festeja su aniversario 500 este 16 de noviembre, de ahí que los tecleros capitalinos se reunieran para celebrar el acontecimiento. Como en un viaje fundacional, Carmen se trasladó desde Batabanó a la Ciudad Maravilla, para continuar el hermanamiento de la villa inicial y la que ha perdurado. Pedro Álvarez llegó, cantó; vive en Marianao, pero no olvida a Batabanó. Pedrito deleitó con sus sentidas interpretaciones. Nancy se vistió de rumbera y asombró al mundo; y no exagero: tres jóvenes alemanes, un suizo, una suiza-turca y una austro-italiana se sumaron al jolgorio, convocados por el proyecto Tamara Bunke. Desde Sancti Spíritus llegó un mensaje de felicitación.
Ya nadie se llama como ella. Ya nadie mira como ella. Ya nadie aguarda como ella, pudorosa, con la barbilla en la mano y la puerta entreabierta, siempre lista para servir a los demás.
Brindo por La Habana y por ella —porque de verdad que sí: se lo merece— pidamos lo más grande. Brindemos por esa ciudad que ha resistido y tendrá que seguir enfrentando los embates del tiempo y las durezas económicas. Pero alcemos la copa o el vaso de cristal o plástico —como quieran ustedes, con lo que tengan, señoras y señores— o la latica del barrio pobre y digno, por esa capital nuestra —bien llamada «la de todos los cubanos»—, que en los años más duros del período especial no perdió su hermosura y ante las dificultades permaneció (y permanece) altiva y humilde, como solo lo saben hacer las damas de leyenda.
La Habana es una ciudad de ruidos, me susurró hace unos días Yara, una colega de Radio Sagua, y en sus ojos vi el nacimiento de una crónica sonora, que seguro versará sobre los cláxones que compiten con los pájaros en el cruce de la Avenida de los Presidentes con la populosa calle 23.