«No tenemos wifi. Conversen entre ustedes». He leído este cartel en varias cafeterías y restaurantes, y no solo en Cuba, donde la conexión a internet de manera generalizada requiere de otras condiciones. En algunos despierta ansiedad, en otros molestia, en muchos (por suerte) les dibuja sonrisas en el rostro.
El lugar es idóneo, es la sede de altos estudios de una ciudad maravillosa, acosada desde hace 60 años, pero que vive, sueña y resiste gracias a la historia revolucionaria de sus hijos. En la Universidad de La Habana abraza y protege el Alma Máter, esa que vio crecer a Mella, a Fidel, a Raúl y hoy cuida a todos los jóvenes que desde las aulas transforman la vida del país.
Por la actualidad tentadora de su temática, acabo de regresar a la lectura de La expansión territorial de los Estados Unidos, obra del reconocido historiador Ramiro Guerra. El país que enfrentó a los británicos en su guerra por la independencia distaba mucho de tener la extensión que hoy le conocemos. Se atrincheraba entre los montes Apalaches y el Atlántico, una franja del este del continente limitada hacia el sur por la Florida, posesión española, y por Luisiana, en manos francesas, con lo cual le estaba vedada la libre navegación comercial por el Golfo de México. Para asegurar ese dominio, desde el primer momento, los padres fundadores fijaron atención en la Isla de Cuba. Así ocurrió con el presidente Jefferson, con Madison y con todos aquellos que habrían de sucederle.
Como periodista nunca trabaje en radio Progreso, pero como cubano fui tocado por su magia. Parte de la alegría y la espiritualidad diaria de mi familia, allá en lo profundo de las sábanas del Camaguey, entraba en casa con la onda de la alegría. Un humilde radio agrícola nos permitía aquella visita de todas nuestras noches alumbradas con un candil montuno.
«Mijo, nunca vayas a quitarme mi casita si pasa algo; si hay cambios…». Esta mujer me sorprende. La conocí de niño: me llamó Joaquinito para invitarme a pasar a su hogar, antes local ocupado por la cafetería y una consulta en la planta baja de la clínica Los Ángeles, en Línea entre J y K, Vedado, propiedad de mi padre.
Los habituales votantes del premio de la popularidad, en el ambiente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, seguramente se refugiarán en los impactantes despliegues genéricos de argentinos o brasileños (La odisea de los giles, El cuento de las comadrejas, La vida invisible de Eurídice Gusmão, Divino amor) en tanto escasean las propuestas cubanas (solo un largometraje de ficción en competencia, Buscando a Casal; sola una ópera prima, Agosto) que pudieran conquistar el favor mayoritario.
Era habitual verlo con los muchachos de la FEU. Su presencia en cada actividad se esperaba. Él no permitía halagos desenfrenados ni grandes homenajes, pero todos sabían que allí estaba un héroe. Y es que su historia revelaba momentos de admirar, como aquel en que fue «a ajusticiar al tirano Fulgencio Batista en su propia madriguera».
El miércoles casi asomaba sus pestañas cuando el chofer detuvo el ómnibus en el servicentro Jayamá, en las afueras de la hermosa ciudad de Camagüey. Por suerte, había combustible para reabastecer la guagua que, desde Bayamo, se dirigía a la capital cubana. «Diez minutos», dijo el conductor.
El dramaturgo Abelardo Estorino entró por la puerta grande en la historia del teatro cubano cuando estrenó La casa vieja, allá por los sesenta del pasado siglo. El protagonista de la obra regresa a su pueblo natal después de largos años de estancia en la capital. La Revolución ha triunfado. Su hermano, activista del proceso transformador, está rodeado de un ambiente favorable a los cambios. Sin embargo, el visitante observa supervivencias de antiguos prejuicios. El conflicto no se plantea en términos políticos. Se manifiesta en el campo de los valores.
Ellas son tres, pero en el imaginario popular es una sola: la lanchita de Regla. Bajo lluvia o con frío, en tiempos de bonanza y horas de sacrificio, quien necesita brincar la bahía sabe que puede contar con su segura diligencia, incluso en madrugadas de trasnochado carnaval.