Corazon dibujado cristal ventana. Autor: Archivo de JR Publicado: 29/08/2024 | 08:23 pm
Entre las firmas que se hacían cotidianas en los textos que aparecieron en dedeté a finales de los 80, estaba la de Nivaldo Machín de la Noval, nacido en La Habana, el 12 de abril de 1965. Su sentido del humor me parecía muy fino, elaborado, crítico y suspicaz, al estilo de muchos de los escritores del Movimiento de Jóvenes Humoristas que se originó en aquella década. Busqué en internet y me encontré con un hombre que ostenta múltiples títulos, elevados estudios a nivel internacional, entre ellos el de Máster en Docencia con Mención en Educomunicación. O sea, un reconocido profesor y comunicador que ha recorrido gran parte del mundo transmitiendo conocimientos, y ejerciendo con grandes resultados la noble profesión del magisterio. En 1994 se instaló en Ecuador y desde 1996 reside y trabaja en Quito.
Escribí a su correo. Le mostré esta sección y mi intención de presentarlo en Los Regañones. Con gran amabilidad y respeto respondió mi mensaje, elogió el trabajo que se realiza en esta página, y sin pensarlo dos veces me habló de su experiencia profesional en la Cuba de aquellos años, que además guarda con mucho agrado en la memoria. Dejo entonces que sea él, Nivaldo Julio Machín de la Noval, quien nos hable un poco sobre el humor, y la importancia social de la buena risa:
«Cuando comencé a publicar en dedeté, era un veinteañero entusiasmado por el humor que se hacía en ese entonces en la Isla. El trabajo de Héctor Zumbado era la cátedra donde aprendía. Así que, un día, en los finales de la octava década del siglo XX, me detuve en las oficinas frente al Capitolio habanero y entregué a Carlucho unos textos machacados en una Underwood que me prestaba un vecino. Después me vi en blanco y negro, publicado en serio en un suplemento donde aparecían trabajos de Nos y otros (a los que admiraba muchísimo) junto a mis pequeños textos. Sin embargo, fue en la radio donde trabajé más el humor. Primero, comencé como actor y guionista en el programa Humorísimo, de Radio Jaruco.
El director y guionista central era Pelly, quien tenía un programa de humor en Radio 26, de Matanzas. Fue una enorme escuela para mí y mucho de lo aprendido me sirvió para crear mi programa humorístico en Radio Camoa, en San José de las Lajas. Este proyecto, que todavía sigue al aire (no conmigo) comenzó el 17 de diciembre de 1989. Le llamé La Yerbabuena. Gracias a este programa obtuve varios premios que incluyen el premio Caracol de la Uneac, el premio Abril de la UJC, el premio Aquelarre de la Asociación Hermanos Saíz, primeros premios en todos los festivales de la Radio Cubana, entre 1990 y 1994. También, en estos años, fui finalista en el premio Ismaelillo de la Uneac.
Fue una época movidita y, con gracias que da la juventud, intentaba aprender, trabajar, crecer. El humor de La Yerbabuena, y el que publicaba en dedeté, se inscribían en lo que se hacía en Cuba por esa época. Era humor crítico, desenfadado e irreverente. Había un espacio que se abrió y permitía contrastar el humor costumbrista de la televisión y la radio tradicional, en el estilo de Alegrías de sobremesa, por ejemplo, con otras formas de entender y decodificar el entorno complejo que se agudizaría bajo el período especial.
Para los que hacíamos radio, El programa de Ramón, de Radio Ciudad de La Habana, marcaba una pauta en cuanto a estilo, uso de los recursos de la radio y formas de adentrarse en la filosofía oficial de los censores de la época: «Juega con la cadena, pero con el mono no». Entonces, había que navegar en esas líneas entre la crítica que clasificaban o no de constructiva, acorde con lo que te atrevieras y a los gustos, intereses o miedos de quienes permitían la salida al aire. Esto era válido para los grupos teatrales, los artistas plásticos, los creadores radiales o los escritores/caricaturistas que se ganaban un lugar en el ejercicio de catarsis colectiva en medio de las carencias materiales de la época.
Entonces, el dedeté me permitió hacer más de lo que también hacía en la radio, pero con otros códigos. Incluso, generó situaciones muy cómicas (para mí). Por ejemplo, uno de los textos hablaba sobre la falta de variedad en las tiendas del Ministerio de Comercio Interior. Para ello, usaba una parodia de un cuento infantil clásico. Mi hermana trabajaba en ese ministerio y, cuando entró a la oficina del ministro, este echaba pestes de ese escritor y le dijo: «¿No es pariente tuyo?». Mi hermana juró y perjuró que no me conocía, que los apellidos eran una casualidad... ¡Y él le creyó!
¿Valió la pena todo esto? Claro que sí. Primero, me divertí muchísimo haciéndolo. La risa tiene el poder de colocar en su justa dimensión lo que nos sucede. Despoja de dramatismo y, con eso, aligera la carga emotiva y brinda una mirada mucho más objetiva, templada, serena. Cuando adquirimos la destreza de reírnos de nosotros, nos mantenemos a salvo. ¿De qué nos salvamos? Primero, de la vanidad y de la soberbia. No tenemos que tomarnos tan en serio, ser tan solemnes y asumir que todo es personal. Estamos en una época complicada, a nivel mundial. La corrección política, la hipersensibilidad, las lecturas fuera de contexto de realidades diferentes... en fin, toda una complicada amalgama de buenas intenciones, construyen un empedrado hacia un infierno de gente muy frágil. Son sociedades que pierden la capacidad de regenerarse desde la propia autocorrección. Todo es perfectible, pero la verdad es lo que nos permite hallar esas áreas de mejora. En general, los trabajos académicos pueden ser muy aburridos; así que el humor hace la misma función: poner el reflector en las áreas de grisura que necesitan ser iluminadas.
Creo que el humor es incómodo para quienes temen a esa mirada interior a la que se sienten convocados. Como te dije antes, eso es soberbia. Y el chiste parte del supuesto de la humildad. La risa yace en el descubrimiento del contraste entre lo que debería ser y lo que es; entre el ideal y la realidad.
Diferencia de clases
Desde que la vio en la inauguración supo que la amaría, pues era tal su belleza que, con su sola presencia, las demás quedaban opacadas; por eso trató de estar lo más cerca de ella, con tan buena suerte que lo colocaron en su misma mesa por la ausencia repentina de un compañero.
Estando ya todo listo, se dio inicio al acto; fue ella la primera en participar y lo hizo de un modo verdaderamente distinguido y a la vez natural, solo como lo pueden hacer quienes llevan en sí la elegancia más refinada y una distinción innata. Una vez concluido su turno, un compañero la retiró de la mesa; él ante la posibilidad de no verla más, trató de alcanzarla, con tan mala suerte que solo logró caer con gran estrépito. Fue retirado por el mismo compañero hacia una gran habitación donde le hicieron tomar un baño, y mientras le hacían esto logró divisarla entre la multitud que pugnaba por un sitio para secarse; cuando trató de acercársele, el compañero que los ubicó allí lo impidió alegando que no podían mezclarse porque después se confundirían y vendrían los problemas.
Comprendió entonces en toda su crudeza las diferencias que los separaban y que eran insalvables, aunque hubieran coincidido en aquel Encuentro de técnicas Comerciales, pues él era un humilde tenedor de pizzería y ella una aristocrática cucharita de coctel del Emperador.
Nivaldo Machín, dedeté 1986