Más allá del sitio y de las circunstancias que le dieron origen, toda revolución verdadera tiene enormes repercusiones. Así ocurrió con la francesa, en el siglo XVIII; la mexicana de 1910; la bolchevique de 1917 y la cubana de 1959.
Si se estableciera un ranking con los temas más persistentes de la población durante estos tiempos de pandemia, la cola, sin lugar a dudas, sería una fuerte candidata a la medalla de oro. Como disfuncionalidad de nuestro sistema de servicios, en general, la COVID-19 puso a esas aglomeraciones en los planos más apremiantes de la sociedad y las gestiones de gobierno.
Tengo un amigo que no acaba de tomarse en serio el merodeo del coronavirus por nuestro espacio vital. «Bah, la gente exagera», dice cuando le advierten de las consecuencias que podrían generarse de su desatinada conducta. Y aunque por momentos parece recobrar el derrotero de la sensatez, el exceso de confianza lo compulsa a volver a las andadas.
...La situación epidemiológica que vive Cuba sugiere asumir desde cada territorio la divisa de «a grandes problemas, grandes soluciones». Y eso, más que una frase común, es una actitud responsable que en Isla de la Juventud se hizo realidad.
Nosotros los cubanos, todos, sabemos de ciclones. Y hoy día mucho más, con el auxilio de internet con sus infinitos medios de ilustración mediante texto, audio, tv en vivo y en directo, y una conexión global. Tan pronto se anuncia la formación de una depresión tropical en el Atlántico se inicia el seguimiento en los medios y en la calle. Y si se aproxima…¡allá va eso! No habrá quien nos ponga un pie delante. La última y la más precisa la tenemos nosotros. Porque entonces sí que no se nos va a escapar el más mínimo y último detalle —como dice la conga del Yayabo. La prueba está a la vista con Elsa, esa veleidosa malformada, que tan pronto corre como se achanta perezosa, indecisa. Y nos hace sufrir mientras deshoja la margarita, y las matas de plátanos. Tiene que ser así, porque ya tenemos viejas, tristes y amargas experiencias, de que no podemos dormirnos con un ciclón. En casa, frente al televisor y su revista especial—más ahora en tiempos de COVID-19— todo el mundo aprende de meteorología y mucha geografía de Cuba, un poco del mar Caribe, las Antillas, la Florida, así como de la atmósfera. Ahora es un derroche de ciencia al día, útil para adultos y niños. Repasamos el archipiélago desde la punta de Maisí hasta el cabo de San Antonio, pero, además, nos enteramos de dónde queda con exactitud el golfo de Gucanayabo, Niquero, Limonar, Santa Cruz del Sur o Puerto Padre.
Nosotros los cubanos, todos, sabemos de ciclones. Y hoy día mucho más, con el auxilio de Internet con sus infinitos medios de ilustración mediante texto, audio, tv en vivo y en directo, y una conexión global. Tan pronto se anuncia la formación de una depresión tropical en el Atlántico se inicia el seguimiento en los medios y en la calle. Y si se aproxima… ¡allá va eso! No habrá quien nos ponga un pie delante. La última y la más precisa la tenemos nosotros. Porque entonces sí que no se nos va escapar el más mínimo y último detalle –como dice la conga del Yayabo. La prueba está a la vista con Elsa, esa veleidosa malformada, que tan pronto corre como se achanta perezosa, indecisa.
Con 57 personas se cebó la muerte hace casi 24 años en un accidente de tránsito en un paso a nivel, en el municipio holguinero de Urbano Noris. Del ómnibus de Transporte Escolar que colisionó con el tren regular La Habana-Santiago, únicamente sobrevivieron cuatro viajeros. Casi no hubo familia local sin víctimas ese día.
Una vez más, en la larga lucha por la emancipación, vivimos tiempos difíciles. En el día a día hay que salir en procura del pan que nos toca, afrontar las colas para asegurar la comida que habremos de poner sobre la mesa, desafiar el abuso de quienes se empeñan en pescar beneficios en río turbulento y salvar obstáculos impuestos por una burocracia aferrada a las lentitudes rutinarias y al saboreo de pequeñas dosis de prepotencia.
¿Cómo es la vida de quienes se dedican a cuidar la de los demás? El médico, el policía, el custodio, el amigo incondicional… los científicos. Ellos, quienes dedican años a la investigación de nuevos productos que puedan aliviar o sanar a quienes padecen determinadas enfermedades, permanecen por completo en el anonimato. ¿Qué seríamos sin sus horas de desvelo, de estudio, de preocupación?
¡Caray! Joseph Goebbels, debes andar gozoso aun en el mismísimo infierno. ¿Sabes? Tu célebre, cínica y sonora frase de que «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad» está más vigente que nunca.