Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

A mis 80: Huellas de Rusia

Autor:

Leonel Nodal

LA mayor parte de mi generación guarda alguna huella imborrable de Rusia en Cuba.

La Revolución nos abrió todas las puertas de una vida mejor, pero enseguida también aparecieron las adversidades.

Hasta entonces había escuchado poco o nada de Rusia o la Unión Soviética. Apenas horrores… que eran comunistas, ateos, que no respetaban la propiedad, ni la libertad, y otras barbaridades.

La verdad se supo en cuánto la Revolución puso en marcha su proyecto de justicia social y plena independencia. Todo cambió de un día para otro. Estados Unidos nos quitó la cuota azucarera en su mercado, y al día siguiente la Unión Soviética anunció que la compraría toda. Suprimieron el suministro de petróleo y Moscú lo asumió. A cada nueva amenaza de la Casa Blanca, el Kremlin nos tendió su mano.

En 1960 formamos milicias en el Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey, previendo una agresión. En cuanto supe de la invasión por Girón corrí a ocupar mi puesto en el Comité Municipal de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Al llegar, temprano en la mañana, otros compañeros abrían unas cajas de madera y sacaban un arma que nunca había visto.

«Dale, agarra una y límpiala, que ahorita vamos a enseñar a usarlas». Por primera vez tenía en las manos una famosa «Pepechá» cubierta de grasa gruesa. Estaba eufórico. La temible ametralladora rusa utilizada contra los nazis alemanes, identificable por su depósito de balas en forma de disco, que escupía fuego de un modo endemoniado, daría cuenta de los mercenarios. Al rato recibimos las instrucciones de arme, desarme, limpieza y recarga, lo más difícil.

Llenamos las calles de carteles con las consignas «Muerte al invasor» y «No pasarán». Las mismas que cortaron el paso al fascismo en Leningrado, la antigua San Petersburgo, Stalingrado, Moscú. Por aquellos días los de mi grupo de amigos nos pasábamos los ejemplares de Así se templó el acero que narraba las heroicidades del joven Pavel Korchaguin; La carretera de Volokolansk, Los hombres de Panfilov o los poemas de Mayakovsky, compartíamos con los de Martí y las estrofas de Bonifacio Byrne, que recitó Camilo Cienfuegos el día antes de su desaparición. Aprendíamos detalles de las heroicas hazañas de los soviéticos en las batallas contra la invasión hitleriana y las integrábamos con las de nuestro Ejército Rebelde. Los rusos nos probaban que no estábamos solos.

La aplastante victoria de Girón contra la invasión mercenaria, en menos de 72 horas, demostró el coraje de nuestros milicianos, tanquistas, artilleros de «las cuatro bocas, cañones y otras armas procedentes del campo socialista europeo liderado por la Unión Soviética. El exitoso primer
viaje de ida y regreso de Yuri Gagarin al cosmos y su presencia unos días más tarde en el desfile habanero del 1ro. de mayo, nos llenó de orgullo. Estábamos enfrascados en la Campaña de Alfabetización y los preparativos del Primer Congreso de la AJR, donde pasó a llamarse UJC. Pletóricos de júbilo, la juventud puso de moda un estribillo matizado de humor cubano que proclamaba: «Yuri Gagarín, Yuri Gagarín. Yo me voy pa’l Cosmos montado en un patín».

La primera vez que conocí y compartí con rusos en Cuba fue a bordo de un enorme buque de carga de azúcar soviético, anclado en Puerto Tarafa, Nuevitas, nada menos que el 31 de diciembre de 1962, cuando celebramos a bordo la llegada del nuevo año a la hora de medianoche de Moscú, cuatro de la tarde en Cuba. Descubrimos las delicias del caviar ruso sobre rodajas de pan negro, untado de abundante mantequilla, champiñones y sardinas ahumadas, entre otras ofertas de la cocina rusa.

Dos meses antes habíamos compartido los riesgos de una guerra nuclear, durante la Crisis de Octubre. Moscú le hizo a ver a Washington que su alianza con Cuba iba en serio.

Desde entonces acaricié la ilusión de visitar el legendario país de los soviets, que derrotó el fascismo, se recobró de aquella ruinosa guerra que les dejó más de 25 millones de mártires y había resurgido como la súper potencia nuclear amiga de los pueblos, el socialismo y la paz.

El 21 de mayo de 1978, día de mi cumpleaños, llegué a Moscú, en una escala de pocos días en ruta hacia Addis Abeba, Etiopía, en una misión periodística por tiempo indefinido a un país en guerra. Fue un regalo de la vida visitar la Plaza Roja, andar por aquella heroica ciudad, la histórica capital de una nación de hombres y mujeres que abrió una nueva era de paz y solidaridad para la humanidad.

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