Ayer veía emocionado, en esa pantalla, esos grandes nombres de quienes nos han dejado en estos años recientes. Venerar sus obras significa vindicar el orgullo por Cuba.
Lo mismo hay que hacer con nombres de deportistas, científicos y de toda la esfera social y productiva, cuyos aportes debemos tener ante los ojos nombrando calles, plazas, barrios, instituciones, como parte de ese mismo orgullo de sentirse de aquí.
Lo propongo como parte de los antídotos contra la guerra cultural que se nos hace. Ese bombardeo no es solo contra el sistema institucional de la cultura, es contra la entraña misma de la nación.
Lo peor es el flaco favor que internamente le hacemos a dicha guerra cultural con la reproducción acrítica de rangos, premios y «niveles» para acreditar los reales o supuestos valores de las producciones artísticas nacionales e internacionales. Igualmente con la falta de una crítica propia. Con todos los espacios que dejamos vacíos. Con la moda de un lenguaje saturado de anglicismos e innecesarias expresiones foráneas que nos alejan del buen español y del sabichoso lenguaje cubano. Con la festinada difusión de parte de los productos de la industria cultural dominante.
La batalla contra la costra tenaz del coloniaje nos corresponde a todos, no puede ser tarea específica de una organización o institución, es de todos, y con la escuela, de cualquier nivel, en primerísimo lugar.
Será la forma de defender y hacer crecer la casa, en medio de un mundo vomitivo; y, esta vez, no como la «canción última» de Miguel Hernández.
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
* Intervención en el 10mo. Congreso de la Uneac