No voy a escribir más sobre lo mismo, sino de la necesidad de tirar para la cuneta eso más que tantísimo indigna a la población, independientemente del vendaval que vivimos.
Se trata de esas trabas audaces inventadas por la burocracia, por encima incluso de lo establecido hasta por el Banco Central de Cuba, encargado de emitir la moneda nacional y velar por su estabilidad, entre otras funciones cardinales.
¿Qué ocurre? Se ha generalizado en muchos lugares la norma de rechazar un billete gastado o con alguna rotura, pegadura o mancha, a pesar de que la ley indica que puede aceptarse roto o manchado, incluso pegado con precinta, siempre que tenga el número de serie, según funcionarios del Banco de Crédito y Comercio (Bandec).
Consultados quienes se niegan a aceptar el peso en tal estado respondieron que era una orden del centro de recaudación de la empresa, donde depositan el dinero de las ventas, y en el sector privado los hay también renuentes a recibir billetes de bajas denominaciones. ¡Lo único que nos faltaba: suplantar hasta al Banco Central de Cuba!
Acabar con lo inexplicable es posible sin costo monetario alguno, pero impone hacer el máximo de lo máximo para impedir que lo subjetivo venga ¿consciente o inconscientemente? a echar más leña al fuego, que es como hacerle un guiño al norte brutal y sus maquinaciones.
Escribo de hechos añejísimos en la pasarela que desencadenó un anhelo hecho vox populi: aplicar castigos a los nuevos melindrosos del dinero. Sin extremismos, pero capaz de hacer pensar dos veces al propenso a transgredir las normas de convivencia. De paso, la medida ayudaría a desterrar esa frase tan de moda de que «aquí nada se cumple».
Como he escrito en otras ocasiones, en la misma medida en que perduren esas actuaciones inaceptables para la sociedad, otros proclives a cometerlas se sumarán, por la sencilla razón de que deducen que tampoco les ocurrirá nada.
Presiento, perspicaz lector, que usted se percató de que también nos gustaría extinguir, además de los desatinos ya mencionados, el cierre de servicios a la población bajo cualquier pretexto, o el abrir fuera de hora los establecimientos para cerrarlos antes de lo previsto.
Consecuentemente, se impone también acabar con los regueros de basura y los «buzos» urbanísticos, o el romper las calles para dejarlas sin arreglar, los salideros de agua… en fin: indisciplinas sociales que datan de épocas de mayor bonanza, así que no dependen de recursos, sino de más control.
El pueblo quiere, incluso, que contra todas esas acciones ilícitas se endurezcan las leyes, para que se lo piense tres veces aquel que tenga la idea de lanzarse al oscuro laberinto de vivir al margen de la legalidad.
Es hora de ser más proactivos, porque el «lo mismo con lo mismo» tiene enloquecido hasta al mismísimo Bobo de Hatillo. Tiempo de obrar resueltamente con un golpe sistemático contra los transgresores, única manera de menguar la impunidad con que acostumbran actuar determinados sujetos, y dejar a un lado «inventos» que, en lugar de resolver, crean insatisfacciones por rastras.
¡Cuidado con exclamar que ahora resulta improcedente tratar de acabar con esos desaguisados por la escasez de recursos, cuando lo que se necesita es que impere la ley!
Nuestra sociedad, la Revolución, estimuló con creces el respeto a las normas, y goza de garantía constitucional para promover una convivencia de amor, decoro y felicidad. Esa verdad verdadera ni en estos dificilísimos momentos se puede olvidar. Lo saben y lo expresan los agradecidos, mientras los otros andan en postura de avestruz.