Crecimos escuchando acerca del valor de las acciones de aquellos que nos precedieron, las profundas enseñanzas que albergan sus hazañas o errores, y la heroicidad de nuestros mártires.
Nuestras familias, compendio infinito de sabiduría, fortaleza interna y amor, son el tesoro particular cuyas enseñanzas invaluables guían nuestras voluntades.
Y es que el conjunto de recuerdos, tradiciones y narrativas que nos transmiten, dan forma a nuestra comprensión del pasado y nos proporcionan contexto para entender el presente.
Los patrones socioeconómicos que definen las sociedades están estrechamente ligados a su historia y sirven como diapasón de la identidad de su población, su cultura y tradiciones.
Se suele achacar a la convulsión de las actuales rutinas laborales y domésticas ser causa directa de una aparente falta de interés sobre el conocimiento y estudio de la historia, lo cual puede conducir a su pérdida u olvido, y peor aún, a su menosprecio.
No es menos cierto que los cambios tecnológicos posibilitan diversas mezclas culturales y que a menudo se convierten en camino propicio para los intereses de aquellos que buscan manipular el presente o incidir en el futuro a través de estrategias como la distorsión o supresión de la memoria histórica, pero la técnica también abre puertas a infinitos aprendizajes.
Desdeñar aquellos saberes equivale a profanar la autenticidad de los cimientos de nuestra identidad individual, reflejo inequívoco de los paradigmas que establecieron valores morales, como el respeto y la solidaridad, los cuales devinieron brújula de nuestra nación en sus procesos internos y externos.
El presente es importante, indudablemente, y por ello debemos agudizar nuestros conocimientos y visión crítica, pero no es posible entender los procesos actuales sin un estudio de los contextos que los originaron. Como se dice popularmente, «el hombre que no conoce su historia está condenado a repetirla», frase atribuida principalmente al poeta, novelista y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana.
Como sociedad, Cuba toma medidas para preservar su memoria histórica, no solo con la incorporación de su enseñanza a los planes de estudio de las futuras generaciones. También lo hace cuando apoya la investigación, documentación y reconstrucción de eventos pasados con datos nuevos, garantizando su preservación con la mayor fidelidad posible.
Se priorizan el mantenimiento y la digitalización de archivos y bibliotecas para modernizar su contenido e incrementar su alcance. No menos trascendental resulta la recopilación de testimonios y narrativas personales de quienes experimentaron eventos históricos. Los medios de comunicación desempeñan un papel cimero para que estas voces se escuchen.
El conocimiento es ahora, para más que nunca, la principal arma. Atesorar la memoria histórica es esencial para construir sociedades justas, equitativas y democráticas, donde el debate político y la toma de decisiones desbloqueen nuestro potencial creativo y forjen un futuro mejor para todos.