La imprudencia y el aventurerismo del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, en su intento de escapar del fracaso político, moral y militar en Gaza
—mediante una escalada de que involucrara a Estados Unidos en una indeseable guerra con Irán— solo consiguió revelar la sumisión colonial del estado sionista al amparo bélico de Washington, que intenta reducir los costos políticos y la erosión del caudal electoral del presidente Joseph Biden, candidato demócrata a la reelección.
¡No sigas! Con esas dos palabras —una orden seca y contundente— Biden paró en seco a Netanyahu. Y las dijo en público. Todo el mundo lo escuchó y lo grabó. Se acabó, ni un paso más, le dijo el domingo el presidente de Estados Unidos al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Punto final, al menos por ahora y quizá por largo tiempo. Se acabó el jueguito a la guerra con Irán. Dos papelazos de rango planetario para la cuestionada superpotencia son bastantes. Uno más ni hablar. Primero la Casa Blanca tuvo que asegurar a Teherán que no tuvo nada que ver con el bombardeo aéreo del 1ro. de abril al complejo de edificios de la Embajada de Irán en Damasco. Un inconcebible «yo no fui» ante el bárbaro ataque que derribó el Consulado y resultó en la muerte de 16 personas, entre ellas siete iraníes, incluidos dos generales de alto rango de la Guardia Revolucionaria Islámica, por varios años asesores del Gobierno sirio.
Una afrenta como esa, violando todas las normas del derecho internacional y diplomático, la República Islámica de Irán no podía pasarla por alto. Lo dijo alto y claro. Reclamó una condena del Consejo de Seguridad de la ONU, de la Unión Europea… una reprimenda a su aliado y protegido israelí por parte de Estados Unidos. Ni la ONU —debilitada por el boicot sistemático de Washington a cualquier sanción o crítica al régimen sionista— ni los aliados «occidentales», movieron un dedo, ni dijeron una palabra crítica.
Fue entonces que la máxima autoridad de la República islámica, el Ayatollah Khamenei, decidió que Israel debía recibir el castigo correspondiente. Y fue ahí que se equivocó ese soberbio «Occidente» —lidereado por Washington— que sirve y se sirve de Israel en sus políticas geoestratégicas y de apropiación histórica de recursos naturales de Oriente Medio.
El Irán de la Revolución popular Islámica, que derrocó al régimen dictatorial proestadounidense del Shah Reza Pahlevi en 1979 y desafió la posterior intentona golpista del Gobierno presidido por el demócrata James Carter —que al final le costó la reelección— decidió probar que pondría al agresor en su lugar. Lo hizo con sabiduría y fuerza a la vez. Tanto que Irán se dio el lujo de darles el tiempo para preparar sus defensas. Una jugada de fair play como en los deportes.
Washington entendió el mensaje. El Pentágono alistó sus recursos para asimilar el contragolpe iraní. Movilizó a Tel Aviv, a Francia y Gran Bretaña, para que sumaran recursos de defensa antiaérea del más alto nivel para frustrar los daños de cualquier golpe imaginable.
Altos oficiales y la propia Casa Blanca, al medir la magnitud del contrataque aéreo iraní, estimaron más de 200 drones y cohetes de largo alcance. Una incursión de varias horas, de larga distancia, previsible. Fue la cifra máxima, el techo de lo que previmos, dijeron.
La acción sin precedentes, decisión libre e independiente de Irán de lanzar desde su territorio contra posiciones militares de Israel sus misiles y drones, sin encomendarse a cualquier otra potencia amiga o supuestamente aliada, puso a prueba su fortaleza como potencia regional, un prestigio con una historia, derivado además de una influencia cultural de varios siglos.
Tan pronto se supo del inicio de la avalancha de drones y cohetes hacia Israel quedó claro que Estados Unidos tomó el mando y coordinación de las acciones defensivas, en tanto Gran Bretaña y Francia sumaron sus recursos.
Netanyahu buscaba una escalada de la guerra y no lo logró. Tan pronto Irán dio por concluido el contrataque y aseguró la obtención de sus objetivos,
Washington dio por terminada la extensa y costosa operación defensiva montada con los aliados europeos. El siguiente paso fue una clara y pública advertencia al Gobierno israelí de que ni se les ocurriera lanzar otra operación bajo cualquier pretexto de revancha.