Las explicaciones que trascienden, con sólidos argumentos, su reiteración sobre las perspectivas de cómo podremos superar la actual realidad se pueden entender, o no, cabalmente: a cada cual le asiste el derecho de tener su propio sentir.
En los encuentros con las máximas autoridades del país, cara a cara, la gente lo expresa y se le escucha con respeto. Los visitantes, además de aclarar dudas, realizan anotaciones para un posterior análisis de esos reclamos.
Que se toman muy en cuenta las opiniones de las personas, sean quienes sean, está más que demostrado en rectificaciones hechas ante circunstancias que necesitaban un enfrentamiento tajante.
Pero nadie ha dicho que se trata de «coser y cantar». De su complejidad habla clarísimo la propia envergadura del fenómeno de la crisis, atizado por los poderosos del Norte con el fin de intentar exprimir a nuestro sistema sociopolítico. Sin ignorar nuestros propios deslices, por supuesto.
Resulta una verdad verdadera que hoy tenemos segmentos de población con mayores posibilidades económicas para capear este temporal, mientras a otras se les prioriza en la atención estatal en la medida posible, pero la pasan durísimo.
Esas realidades bien explicadas se agradecen, aunque no siempre se concuerde con todo. Lo que nadie digiere, lo que desencadena el desaliento, son las situaciones inexplicables, las incomprensibles e injustificables.
Sabemos que esas, digámoslo claramente, nos acompañan desde antaño, y algunas son peores que la mismísima tempestad actual que usted, estimadísimo, sabe de memoria y enfrenta cotidianamente.
Pero esa ambigüedad, esa manera de actuar, estimula a los propensos a transgredir las normas con expresiones públicas de irrespeto a lo establecido, lo que se firma a nivel de país con el propósito de hacernos mejor la convivencia… Si no, ¿para qué se legisla?
Tampoco necesitamos hacer la historia del tabaco sobre cuáles son esas circunstancias inexplicables que nos hacen la vida más difícil por seguir otras lógicas. ¡Solo mire para aquí o allá ahora mismo!
En ese grupo entran las ventas de productos estatales obtenidos de trasfondo: comestibles sin la calidad requerida, rones, un mar de cigarros variados, aunque no se disponga de ellos para la cuota normada…
También quienes ya decidieron con total desfachatez subir los precios del pasaje alternativo, porque el litro de petróleo mal habido les cuesta un burujón de pesos… y así hasta casi un infinito de desmanes sin cobija legal.
La tribuna de la calle, muchísimos revolucionarios incluidos, consideran que si los encargados de controlar los recursos que el Estado pone bajo su responsabilidad, son incapaces de hacerlo en estos momentos, deben pedir la baja o ser despedidos.
Debemos tirar para la cuneta ¡ya! todo aquello que se resiste a ser consecuente con los principios y las convicciones del país, y se nutre de la siempre peligrosa doble moral, mal de males.
Que nadie se llame a engaño: lo que está en juego es la mismísima supervivencia de la Revolución y sus aspiraciones de paz, igualdad y prosperidad. Eso exige tenerlo bien claro, ¡clarísimo!