Esa costumbre popular de tirar un cubo de agua para la calle a fin de espantar las malas energías y abrirse al optimismo, fue una expresión genuina del último instante del pasado año.
Mucha falta hace asumir ese estado de ánimo a favor del progreso de la Revolución, que llegó en aquel histórico barco, con sus líderes al frente, luego de sortear un mar tormentoso, de camino hacia la nueva redención, y no la paralizaron los reveses iniciales.
Aquel barco navegó inspirado en el 11 de abril de 1895, cuando José Martí y Máximo Gómez desembarcaron por Playitas de Cajobabo, en el sur de Guantánamo, para incorporarse a la Guerra Necesaria.
Ese espíritu de batalla hace mucha, mucha falta, en estos momentos, para espantar desánimos, apatías y malos augurios por lo que todos sabemos.
La proa esta puesta en avanzar, y hace falta tirar por la borda todo lo que entorpece, aunque ello implique algunos sacrificios para crear las condiciones que nos permitan salir de la actual situación y desarrollarnos, como afirmó en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba el General de Ejército Raúl Castro Ruz, líder de la Revolución, con motivo del aniversario 65 del triunfo de la Revolución.
Verdad verdadera que no será fácil, pero peor es cruzarse de brazos y esperar vanamente el milagro que jamás vendría de allende el mar.
Para salir de la actual situación y avanzar, se ha explicado profusamente lo que ya está en marcha, y en primerísimo lugar hay una tarea vital para cumplir otros pendientes de data añejísima: el control.
Lo mejor es que esa misión no necesita de grandes recursos financieros ni depende de obstáculos impuestos desde otro lugar, sino de instaurar la exigencia interna y sistemática a rajatabla.
Solo se requiere que los encargados con esa responsabilidad la hagan efectiva. ¡Así de sencillo, así de lógico!
Las pérdidas por el descontrol son graves y diversas: facilita las ilegalidades, promueve el despilfarro y obliga al desembolso de sumas considerables de dinero en el aseguramiento material de los numerosos aparatos «controladores» que resultan quebrantados.
Quizá la prueba más evidente de sus fallas está en que los mecanismos propios de las empresas no descubren las transgresiones que detectan bajo sus propios techos las verificaciones fiscales, ¡muy temidas, por cierto!
Se les debiera acabar ya el tiempo a los controladores que ni oyen ni escuchan ni advierten lo que «corre por tercera» ante sus narices, para perjuicio de muchos y beneficio de unos pocos.
El control de verdad, el que funciona a todos los niveles y establece pautas de eficiencia en todas las facetas sociales y económicas, deviene garantía primordial para que nuestra proa siga navegando hacia el porvenir. ¡Que nadie lo dude!