Cuando el periodista José Martí cayó, de cara al sol como un bravo, como él mismo presagió en uno de sus versos sencillos, el poeta Rubén Darío exclamó: ¡Qué has hecho, Maestro!
No podía concebir el bardo nicaragüense que el precursor del modernismo literario en Hispanoamérica, a los 42 años de edad, iba a entregarle su poesía y su periodismo cimero, a una gastada bala española emboscada en las márgenes de dos ríos fatídicos.
Revólver en mano, trepado sobre un caballo de crines briosas, que días antes le había obsequiado, en prueba de gratitud, su tocayo José, el más bravo de los Maceo, se fue el periodista Martí al combate con su frente amplia y corazón gigante, a hacerle un reportaje al valor y entrega limpia, con una foto de María Mantilla en el bolsillo y toda la vergüenza del universo en el semblante.
Los cinco que venimos hoy aquí a recibir un premio que lleva su nombre, su altísimo nombre, no podemos deslindarnos de aquel joven reportero, de pluma ágil y profunda, que había fundado el periódico Patria desde las frías calles neoyorquinas de 1892, y a quien, de levita raída, habían fustigado a sus espaldas por el descuido de su vestimenta y su desgreñada cabellera.
«Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras/ Porque tras mis orejas el cabello/ En crespas ondas su caudal levanta», entonó en una de sus estrofas endecasílabas y resumió tajante:
«Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa/ Faltar la monedilla que reclama/ Con sus húmedas manos el barbero».
Pero la monedilla no faltaba, solo que la mano digna era incapaz de penetrar en el bolsillo y gastar, en un corte de cabello, el dinero recaudado para fomentar la guerra humanitaria y necesaria.
Martí fue más que un apóstol, un combatiente temerario, quien siendo un adolescente enfrentó un juicio por haberle escrito una carta desaprobatoria al apóstata Carlos de Castro y de Castro, discípulo de su profesor Rafael María de Mendive, por haberse alistado al ejército español.
«Esa carta la escribí yo y solo yo», dijo ante el tribunal inquisidor y fue condenado a seis años de privación de libertad con trabajo forzado en las canteras de San Lázaro: Un grillete le laceró el tobillo, pero no el ánimo libertario, mientras detrás de las rejas le pedía a su madre que le mandara algún dinero para tomar café: «Papá me dio 5 ó 6 rs, el lunes. Di 2 ó 3 de limosna y presté 2».
De ese trance en el presidio evoqué en una décima:
Del fondo de una cantera/ Con el viejo Nicolás/, sacó piedras y fue más/ fornido de lo que era. Firme plantó su bandera/ entre grillo y carlancas/ Por eso entre dos barrabas/Todos los días 19/ De mayo, el Cauto le mueve/Un sueño de rosas blancas.
Tras ser deportado, a los 14 meses, a España, se subió en una tribuna y pronunció un patriótico discurso, y al bajarse uno de sus detractores se le acercó y le dijo:
«¡¿Por qué todo eso que usted dijo hoy aquí no lo dijo allá!?».
Y Martí sin inmutarse le respondió: «Precisamente, por decirlo allá es porque estoy aquí».
En la llamada Tregua Fecunda, catalogado por disidente por no congeniar con la llamada guerra de caudillos generales, Antonio Zambrano insinuó en un discurso, mientras lo miraba de soslayo, que los que no apoyaban esa guerra debían usar sayas. Martí le expresó a Zambrano que él era tan hombre que apenas cabía en los calzones que usaba. «¡Eso lo pruebo yo aquí o donde quiera!», y le fue para arriba como tiempo después se les encimó a las balas enemigas.
Decía la poetisa Juana de Ibarbourou que Martí tuvo grandes poderes de atracción con las mujeres, pues sin ser hermoso poseía unos ojos de fuego y una invisible aureola que conmovía los sensibles nervios femeninos.
Y agregaba la Doña de las Américas: «Su bondad total lo salvó de ser un don Juan, su genio y su sentido de la libertad de los derechos humanos, de ser un conquistador de cualquier especie».
Con ese don subyugó a la poetisa Rosario de la Peña, entre cartas y poemas amorosos, pero sin suicidio, como el poeta Acuña; y aplaudía a Carolina Otero, la bailarina española, por quitarle el banderón de España de la entrada a su espectáculo y luego la inmortalizó en una rima, al verla ondular su bata blanca auxiliada por su armónica cachemira.
Colegas:
Yo me honro hoy de hablar por el compañero Roberto Cornelio Ferguson, hombre que como un cirujano de Cardiocentro le ha venido reparando el corazón a la televisión de Cuba, y contra viento y marea, sigue manteniendo la imagen en la casa de los cubanos y fuera de la Isla. Hablo por Héctor José Ochoa, el camarógrafo documentalista que filmó bajo las balas de Playa Girón el heroísmo espartano de los combatientes y grabó una sonrisa miliciana por el triunfo y una lágrima de dolor por el compañero caído. Dos años después se montó en la hombría desafiante para encuadrar, entre el viento y la lluvia, los avatares del ciclón Flora.
Vengo a la vecindad de mi amiga Marina Menéndez Quintero, que nos trae al convite la sangre literario-periodística de su padre, Elio, mientras ella enseña su proverbial y fina pluma hecha para contar el amor desde los estandartes de la belleza. Vengo a la vera de mi hermano Juvenal Balán, y recuerdo lo que sufrimos en Angola por la pérdida temprana de nuestro compañero Juan Bacallao Padrón, y de cuando tuvimos el privilegio de ver a un soldado cubano, bajo el chiflido de los obuses, construir un camioncito de madera para regalárselo a un niño angolano en la alborada.
Camaradas:
La prensa cubana anda hoy martiana y fidelista en la búsqueda de nuevos horizontes, con el propósito de entroncarse más con el pueblo y su andar cotidiano. Se habla de nuevas leyes de comunicación, de agendas públicas y mediáticas, en la búsqueda de encimarse al cubano en su andar diario, escuchar su sentir y poner el oído a la tierra como hacen los auténticos zapadores.
Permítanme que hoy recuerde a mi madre, campesina pobre, quien cuando los vientos del norte, provenientes de las costas de Isabela de Sagua, penetraban por las rendijas del bohío, e intentaban apagarle la mecha del quinqué, ella protegía la lucecita con su cuerpo, que, por cierto, en más de una ocasión, le quemaba la piel.
Por eso digo hoy que la chispa de la Revolución hay que protegerla con el cuerpo y el alma, como hacía mi madre, y si las ráfagas arrecian, sería muy útil pedirle la voz al niño Lino Figueredo y llamar, hacia el viento rebelde:
¡Martí!, ¡Martí!, ¡Martí!
*Palabras de agradecimiento pronunciadas la víspera, durante el acto por el Día de la Prensa Cubana, en nombre de los cinco profesionales que recibieron este 2023 el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida.