Hacía casi dos años que no viajaba por los servicios de ómnibus nacionales a Pinar del Río. Me había auxiliado de buenos amigos, incluso de la llamada oferta y demanda de los porteadores privados, que en estos tiempos, por los precios, se las trae. Por eso me dio satisfacción regresar, en días recientes, a la terminal habanera y ver los cambios y hasta cierta modernidad que había adquirido en estos años de pandemia. Pero también apena que pervivan viejos problemas.
Justo dos minutos antes de la hora para la que estaba pactada la salida fue que llegó el expedidor y voceó: «Pinar 8:30 a.m. para chequear y abordar el ómnibus». Por el sistema de audios se anunciaba, además, la salida de la guagua con destino a Vueltabajo. Hacía rato que los rostros de las personas se mostraban impacientes por la hora y en ese momento me pregunté: ¿cómo es posible que pueda salir en tiempo un ómnibus que comienza a chequearse a la hora de emprender viaje?
Pasados unos 20 minutos salía de la terminal la guagua. Para sorpresa con 14 asientos que no habían sido vendidos. Por lo menos resulta sospechoso. Los colegas que me habían comprado el boleto, a través de la aplicación Viajando, quienes ya tienen un doctorado en esto de pasajes y ómnibus, llevaban varias jornadas tratado de adquirirlo casi sin respuesta. Parecería, por esta diferencia entre los asientos en venta y los vacíos, que algo no «viaja» bien en Viajando…
Entrenados en los entuertos de la aplicación, me habían alertado que lo más preocupante viene cuando el ómnibus, después de salir de la terminal, en las cercanías de la Plaza de la Revolución, llega hasta la de Villanueva (en La Habana Vieja), en la que está el servicio de última hora o la llamada lista de espera, donde se completa el número de pasajeros. Este era un servicio que se daba antes en la propia terminal, porque su ubicación la hace más cercana de la autopista a Pinar del Río. ¿Qué ironías tiene el destino?, pensé.
Final de la historia: el ómnibus con trayecto a la más occidental de nuestras provincias tomaba finalmente su rumbo a las 9:20 a.m., casi una hora después de estar pactada su salida. La escena descrita ojalá me hubiese afectado a mí solo, pero otros viajeros más asiduos se quejan de que es algo cotidiano. Por eso molesta que en tiempos de tanta incertidumbre, de carencias, bloqueos…, la impuntualidad, la desorganización y la ineficiencia sigan por doquier.
Ojalá fuera solo en los servicios de ómnibus nacionales. Todavía recuerdo cuando hace unos 20 días, nos tocó sacar los restos de la abuela. Citados para las diez de la mañana, los encargados de esta labor aparecieron también una hora después y sin la cajita para depositarlos, la cual saldrían «a buscar en ese momento, para ver si la encontraban». ¿Por qué no llegar con ella donde están los familiares que asisten a ese momento tan triste?
Usted y yo conocemos muy bien que nada de esto es nuevo, que la indolencia pulula como verdolaga en huerto y florece a la sombra de las necesidades. Basta recordar la historia de una amiga que, luego de semanas intensas de trámites notariales, fue a recoger el documento solicitado y estaba plagado de errores en su escritura, que debía subsanar, por lo que tendría que volver a pagar por ello. Otra compañera ya tiene un trillo entre la Dirección Municipal de la Vivienda y Planificación Física porque un papel la lleva a otro, y este a un tercero…
Y qué decir de esos pillos de temporada, que devenidos en «cuidadores de colas», se han convertido en verdaderos coleros, acaparadores y revendedores de los escasos productos que podemos adquirir, dadas las severas restricciones en la oferta como consecuencia de las dificultades económicas que atraviesa el país. Estos bandidos colados en la lucha contra coleros se comportan en promotores del lenguaje violento y del maltrato de los ciudadanos, no pocas veces, en complicidad con trabajadores de ciertos establecimientos comerciales.
En su discurso del 26 de julio último en Cienfuegos, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, alertaba que «a nuestra generación le corresponde asaltar las fortalezas de la ineficiencia económica, la burocracia, la insensibilidad, el odio» y que «sobre sus restos construiremos la prosperidad posible».
Hoy más que nunca necesitamos acabar de dar muchos saltos a lo Sotomayor, para de una vez y por todas terminar con esos fenómenos y con quienes lo protagonizan violando todo principio ético y sin pensar en el bien común. Necesitamos muchas personas con cultura de servicio, preparadas para asistir, explicar y ayudar. Solo así lograremos que las guaguas salgan con puntualidad, los trámites y servicios brillen por su calidad y rapidez, así como el buen trato de quienes los ofrecen. Y, sobre todo, que la decencia y la solidaridad recobren su camino como tanta falta nos hacen.