¿Por qué se ha multiplicado la falsa creencia de que, ante el posible contagio de la COVID-19 una madre debe dejar de lactar? ¿Quién ha confirmado que, incluso teniendo la enfermedad, debe abandonarse esa práctica?
Lamenté mucho escuchar a algunas embarazadas y dos puérperas hablar sobre ello mientras esperaban su turno en el consultorio del médico de la familia, y manifestarse convencidas de que actuar así era lo correcto. No callé, supuse que ese era el momento para aclarar las dudas, teniendo en cuenta que la Organización Mundial de la Salud ha dejado claro que la leche materna no constituye una vía de transmisión del virus.
No es posible, argumentaron. «Si es un fluido que sale de mi cuerpo y yo estoy enferma, ¿cómo es posible que mi bebé no contraiga la enfermedad?». Olvidaron que la leche materna es la primera vacuna y la más completa que recibimos al nacer, y eso no cambia aunque las madres estén enfermas con el SARS-CoV-2.
¿Podremos vacunarnos?, preguntaron. Y, afortunadamente, la doctora del consultorio les explicó que pueden, que en realidad sobran los motivos, más en su condición, para ser vacunadas. El embarazo es un período de elevada vulnerabilidad en la vida de una mujer, les dijo, y por ello deben cuidarse mucho su salud, y, por consiguiente, la de su bebé.
Me sobrecogió la preocupación de que otras mujeres en igual estado pensaran así. Para proponer la reflexión oportuna tomo como pretexto entonces la Semana Mundial de la Lactancia Materna, a celebrarse del 1ro. al 7 de agosto, que en este año tiene el lema Proteger la lactancia materna: una responsabilidad compartida. Durante la pandemia las autoridades sanitarias recomiendan seguir cumpliendo las pautas estándar de alimentación infantil, que conlleva el inicio de la lactancia materna dentro de una hora después del nacimiento, su continuidad exclusiva hasta que los bebés tienen seis meses de edad, y luego, su coexistencia con el suministro de alimentos complementarios nutricionalmente adecuados y seguros, hasta los dos años de edad o más allá.
Se exige que la madre (y el resto de la familia) respete el uso del nasobuco y mantenga un frecuente lavado de las manos antes y después de manipular al bebé, además de garantizar la desinfección de todas las superficies y objetos de uso sistemático en el hogar. Insisto... Esa responsabilidad compartida a la que alude el lema no es solo el apoyo necesario para que la madre lacte, es la percepción de riesgo en su lugar, y la conducta coherente para con ella.
Vivir la gratificante experiencia de lactar a un hijo o hija no puede perderse. Son tantos los beneficios de esa práctica vital… Si sucede, ya no será la COVID-19 la culpable, sino la insensatez.